El hombre la atrapó, y escuálido o no, se las arregló para levantar a la robusta Peabody sobre sus pies. La mujer se giró, su larga falda azul revoloteando cuando los envolvió en sus brazos haciendo un raro sandwich con Peabody.
– Esta es mi chica. Esta es mi DeeDee. El rostro del hombre relucía con obvia admiración, y la mano de Eve deslizó el arma en la funda y quedó colgando a un costado.
– Papi. -Con algo que sonó entre un sollozo y una risita, Peabody enterró la cara contra el cuello del hombre.
– Me ahogué. -Murmuró Baxter y atrapó otra masa. -Llegaron aquí hace alrededor de quince minutos. Trayendo esas cosas maravillosas con ellos. Hombre, esas cosas son letales. -agregó y se zampó la masa.
Eve tamborileó sus dedos en su muslo. -Que clase de pastel era ese?
Baxter sonrió. -Excepcional. -le dijo, y volvió detrás de su escritorio.
La mujer aflojó su abrazo mortal alrededor de la cintura de Peabody y se volvió. Era remarcablemente bonita, con el mismo cabello oscuro de su hija peinado en una larga cascada que caía por su espalda. Su falda azul caía sobre sencillas sandalias de soga. La blusa era larga y suelta de color manteca y tenía sobre ella al menos media docena de cadenas y pendientes.
Su cara era blanda como la de Peabody, con líneas del tiempo saliendo desde las esquinas de sus directos y brillantes ojos marrones. Se movió como una bailarina cuando cruzó hacia Eve con ambas manos extendidas.
– Usted es la teniente Dallas. Tenía que conocerla alguna vez. -Atrapó las manos de Eve con las suyas. -Soy Phoebe, la madre de Delia.
Sus manos eran cálidas, algo ásperas en las palmas, y tachonadas con anillos. Los brazaletes chocaron y tintinearon en sus muñecas.
– Encantada de conocerla, Sra. Peabody.
– Phoebe. -Ella sonrió, y aferrando aún las manos de Eve tiró de ella. -Sam, suelta a la chica y ven a conocer a la teniente Dallas.
El la soltó, pero mantuvo su brazo alrededor de los hombros de Peabody. -Estoy tan feliz de conocerla. -Tomó las manos de Eve, en la misma forma que su esposa. -Siento como si ya la conociera, con todas las cosas que Delia nos dijo de usted. Y Zeke. Nunca vamos a poder agradecerle bastante por lo que hizo por nuestro hijo.
Un poco incómoda con toda las buenas intenciones hacia ella, Eve liberó su mano. -Y como está él?
– Muy bien. Estoy seguro de que le hubiera enviado sus mejores deseos si hubiera sabido que veníamos.
El sonrió entonces, suave y fácilmente. Ella pudo ver el parecido ahora, entre él y el hermano de Peabody. La cara estrecha de apóstol, los ojos soñadores de color gris. Pero había un toque agudo en los ojos de Sam Peabody, algo que hizo que el cuello de Eve picara.
El hombre no era el cachorrito manso que era su hijo.
– Déle los míos cuando hable con él. Peabody, tómate un tiempo libre.
– Sí, señor. Gracias.
– Es muy amable de su parte. -dijo Phoebe. -Pienso si será posible para nosotros tener un poco de su tiempo. Usted debe estar ocupada. -dijo antes de que Eve pudiera hablar. -pero tengo la esperanza de que podamos comer juntos esta noche. Y con su esposo. Tenemos regalos para usted.
– No es necesario que nos de nada.
– Los regalos no son por obligación sino por afecto, y espero que ustedes los disfruten. Delia nos habló mucho sobre usted, y Roarke y su casa. Debe ser un lugar magnífico. Espero que Sam y yo tengamos oportunidad de verla.
Eve sintió que la caja se cerraba alrededor de ella, viendo que la tapa se cerraba lentamente. Y Phoebe sólo continuaba sonriendo serenamente mientras Peabody de repente miraba con ávido interés hacia el techo.
– Seguro. Ah. Podrían venir a cenar.
– Nos encantaría. Le queda bien a las ocho en punto?
– Sí, a las ocho está bien. Peabody conoce el camino. De todas formas, bienvenidos a New York. Tengo que hacer algunas… Cosas. -terminó pobremente y tratando de escapar.
– Teniente? Señor? Vayan saliendo. -murmuró Peabody a sus padres y salió detrás de Eve. Antes de que llegaran a la puerta de la oficina el nivel de ruido del salón se elevó otra vez.
– Ellos no pueden evitarlo. -dijo Peabody rápido. -Mi padre realmente ama la panadería y siempre están llevando comida a todos lados.
– Como demonios trajeron todo eso en un avión?
– Oh, ellos no vuelan. Han venido en su caravana. Cocinando todo el camino. -agregó con una sonrisa. -No son grandiosos?
