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Cuando Peabody trotó detrás de ella, el gruñido de Eve fue suficiente para mantenerla lejos.

– Mantente fuera de la línea de fuego. -Roarke puso una mano en el hombro de Peabody. -Es a mi a quien quiere hacer volar en pedacitos sangrantes, pero podrías quedar atrapada en la marea y has tenido un buen día hasta ahora.

– Desde donde estoy parada te mereces un tiro. No crees que ya tuvo bastantes golpes ayer?

Para la considerable sorpresa de Roarke, Peabody giró sobre sus pies y marchó en dirección opuesta. Con su temperamento pasando de fuego lento a rápida ebullición, fue detrás de su esposa. La alcanzó justo cuando ella entraba a su oficina y logró poner una mano sobre la puerta un instante antes de que le pegara en cara.

– Fuera de aquí. Demonios, fuera de aquí. -Ella manoteó los discos, los empujó dentro de un archivo. -Esta es mi área.

– Vamos a discutir ésto.

– No tengo nada que discutir contigo. -Ella se colgó la bolsa de archivos del hombro, y lo empujó cuando él le bloqueó el camino hacia la puerta.

– Prefieres pelear? Bueno, porque estoy justo de humor para eso. Pero vamos a hacerlo en territorio neutral.

– Territorio neutral, mi culo. No hay territorio neutral contigo. Posees toda la maldita ciudad.

– Vamos a hacer ésto fuera de aquí, teniente, a menos que quieras tener una sangrienta y violenta pelea con tu esposo con un par de docenas de policías escuchando. No es un maldito problema para mí, pero tal vez tú lo lamentes cuando recuperes tus sentidos.

– Yo tengo todos mis sentidos. -Y porque los tenía, se las arregló para mantener su voz tranquila. -Vamos a terminarlo afuera, amigo.

– Afuera será.

No volvieron a hablarse, pero el volumen de su silencio hizo que varios policías se hicieran atrás cuando entraron al elevador. Ella descendió en el nivel del garage delante de él, y le apartó la mano cuando él alcanzaba la puerta del lado del conductor.

– Yo conduciré – le dijo a ella- tienes demasiada sangre en tu ojo para hacer el trabajo.

Decidiendo elegir sus batallas, Eve dio la vuelta al vehículo y se dejó caer en el asiento del pasajero.

El no salió a toda velocidad del garage, aunque quería hacerlo. Ella trataba de hacer que lo arrestaran por alguna violación de tráfico, pensó rencorosamente. El también estaba eligiendo sus batallas. Navegó a través del tráfico con una suerte de controlada violencia que hizo que los otros vehículos se apartaran. En otro momento ella lo hubiera admirado, pero en ese momento su destreza simplemente reforzaba su resentimiento.

El frenó sobre el costado oeste de Central Park, saliendo del auto con un portazo mientras ella hacía lo mismo en el lado opuesto.

– Yo no poseo ésto.

– Apuesto a que lo tienes apuntado en tu lista.

– Lo que poseo, o no poseo, adquiera, o no adquiera, es irrelevante.

– Tú no posees mi placa.

– No quiero tu maldita placa. -El cruzó la acera y siguió caminando a través del césped.

– Controlar algo es lo mismo que poseerlo.

– No deseo controlar tu placa, o a ti por este caso.

– Eso suena bastante pobre de alguien que se las arregló para hacer ambas cosas.

– Por Dios santo, Eve, no se trata de eso. Usa tu cabeza por un minuto. Deja de ser tan orgullosa, tan incendiariamente terca que ves en cada cosa un ataque sangriento. Crees que Whitney hubiera estado de acuerdo en considerar este ángulo si no hubiera creído que era un método viable de detener a esta mujer? No fue tu primer gol?

– No te pares ahí a decirme cual de mis goles es. -Ella le hundió un dedo en el pecho. -No te pares ahí a decirme como es mi trabajo. Yo estaba haciendo este trabajo mientras tú todavía estabas pasando contrabando. Yo sé lo que hago.

Ella se apartó tormentosamente. Orgullosa? Terca? Hijo de puta. Entonces se volvió. -Tú pasaste sobre mi cabeza, pasaste por mi espalda, y no tienes derecho, no tienes derecho a ir con mi superior e imponer tus ideas en esta investigación en una forma que socava mi autoridad, que niega esa autoridad delante de mi equipo. Y si alguien te hubiera hecho eso a ti, ya tendrías su cabeza en una puta bandeja con su sangre como salsa.

El empezó a hablar, pero tuvo que tomar un buen trago de su propio orgullo. -Esto es muy irritante.

– Irritante? Llamas a esto…

– Es irritante, -interrumpió él- cuando tienes razón. Cuando tienes completamente la razón, y yo soy el equivocado. Me disculpo por lo que hice. Sinceramente.

– Te gustaría una sugerencia de donde puedes meterte tu sinceridad?

