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– Sí. -La tensión que martilleaba en la base de su cuello cedió. -Sí, sería bueno.

Apenas volvió a encerrarse en su oficina, agregó los comentarios de Mira al archivo de Julianna Dunne. Eso le dio tiempo para tranquilizarse y actualizar y copiar todos los nuevos datos para su equipo y su comandante.

Cuando terminó y escuchó fuera de la oficina el parloteo general que indicaba el cambio de turno, se programó una última taza de café y fue a beberlo junto a la ventana.

El tráfico, visto de arriba, pensó ella, era una mierda.

En una pequeña oficina cruzando la atascada calle y cielo, Julianna Dunne estaba sentada ante un escritorio de metal de segunda mano. La puerta en la que se leía el nombre de Empresas Daily estaba con cerrojo. La oficina consistía en una habitación que era poco más que una caja y un baño del tamaño de un armario. Los muebles eran escasos y baratos. No veía razón para que su alter ego de Justine Daily, bajo el cual el acuerdo de renta había sido firmado, tuviera gastos elevados.

No se iba a quedar ahí mucho tiempo.

El alquiler era tan caro como podía serlo, y el baño perdía constantemente. La delgada y desgarrada alfombra olía mal.

Pero la vista era preciosa.

A través de sus binoculares tenía una vista perfecta de la oficina de Eve, y de la teniente misma.

Tan sobria, tan seria, reflexionó. Tan dedicada y devota, rindiendo culto en el altar de la ley y el orden. Un verdadero desperdicio.

Todo ese cerebro, esa energía, ese propósito, al servicio de una placa. Y un hombre. Bajo diferentes circunstancias, ellas hubieran hecho un equipo asombroso. Pero no era así, pensó Julianna con un suspiro, se habían hecho adversarias desafiantes.

Ocho años y siete meses le habían dado a Julianna abundante tiempo para examinar sus errores, rehacer sus movimientos. No dudaba en su mente que ella hubiera sido más lista que los policías, los masculinos, y gastado esos ocho años y siete meses haciendo lo que adoraba hacer.

Pero una mujer era una bestia de presa. Y la entonces recientemente promovida Detective Dallas había sido seguidora ciertamente. Implacablemente.

Más aún, no había tenido la normal cortesía de reconocer a su oponente sus victorias y méritos.

Pero ahora las cosas eran diferentes. Ella misma había cambiado. Era físicamente fuerte, mentalmente clara. La prisión tendía a afilar los excesos. Durante el mismo tiempo sabía que Eve había afilado los suyos también. Pero había una diferencia vital entre ellas, un defecto esencial en la policía.

Ella se preocupaba. Por las víctimas, por sus amigos policías, por la ley. Y lo más importante, por su hombre.

Era ese defecto, en lo que Julianna consideraba una máquina casi perfecta, lo que podía destruirla.

Pero no todavía. Julianna puso los binoculares a un lado, controlando su unidad de muñeca. Ahora era el momento de un poco de diversión.

Eve chocó con Peabody justo fuera de la guarida de detectives.

– Teniente. Pensé que estabas en Texas.

– Estaba. Acabo de regresar. Tienes nuevos datos esperando. Dejaste el uniforme, Oficial -agregó cuando notó el vestido negro de coctél de Peabody y los tacones de una milla de alto.

– Sí, tengo una salida. Me cambié aquí. Iba para tu casa, en realidad, para recoger a mis padres. McNab nos invitó a una cena de lujo. No quiero pensar lo que significa eso. El no es lujos, y estoy casi segura de que está asustado de ellos. No son de cenas lujosas, mis padres. Quieres que le diga algo sobre el caso?

– Lo dejaremos para mañana. Haremos una conferencia en mi oficina en casa. A las ocho.

– Seguro. Tú, ah, te vas a casa ahora?

– No, pensaba ir a Africa por una hora y ver las cebras.

– Ja, ja. -Peabody trotó detrás de ella lo mejor que pudo con los zapatos de coctel. -Bueno, sólo estaba pensando que podría aprovechar el paseo, ya que vamos al mismo lugar y enn el mismo tiempo.-

– Vas a Africa, también?

– Dallas.

– Sí, sí, seguro. -Se abrió paso a codazos en el atestado elevador y recibió maldiciones de todos lados.

– Te ves un poco desvaída. -comentó Peabody cuando aprovechó la distración y se metio a duras penas.

– Estoy bien. -Escuchó el toque de irritación en su propia voz e hizo el esfuerzo de aflojarse. -Estoy bien. -repitió- Un día largo, es todo. Le dedicaste tiempo a Stibbs?

