– Te piensas que agregando “señor” al final te vas a salvar de mi considerable furia?
– Tal vez, pero más confío en que puedo correr más que tú en tu actual estado de salud. -Ella levantó dos dedos. -Cuantos ves?
– Los dos que te voy a cortar y meter en las orejas.
– Extrañamente, me alegra escuchar eso, teniente.
Con un suspiro, Eve salió del auto. El ruido aullante fuera del hangar se clavó directamente en su cráneo. Deseando evitarlo, entró y sintiendo que su cabeza explotaba, hizo señas a una mujer que vestía un mono con el logo distintivo de Diamond.
– Estoy buscando al piloto Riggs. -gritó Eve. -Mason Riggs.
– Esa es su nave llegando para su mantenimiento semanal. -La mujer señaló con un pulgar hacia la entrada del hangar. -El debe estar por ahí esperando a su bebé o en el salón de descanso.
– Donde está el salón de descanso?
– Segunda puerta a la izquieda. Lo siento, pero el hangar y el salón de descanso son áreas sólo para empleados. Si quiere puedo llamarlo para usted.
Eve sacó su placa. -Voy a llamarlo con esto. Okay?
– Seguro. -La mujer levantó sus manos enguantadas, palmas afuera. -No pueden estar aquí sin protectores para los oídos. Es contra las reglas de seguridad. -Ella rebuscó en una caja, y sacó dos pares de protectores. -Es mortal sin ellos.
– Gracias. -Eve se los puso e inmediatamente se sintió aliviada del aullante ruido.
Se dirigió hacia adentro. El hangar tenía tres naves en ese momento, cada una cubierta por un enjambre de mecánicos que empuñaban herramientas de aspecto complicado o mantenían conversaciones en lenguaje de señas.
Ella divisó dos pilotos uniformados, un hombre, una mujer, y cruzó hacia el corazón del hangar. El ruido era como una ola zumbando a través de los protectores, y había olor a combustible, a grasa, y algún condimentado sandwich de albóndiga.
El último hizo que su estómago se levantara y suplicara. Ella tenía debilidad por las albóndigas.
Ella tocó al piloto masculino en el hombro. Era apuesto como una estrella de videos, con la piel color caramelo patrimonio de la raza mezclada, suave y firme sobre huesos afilados.
– Riggs? -Ella lo moduló lentamente, y luego mostró su placa cuando él asintió. Y ante su educada y desconcertada mirada, ella hizo gestos hacia el salón de descanso.
El no parecía complacido, pero cruzó el hangar rápidamente, empujó la puerta y la mantuvo abierta. Al momento en que estuvo adentro se sacó los protectores de los oídos, depositándolos en un contenedor.
– Ese es mi vuelo. Tengo que llevarlo a los controles de seguridad en veinte minutos. Tengo un vuelo.
Eve se secó sus propios protectores. No había escuchado una palabra de lo que él había dicho, pero entendió el punto. El arqueó una ceja al ver la condición del rostro de ella.
– Se dió contra una puerta, teniente?
– Justo estaba esperándola.
– Parece doloroso. Cual es el problema?
– Usted hizo un vuelo privado anoche, a Denver, regresando esta mañana. Juliet Darcy.
– Puedo verificar el registro, pero no puedo analizar a los clientes. Es un asunto privado.
– No me venga con todas las reglas aquí, Riggs, o no va a hacer su próximo vuelo.
– Mire, señorita…
– No soy una señorita, soy policía. Y este es una investigación policial. Su cliente fue a Denver anoche, ordenó una bonita cena al servicio de habitaciones, probablemente dio una buena dormida. Esta mañana asesinó a un hombre llamado Spencer Campbell en su habitación del hotel, tomó un taxi de regreso al aeropuerto, saltó a su vuelo y usted la regresó a New York.
– Ella asesinó a alguien? La Señora Darcy? No puede hablar en serio.
– Quiere ver que tan seria soy? Podemos seguir con esto en la Central.
