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– Coserla ahí no el problema. Es embolsarla primero. No se ha contactado con los federales todavía?

Green giraba, resoplaba, bebía. -No veo que sea un jodido asunto para los Feds.

– Usted está tocando mi canció. Tiene un montón de muestras para revisar, Detective. Me parece que puede tomarle algo de tiempo aclarar todo el exceso y determinar si es Dunne.

– Puede. Y esa mierda tiene el hábito de ir tomando casos inesperados de alrededor. Podría demorarse cuarenta y ocho horas de todas formas. Podrían ser setenta y dos si tenemos, digamos, un problemita de equipamiento. Especialmente si estamos siguiendo otras pistas.

– Hay un montón de datos de ella en IRCCA, pero tengo más. Estire ese tiempo todo lo que pueda, y le enviaré todo lo tengo, incluyendo mis notas personales.

– Sucede que soy un lector lento. Y usted sabe que quiere estar segura de tener todo en un bonito envoltorio con un lazo antes de ir a molestar a esos ocupados Feds con cosas superfluas como asesinatos. Cuando esté a punto de hacer esa llamada, la voy a contactar primero y darle algúnn tiempo de ventaja.

– Lo apreciaría.

– Campbell era uno de los buenos. Un artículo genuino. Embólsela, teniente, y puede contar con Denver para ayudarla a coserla para que no pueda rezumar su encanto otra vez.

Cuando completó la transmisión de datos a Green, Eve abandonó su escritorio, y caminó hacia la ventana. Se enfocó en la ventana del edificio cruzando la calle.

Horas de tiempo en disco, había dicho Julianna. Así que me observabas, reflexionó Eve, pero no me veías. No como tú piensas que veías. Hermanas, mi culo. El único lazo entre nosotras es el asesinato.

Amoldando una cadera en el estrecho borde, dejó que su mente se limpiara y vaciara mientras observaba el frenético tráfico aéreo. Y el borroso movimiento de los rumbosos condominios de la playa de Jersey.

Había ido a la playa de Jersey una vez con Mavis para un muy extraño, muy borracho fin de semana. Mavis tenía reminiscencias sentimentales sobre trabajar a los turistas un verano, levantar algo de dinero. Sólo un par de años antes Eve la había pescado por hacer lo mismo en Broadway.

Ese era un lazo, pensó Ëve. Si ella tenía alguna clase de hermana, esa era Mavis.

Mavis cambiaba su apariencia más a menudo que el adolescente masculino medio cambiaba su ropa interior. Julianna estaba haciendo lo mismo ahora, pero no por una cuestión de moda.

O tal vez eso parte del asunto. Era esa exploración femenina una de las cosas que siempre había desconcertado a Eve, lo de reinventarse a si misma, experimentar nuevos aspectos. Para atraer a alguien? Tal vez, tal vez, reflexionó mientras se ponía a pasear. Pero tenía que haber más, algo satisfactorio para ella primero. Una persona podía mirarse al espejo y encontrarse nueva, fresca, diferente.

Cuando la habían recargado con cabello, realces y tratamientos, Eve había sentido que su espacio personal, y su control sobre sí misma era violado. Pero eso ocurría porque ella era lo opuesto a lo que en verdad era la mayoría de las personas. Ellas amaban tener todo enfocado en si mismas, en su apariencia.

Julianna podía haber perdido eso en prisión. Hacer uso del salón de la prisión no la hubiera satisfecho.

Se arriesgaría para darse a si misma esa satisfacción aquí? No en la ciudad, decidió Eve. No sería tan tonta para arriesgarse a exponerse con una consultora de belleza en la misma piscina donde asesinaba. Donde su cara estaba plasmada sobre todas las pantallas.

No, estaban girando en falso buscando ahí.

La gente que trabajaba con caras, rasgos y cabellos, y cuerpos tomaban notas de caras, rasgos y cuerpos. Cuantas veces había escuchado a Mavis y a la terrorífica experta Trina cotilleando sobre esta y aquella otra.

Eve no dudaba que Julianna estaba ocupándose de su propio cabello en estos días. De alguna manera la mayoría de las mujeres parecían saber como hacerlo, aún aquellas que podían afrontar ir con una experta. Pero ella estaría anhelando por un relajante, indulgente día, incluso un fin de semana, de tratamientos.

Y sería por todo lo alto.