– Sí, señor. -El elevador se detuvo y una cantidad de pasajeros fue expulsada como corchos fuera del apretado cuello de una botella. -Estaba esperando para hablar contigo sobre eso. Me gustaría traerla para una entrevista formal mañana.

– Estás lista para hacerlo?

– Creo que sí. Si. -se corrigió. -Estoy lista. Hablé con algunos de los primeros vecinos. La sospechosa no tenía una relación en marcha. Tuvo una, pero rompió unas pocas semanas después de haberse mudado al mismo edificio de los Stibbs. Cuando una de las testigos lo recordó, me dijo que no se había sorprendido de que Boyd Stibbs se casara con Maureen. Como Maureen se había movido hacia él, tan rápido, después de la muerte de su esposa. Llevándole comidas, acomodándole el departamento, ese tipo de cosas.

El elevador se detuvo ocho veces, vomitando pasajeros, levantando más.

Un detective de Ilegales, encubierto como un durmiente de la calle, se arrastró dentro totalmente vestido con trapos manchados con lo que parecían variados fluídos corporales. El hedor era espeluznante.

– Jesús, Rowinsky, porque no usas un maldito deslizador o al menos te paras a favor del viento?

El sonrió, mostrando dientes amarillentos. -Realmente logrado, no? Es pis de gato, con un poco de jugo de pescado muerto. Más aún, no me he bañado en una semana, así que el olor corporal es tremendo.

– Has estado encubierto demasiado tiempo, amigo. -Le dijo Eve y respiró a través de los dientes hasta qu eél se arrastró fuera. No se arriesgó a tomar un profundo trago de aire hasta que llegaron al nivel del garage.

– Espero que no se me haya pegado. -dijo Peabody taconeando detrás de Eve. -Ese tipo de olores se mete hasta las fibras.

– Ese tipo de olores se mete hasta los poros, y luego se reproduce.

Con esa alegre nota, Eve se deslizó en el auto. Retrocedió, giró el volante, y enfiló hacia la salida. Y se vió forzada a clavar los frenos cuando un hombre disfrazado y como una montaña se materializó frente al auto. Sus harapientos zapatos batieron cuando dio un paso adelante y le roció el parabrisas con un líquido mugriento que cargaba en una botella de plástico en el bolsillo de su roñosa chaqueta de los Yankees.

– Perfecto. Ya tuve mi día con los durmientes. -Disgustada, Eve azotó la puerta del auto mientras el hombre fregaba el parabrisas con un trapo sucio.

– Este un vehículo oficial de la ciudad, cretino. Es un auto policial.

– Lo limpio. -Asintió suavemente mientras borroneaba mugre con mugre. -Cinco dólares. Lo limpio enseguida.

– Cinco dólares, mi culo. Sigue tu camino, y ahora mismo.

– Lo limpio enseguida. -repetía con un sonsonete mientras refregaba el vidrio. -Como ella dijo.

– Lo que yo dije es que la termines. -Eve empezó a andar hacia él, y distinguió un movimiento con el rabillo del ojo.

Al otro lado de la calle, brillante como una llama en un mono rojo, su cabello dorado resplandeciente, estaba Julianna Dunne. Sonreía, y luego saludó alegremente. -Tienes un lío en las manos ahí, teniente, oh y mis tardías felicitaciones por tu promoción.

– Hija de puta.

Su mano fue hacia el arma mientras empezaba a correr. Y la montaña la golpeó con un revés. Un costado de su cara explotó mientras era levantada sobre sus pies, y se entumeció antes de que golpeara el pavimento. Sintió un salvaje dolor en las costillas cuando un pie como ladrillo, cubierto en harapos, la pateó mientras rodaba. A través de la sirena en sus oídos, escuchó los gritos de Peabody, y el furioso cántico de la montaña. -Cinco dólares! Cinco dólares!

Sacudió la cabeza para aclararse, y se levantó rápido, dándole con el hombro en la entrepierna. El no volvió a aullar, sólo se derrumbó.

– Dallas! Que demonios pasó?

– Dunne. -Logró articular, levántándose con cuidado mientras luchaba por tomar aire y llenar sus pulmones. -Del otro lado de la calle. Mono rojo, cabello rubio. -Jadeó contra el dolor que brotaba a través del entumecimiento. El costado derecho de su rostro estaba empezando a palpitar. -Se fue hacia el oeste a pie. Llama. -demandó mientras esposaba por la muñeca al durmiente callejero a la puerta del auto. -Pide respaldo.

Corrió por la calle como un velocista saliendo de su marca, agachada y rápido. Zigzagueó a través del tráfico, casi mejor que un taxi rápido. Los bocinazos y las obscenidades vociferadas la siguieron hasta la acera opuesta.

Podía ver los destellos de rojo, a pesar de estar casi totalmente bloqueada, y corrió como un demonio.