– Pero ella… Necesito sentarme. -Lo hizo, desplomándose en una amplia silla negra. -Creo que usted tiene a la mujer equivocada. La Sra. Darcy era encantadora y refinada. Ella sólo fue a Denver a pasar la noche para acudir a una función de caridad.
Eve extendió una mano. Peabody le puso una foto en ella. -Esta es la mujer que usted conoce como Juliet Darcy?
Era una imagen tomada del disco encontrado en Daily Enterprises y que concordaba con la imagen enviada por la seguridad del hotel.
– Sí, esa es… Jesús. -Se secó la gorra, pasándose los dedos por el cabello. -Esto es increíble.
– Estoy segura de que Spencer Campbell sintió lo mismo. -Eve se sentó. -Dígame sobre el viaje.
Una vez que él se decidió a cooperar, ella no pudo detenerlo a menos que le disparara con el laser. El había sido convocado para llenar algunos blancos y como resultado Eve estaba obteniendo un reporte completo del viaje.
– Ella era extremadamente educada. -Riggs bajó su segunda taza de café. -Pero amistosa. Yo había notado por el registro que había insistido en ir sola. Ningún otro pasajero yendo o viniendo. Cuando abordó, pensé que parecía como alguien famoso. Llevamos a muchas celebridades, y celebridades menores, los que insisten en viajar solos, pero que no quieren el problema o el gasto de tener y mantener unn transporte privado.
– Yo no creo que fuera amistosa. -La camarera, Lydia, sorbió de una botella de agua. Ya estaba vestida para su vuelo, perfectamente arreglada en su traje de uniforme con un toque militar de trenzas doradas.
– Y que cree que era? -contrarrestó Eve.
– Una snob. No es que no fuera agradable, pero era una fachada. Tenía un tono, de señora a sirvienta, cuando hablaba conmigo. Ofrecemos caviar y champagne con un plato de frutas y quesos para nuestros pasajeros de primer nivel. Hizo una pequeña cuestión por la marca del champagne. Dijo que nunca íbamos a subir a Platino o Cinco estrellas en el índice si no modernizábamos nuestro servicio.
– Vió si hizo o recibió alguna transmisión durante el vuelo?
– No. Trabajó un poco en su computadora, volviéndola para yo no pudiera ver la pantalla, como si importara, cuando volví a la cabina a ofrecerle café antes de aterrizar. Me llamaba por mi nombre cada vez que me hablaba. Lydia esto, Lydia aquello. En la forma que lo hace la gente cuando quieren que pienses que son cálidos y amistosos, pero es de alguna forma insultante.
– Ella me pareció perfectamente agradable a mi. -Cortó Riggs.
– Tú eres hombre. -Lydia hizo el comentario calmado y bajo. Y Eve decidió que debía ser un as en su trabajo.
– Como fue el regreso esta mañana? De que humor estaba?
– Realmente despierta. Feliz, radiante, relajada. Me imaginé que había ligado la noche anterior.
– Lydia!
– Oh, Mason, sabes que pensaste lo mismo. Tomó el desayuno completo: huevos Benedict, medialunas, mermelada, frambuesas, café. Comió como un atleta y lo bajó con dos mimosas. Seleccionó música clásica, y mantuvo la luz de privacidad apagada. Yo puse la pantalla con los reportes matutinos de los medios, pero ordenó que la apagara. Un poco molesta, también. Ahora sabemos porque. Ese pobre hombre.
– Cuando ella dejó la nave, tenía un transporte esperando?
– Entró en la terminal. Me palmeó alegremente en ese momento. -Lydia sacudió la cabeza. -Alguien tan presuntuoso como ella usualmente tiene un auto esperando en el área de transporte privado. Pero fue adentro.
Y atravesó la terminal, pensó Eve, donde podía salir y tomar un buen número de opciones de transporte. Taxi, autobús, tranvía, auto privado, incluso el maldito subterráneo. Y en efecto, desaparecer.