– Si, pero debes decirles que no traigan masas cada vez cada vez que vengan a verte. Vamos a terminar con un puñado de detectives gordos en coma diabético.
– Rescaté una para tí. -Peabody sacó la masa que tenía detrás de su espalda. -Sólo voy a tomar un par de horas, Dallas, los voy a llevar para que instalen.
– Tómate el resto del día.
– Ok. Gracias. En serio. Um… -Ella hizo una mueca, luego cerró la puerta de la oficina. -Hay algo que debería decirte. Sobre mi madre. Ella tiene el poder.
– El poder de que?
– El poder de hacer que hagas cosas que no querías hacer, o no pensabas que querías hacer. Y ella hace que digas cosas que no pensabas decir. Y que jamás balbucearías.
– Yo no balbuceo.
– Lo harás. -dijo Peabody triste. -La amo. Es asombrosa, pero hace esas cosas. Ella sólo te mira y sabe.
Frunciendo el ceño, Eve se sentó. -Ella es una sensitiva?
– No. Mi padre lo es, pero es realmente estricto sobre no infrigir la privacidad de la gente. Ella es sólo… una madre. Es algo que viene con ser madre, pero ella lo tiene a paladas. Hombre, mamá ve todo, sabe todo, todas las reglas. La mitad del tiempo no sabes que ella lo hace. Como tú invitándolos a cenar esta noche, cuando nunca invitas a nadie a cenar.
– Lo hago también.
– Uh-uh. Roarke lo hace. Tú podrías haber dicho que estabas ocupada, o hey, bien, vamos a encontrarnos en algún restaurante o algo, pero ella quería ir a tu casa a cenar, así que tú se lo preguntaste.
Eve trató de no retorcerse en su silla. -Fui educada. Sé como serlo.
– No, fuiste atrapada por La Mirada. -Peabody sacudió la cabeza. -No tienes poder contra eso. Sólo pensé que debía decírtelo.
– Desaparece, Peabody.
– Desapareciendo, señor. Oh y um… -Ella dudó en la puerta. -Tengo una especie de cita con McNab esta noche, entonces él podría ir también a cenar. De esa forma, sabes, él podría conocerlos sin que fuera tan raro como sería de otra manera.
Eve se tomó la cabeza con las manos. -Jesus.
– Gracias! Te veo esta noche.
Sola, Eve frunció el ceño. Luego se comió la masa.
– Así que pintaron mi oficina, y se robaron mi caramelo. Otra vez. -En casa, en el espacioso living con sus antigüedades lustradas y brillantes cristales, Eve paseaba por la invaluable alfombra oriental. Roarke apenas había llegado a casa por lo que ella no había encontrado a nadie para quejarse en la hora anterior.
En lo que a ella concernía, un compañero que recibiera las quejas era uno de las grandes ventajas del matrimonio.
– Y Peabody terminó todo el papelerío mientras yo estaba fuera, por lo que no tengo nada que hacer.
– Ella debería estar avergonzada. Imagínate, tu ayudante haciendo el papeleo a tus espaldas.
– Guárdate tus comentarios de culo-listo, amigo, porque tienes algunas explicaciones que darme.
El juntó las piernas, cruzándolas por los tobillos. -Ah. Entonces Peabody y McNab disfrutaron de Bimini?
– Eres un caballero realmente generoso, no? Enviándolos fuera a alguna isla donde puedan correr desnudos y deslizarse por las cascadas.
– Tomaré eso como que pasaron un buen momento.
– Camas de gel. -murmuró ella. -Desnudos como monos.
– Disculpa?
Ella sacudió la cabeza. -Debes parar de interferir en esta… Cosa que están teniendo.
– Tal vez lo haga. -dijo él, perezosamente- Cuando tú dejes de ver la relación de ellos como una especie de bugaboo.
– Bugaboo? Que demonios es eso? -Frustada, se metió una mano en los cabellos. -No puedo ver esta cosa como un bugaboo porque nunca supe lo que eso significa. Los policías…
– Se merecen una vida. -interrumpió él- Como cualquier otro. Relájate, teniente. Nuestra Peabody tiene una buena cabeza sobre los hombros.
Lanzando un suspiro, Eve se dejó caer en una silla. -Bugaboo. -Resopló. -Eso probablemente no sea una palabra, y si lo es, es una palabra realmente estúpida. Le di un caso a ella hoy.
El la alcanzó sobre el espacio que los separaba para jugar con los dedos que ella tamborileaba sin descanso sobre su rodilla. -No mencionaste que hubieras tomado un caso hoy.
– No lo hice. Extraje uno de los archivos fríos. Seis años atrás. Mujer, bonita, joven, con un empleo en ascenso, casada. El esposo estaba fuera de la ciudad, regresó y la encontró a ella muerta en la bañera. Un homicidio pobremente disfrazado de auto-terminación o accidente. La coartada de él es sólida, y quedó limpio en un silbido. Todos los entrevistados dijeron que eran la pareja perfecta, felices como almejas.