– No es necesario. -Irritado consigo mismo, con ella, él se dejó caer en un banco. -Me disculpo por el método. Es la verdad. No consideré con suficiente cuidado como se reflejaría en ti, y debería haberlo hecho.

– No, sólo tuviste una tormenta de ideas y te dejaste caer en lo de tu buen amigo Jack.

– Y ti te hubiera planteado esto a ti, le hubieras dado toda la consideración apropiada? No me vengas con alguna línea ingeniosa, teniente, ya que ambos sabemos que lo hubieras puesto a un lado. Yo lo puse en juego, y estamos teniendo una discusión por eso.

– Hasta que tú te ocupes de lo tuyo.

– Hasta que despejes los bichos de tu cabeza que te hacen pensar que soy lo bastante estúpido para dejar que alguna loca venga por mi. Yo no llegué hasta aquí con la última lluvia, Eve.

– Que demonios quiere decir eso?

El se echo atrás, riendo. -Jesús, me sacas el irlandés de adentro. Por que supones que será? Ven a sentarte. No te ves tan bien como deberías.

– No me digas lo que tengo que hacer.

El lo pensó por unos tres segundos. -Ah, a la mierda. -Y levantandose, fue hacia ella, esquivó por un pelo el codazo, y la levantó en brazos. -Aquí, ahora quédate sentada. -El la descargó en el banco. -Ambos sabemos que no te hubiera tomado tan fácilmente si estuvieras al cien por ciento. Necesito que me escuches.

El le mantuvo las manos aferradas bajo las suyas, sintiendo la rabia y el insulto vibrando a través de ella. -Después que lo hagas, si sientes la necesidad de darme un golpe, bueno, te daré uno gratis. Lo que dije en la oficina de Whitney era verdad. Si lo hubiera pensado mejor, te lo hubiera dicho antes y hubiéramos podido arreglarlo entre nosotros, pero no lo hice y lo lamento. Como sea, lo que dije era la verdad, Eve.

El le mantuvo aferradas las manos hasta que ella paró de tratar de liberarlas. -Te estoy pidiendo ayuda y ofreciéndote la mía. Ella quiere debilitarte, recortarte pedacitos de ti cada vez que deje caer un cuerpo a tus pies. Tratando de hacerte pensar que eres responsable de ponerlos ahí.

– Yo no pienso…

– No, tú lo sabes bien, en tu cabeza. Pero te hizo sangrar en ese maldito video. En tu corazón. Y quiere terminarte a través de mi. No te conoce. No comprende lo que hay en ti, lo que es amar a alguien. Si ella lograra, por algún milagro, sacarme del camino, tú no te caerás a pedazos. La buscarás y la cazarás. La vas perseguir hasta el final. Y entonces, bueno, querida, te la comerás viva.

El se llevó los apretados puños de ella hasta los labios. -Y yo haría exactamente lo mismo por ti, si te lo preguntas.

– Eso es realmente reconfortante, Roarke.

– Verdad que si? -Lo dijo con tanto encanto que ella sintió un sonrisa tratando de asomar a su boca.

– Suéltame. No voy a tratar de golpearte. Sueltame, y no me hables por un minuto.

El le liberó las manos, y luego le acarició con los dedos la mejilla lastimada. Levantándose, se alejó para dejarla sola.

Se quedó sentada donde estaba. La furia la había consumido, dejándole los huesos débiles. Más que eso, reflexionó, era el miedo lo que la volvía débil. La imagen de ver a Roarke cayendo en el piso a sus pies, convulsionando, ahogándose, muriendo. Y Julianna parada ahí, fuera de su alcance. Apenas fuera de su alcance. Sonriendo.

Ella permitió que sucediera, admitió Eve. Dejó que Julianna plantara esas semillas de miedo, de culpa, de duda. Y dejó que florecieran en vez de arrancarlas de raíz.

Eso la volvía inefectiva, y la volvía lenta.

Entonces Roarke había ido por las raíces primero.

El la había enfurecido. Que tenía de nuevo? Se habían chocado las cabezas incontables veces en pasado y se las chocarían incontables veces en el futuro. Era parte de lo que eran. Había algo de enfermo en eso, pero así era.

No eran exactamente gente pacífica.

El se había equivocado, pero ella también. Como policía, debería haber examinado y explorado la opción de usarlo como cebo mucho antes de esto.

El amor te echa a perder, pensó. Sin ninguna duda.

El volvió con dos tubos de Pepsi y un grasiento cono de papas fritas. Y en silencio se sentó junto a ella.

– Quiero decir primero que estoy titulada en ser orgullosa cuando se trata de mi trabajo. -Hurgó en el cono, sintió la arenilla de la sal sobre la grasa. Y sabiendo que él se la había puesto por ella, tuvo que reprimir un suspiro sentimental. -Y segundo, en el momento en que menos lo esperes, voy a enviarles un memo a los altos ejecutivos de tu equipo en las oficinas del centro diciendo que llevas ropa interior de mujer debajo de esos varoniles trajes de diseño.