– Gracias. Si recuerdan algo más, contáctenme en la Comisaría Central.
– Espero que la pesque. -Lydia le dio a Eve una mirada comprensiva mientras observaba su rostro. -Eso duele?
Otra vez afuera, Eve se masajeó la nuca dolorida. -Vamos a volver a la Central, ver lo que los policías de Denver levantaron. Ya que verificamos que es Dunne, y tenemos homicidios en múltiples estados, esto se vuelve de alcance federal.
– No podemos dejar que ellos se hagan cargo.
– Desearía poder decir que se la entrego en una bandeja si ellos pueden agarrarla, pero estaría mintiendo. La quiero yo. -Dio un largo suspiro. -Estoy contando con que Denver esté dispuesto a ocultar la identificación por unos pocos días.
Eve pescó los anteojos de sol de su bolsillo y se los puso. Inmediatamente se sintió mejor. -Porque no conduces, Peabody? Quiero descansar un poco.
Frunciendo los labios, Peabody se deslizó detrás del volante. -Sí, porque no?
– Es engreimiento lo que veo en tu cara?
– Maldición. -Peabody se frotó la mejilla. -Pensé que lo había disimulado.
– Busca un delivery en el camino. Quiero un sandwich de albóndiga. -Eve empujó el asiento hacia atrás, cerró los ojos, y cayó derecho en el sueño.
Carne no era la palabra operativa en el sandwich de albóndiga. Consistía en par de trozos de pan duro ablandado por un océano de rústica salsa roja y entre los cuales nadaban un trío de bolas de alguna sustancia, la cual era, tal vez alguna lejana prima de la familia de la carne. Para disfrazar esta muy lejana conexión, estaban revestidas con hilos de sustituto de queso y condimentadas tan generosamente que regularmente convertían la boca en fuego, y despejaban exitosamente los senos nasales.
Eran a la vez asquerosas y deliciosas. El olor despertó a Eve de un sueño de muerto.
– Traje el gigante y lo hice partir por la mitad. -Peabody ya estaba conduciendo, saliendo del delivery en la tranquila y cautelosa forma que normalmente enloquecía a Eve. -Pensé que te haría falta un tubo de Pepsi en este momento del día.
– Que? Sí. -Su mente estaba pesada como música de cámara. -Jesús. Cuando dormí?
– Alrededor de veinte minutos, pero como una piedra. Esperaba que roncaras, pero duermes como un cadáver. Creo que tienes un poco más de color.
– Es el olor de las albóndigas. -Eve abrió el tubo, y tomó un largo trago de Pepsi antes de hacer inventario mental. El dolor de cabeza había retrocedido, y ahora tenía la vaga impresión de haber estado en otro mundo espeluznante. -Adonde vamos, Peabody, y en que siglo llegaramos manteniendo este paso de caracol?
– Estoy simplemente obedeciendo las leyes de tráfico de la ciudad mientras demuestro cortesía y respeto por mis compañeros conductores. Pero me alegro de que te sientas mejor, y me imagino que una vez que estemos en el centro y ya que es un hermoso día, podemos comer esto en la plaza Rockefeller. Tomar combustible, burlarnos de los turistas, y tomar un poco de sol.
Eso no sonaba medio loco. -Nada de compras de ningún tipo.
– El pensamiento nunca cruzó por mi mente. Por más de un minuto.
Peabody se acercó al camino para peatones que salía de la Quinta, deslizó las ruedas de adelante sobre el bordilo, estacionó y puso la señal de policía en misión.
– Como era eso de obedecer las leyes de tráfico de la ciudad?
– Eso era conduciendo, esto es estacionando. No te pongas obsesiva con eso.
Salieron, y se abrieron camino a través del paquete de turistas, gente que almorzaba, mensajeros, y los ladrones callejeros que los adoraban, y se dejaron caer en un banco en la plaza con la pista de hielo a sus espaldas.
Peabody dividió la torre de servilletas y le alcanzó a Eve su mitad del sandwich. Y ambas se dedicaron a la seria cuestión de comer.