Europa, decidió Eve. Continuaba controlando todos los mejores salones y centros de Spa en la ciudad, pero el dinero de ella estaba en Paris o Roma.

– Computadora. -Chasqueó hacia el escritorio. -Correr una búsqueda global de salones de belleza, spas y centros de tratamiento. Listar los veinte mejores. No, mejor los cincuenta mejores. A lo ancho del mundo.

trabajando…

– Búsqueda secundaria. Compañías de transporte cinco estrellas que tengan servicio entre New York y Europa.

búsqueda secundaria adquirida. Trabajando…

– Okay, merece el tiro. -Controló su unidad de muñeca. -Cuando la búsqueda esté completa, guardar datos en disco duro, copias y guardar el mismo en disco.

recibido…

Satisfecha con un nuevo hilo para tirar, Eve hizo una rápida llamada con el enlace y luego salió para mantener la promesa hecha a Peabody.

En el camino, barajaba sus notas mentales. Veneno, pensó mientras trepaba a un deslizador. Personal y distante, tradicionalmente era más un arma femenina que cuchillos y porras.

Matar sin contacto. Eso era importante para Julianna. El sexo había sido una suerte de maldad necesaria en el pasado.

Ella había dicho que era degradante para ambas partes, recordó Eve. Penetrando. Abriendo.

No, ella nunca usaría un cuchillo, hundirlo en la carne era demasiado parecido al sexo.

Otra diferencia entre nosotras, pensó Eve antes de poder evitarlo. Luego se limpió las manos repentinamente húmedas en los pantalones.

Tú mataste. -La voz de Julianna hizo eco en su cabeza. Tú sabes.

No por placer, se recordó Eve. No por beneficios.

Ella había cobrado su primera vida a la edad de ocho años. Ni Julianna podía igualar eso.

Sintiéndose levemente descompuesta, Eve se frotó la cara con las manos.

– Entrevista C.

Cuando saltó del deslizador, McNab la aferró del codo. -Hey, lo siento. No quería sobresaltarte. Venía detrás de ti. Pensé que me habías oído.

– Estaba pensando. Que estás haciendo en esta sección?

– Quería ver un poco a Peabody en acción. No le dije nada a ella para no distraerla. Pero pensé que podía meterme en observación por diez o quince minutos. Está todo bien contigo, teniente?

– Sí, seguro. McNab?

– Señor?

Ella comenzó a hablar, y luego sacudió la cabeza. -Nada.

Fueron por un estrecho corredor pasando por un par de severas puertas grises que daban a un depósito temporario y entraron en Observación.

El lugar era poco más que otro corredor, y enfrentaba un vidrio de dos vías. No había sillas. La luz era escasa y deprimente y olía a una obsesiva loción para después de afeitar de pino o a un limpiador con esencia de pino. De ambas formas, el aire olía como un bosque.

Hubieran podido elegir por una de las tres confortables habitaciones con pantalla que había en esa sección, donde había sillas, un AutoChef que operaba con créditos, y equipamiento que les hubiera permitido escuchar y ver la entrevista.

Pero Eve consideraba que esas comodidades mantenían al observador demasiado alejado y distanciado. Ella prefería el vidrio.

– Quieres que te consiga una silla o algo?

Distraída, miró hacia McNab. -Que?

– Tú sabes, una silla, en caso de que te canses de estar parada.

– Caramba, McNab, estamos en una cita?

El hundió las manos en los bolsillos y frunció el ceño. -Hombre, trata de ser considerado porque alguien le partió la cabeza y le hinchó la cara y mira como te tratan.

Ella se había olvidado del estado de su rostro, y se sintió molesta porque se lo recordaban. -Si necesito una silla, puedo conseguirla sola. Pero gracias.

Cuando la puerta se abrió del otro lado del vidrio, él resplandeció. -Aquí está ella. Ve por ella, bebé.

– Oficial bebé. -corrigió Eve y se instaló a mirar el show.

CAPITULO 18

Ella observó mientras Peabody instalaba a Maureen Stibbs en una silla ante la tambaleante mesa, ponía la grabadora, ofrecía al sujeto entrevistado un vaso de agua.

Enérgica, profesional, pensó Eve con aprobación. No demasiado amenazante. No todavía.

Y ahí estaba el oficial Troy Trueheart apostado en la puerta viéndose joven y totalmente americano… Y con la severidad de un cachorro de cocker spaniel.