Eve no podía recordar la última vez un verdadero tiempo para almorzar, uno donde hubiera verdadera comida en vez de la que tomaba en su escritorio o en el vehículo.
El lugar era ruidoso y estaba apiñado, y la temperatura estaba decidiendo si asentarse en realmente cálido o subir hacia el caliente. El sol reververaba sobre los vidrios de los frentes de las tiendas y un vendedor que manejaba un mini carro deslizante cantaba en voz alta un aria de opera italiana.
– La Traviata. -Peabody lanzó un fuerte suspiro. -Estuve en la opera con Charles. El realmente lo disfruta. En general está bien, pero suena mejor aquí afuera. Esta es la mejor parte de New York. Poder estar sentado aquí afuera y comer este sandwich de albóndiga realmente superior en un mediodía de verano y ver todos esos diferentes tipos de personas mientras un tipo despacha perros de soja y canta en italiano.
– Um – fue lo mejor que Eve pudo decir con la boca llena mientras trataba de salvar su camisa del camino de un chorro de salsa.
– A veces olvidas de mirar alrededor y darte cuenta y apreciarlo. Tú sabes, la diversidad y todo eso. Cuando me mudé aquí, al principio, pasaba un montón de tiempo caminando y mirando, pero eso pasó. Cuanto tiempo llevas aquí? En la ciudad?
– No lo sé. -Frunciendo el ceño, Eve dio otro mordisco. Ella había salido del hogar de acogida, fuera del sistema al segundo de haber tenido la edad legal. Y había entrado derecho en la Academia, en otra sección del sistema. -Alrededor de doce, trece años, supongo.
– Mucho tiempo. Ya te olvidaste de mirar alrededor.
– U-uh -Eve siguió comiendo pero su atención estaba en un grupò de turistas y en el tipo del aero patín que los rondaba. Hizo un robo limpio, hundiendo los hábiles dedos en dos bolsillos traseros sin perder el ritmo. Las carteras se desvanecieron mientras él daba una elegante vuelta y giraba para alejarse.
Eve simplemente estiró su pierna, golpeándolo en la espinilla y enviándolo en una corta pero graciosa zambullida de cabeza. Cuando terminó de rodar, ella le presionó su bota contra la garganta. Ella masticaba su sandwich mientras la visión de él se aclaraba, luego ondeó su placa frente a él y sacudió un pulgar hacia la uniformada Peabody.
– Sabes, as, no puedo imaginarme si eres estúpido o engreído, levantando billeteras con un par de policías en la audiencia. Peabody, quieres confiscar los contenidos de los bolsillos de este cretino?
– Sí, señor. -Ella se afanó, buscando en la media docena de bolsillos y rendijas de los pantalones sueltos, los tres en la camisa, y sacando diez billeteras.
– Las dos que sacaste de la rendija de la rodilla derecha vienen de ellos. -Señaló hacia los felizmente inconscientes turistas que estaban tomándose holo-fotos el uno al otro. -El tipo de cabello castaño con anteojos de sol, el tipo rubio con gorra de los Strikers. Porque no les evitas un skock y desmayo y se las devuelves antes de llamar a un policía para que se encargue del resto.
– Sí, señor. Teniente, nunca ví el movimiento.
Eve se lamió la salsa de sus dedos. -Nosotras vemos diferentes tipos de cosas, Peabody.
Cuando su ayudante se fue, el ladrón callejero decidió tratar de probar suerte. Pero cuando empezaba a levantarse, Eve lo apretó, cerrándole la tráquea por diez amenazantes segundos. -Ah, ah, ah. -Le negó con un dedo y vació su tubo de Pepsi.
– Dame un respiro, porque no me sueltas?
– Que, como vete y no peques más? Te parece que soy un cura?
– Maldita policía.
– Es cierto. -Ella escuchó a los asombrados turistas recuperar su propiedad con balbuceantes agradecimientos. -Soy una maldita policía. Bonito día, no?