Ella usaba unos auriculares, manteniento sus manos libres para una taza de café, o una computadora o un segundo enlace si tenía dos transmisiones entrando a la vez. Se paseaba, arriba y abajo, arriba y abajo por el corto y estrecho pasillo de la cabina de su transporte más veloz, chasqueando órdenes, rumiando datos, azotando en voz alta a alguno que le ponía obstáculos en su camino.
Ella habló con Feeney, con su comandante, con alguien en el consulado de Estados Unidos cuyos oídos probablemente sangrarían por el resto de su vida natural, con el policía italiano que continuaba con las manos cruzadas y aún vacías del papelerío adecuado. Contactó a un abogado especializado en leyes internacionales, levantándolo sin piedad ni misericordia y empujándolo dentro del asunto.
– Los puertos de datos se cayeron. -Le ladró al policía italiano en la siguiente transmisión. -Que demonios quiere decir con que sus puertos de datos se cayeron?
– Estas cosas suceden, teniente. Deberíamos recuperarlos en una hora o dos.
– Usted va a desperdiciar una hora o dos. Puede pedir autorizacíon oral o por mail ya.
– Debo tener la autorización apropiada, en papel, con la firma de autorización y sello. Es la ley.
– No me digas a mi como es la ley, amigo. Tú me arruinas esta captura y te voy a freír las bolas para el desayuno. -Ella cortó, y pateó la base del asiento más cercano.
– Estamos a mitad de camino. -le dijo Roarke. -Hiciste todo lo que podías y aterrorizaste a una cantidad de burócratas menores. Deberías sentarte y dormir un poco.
– No quiero dormir.
– Siéntate de todas formas. -El logró atraparla de la mano, y tirarla hacia el asiento junto al suyo. -Apágalo, teniente. Ni siquiera tú puedes alterar las leyes de la física y hacernos ir más rápido. -El dejó caer un brazo alrededor de ella, y firmemente le hizo apoyar la cabeza sobre su hombro.
– Necesito actualizar al comandante.
– Cuando aterricemos. Sólo descansa e imagina la cara de Julianna cuando entres a su suite. Y piensa en todos los culos italianos que vas a patear.
– Si. -ella bostezó. -Así es. -Con ese agradable pensamiento, se deslizó en un sueño superficial.
– Helicóptero-jet? -Eve se quedó viendo fijamente el pequeño y elegante transporte para cuatro personas con visión borrosa. -No dijiste nada de tener que dar el último paso en un helicóptero.
– Y tú dormías tan tranquila. -Roarke se instaló detrás de los controles. -Ocho minutos de puerto a puerto. Mucho menos tiempo que un trasporte terrestre por las calles italianas, el tráfico italiano, a través de las colinas, rodeando el lago…
– Esta bien, está bien. -escupió ella. -Todos tienen que morir de algo.
– Trataré de no tomar eso como un insulto hacia mis habilidades como piloto. Ponte el cinturón, teniente.
– Creeme. -Cerró su arnés de seguridad, chequeándolo tensa dos veces. -Odio subir en estas cosas.
– No puedo imaginarme porque. -En el momento que tuvo autorización Roarke lanzó el helicóptero en vertical, subiendo doscientos pies en el segundo que le tomó al estómago de Eve ejecutar el primero de una serie de elegantes sobresaltos.
– Córtala!
– Lo siento, dijiste algo? -Con una arrolladora risa, él pulsó los jets y salió como una flecha hacia el cielo teñido de rosa.
– Te crees que es gracioso? -Ella aferraba los costados de su asiento con dedos que parecían clavos de acero. -Sádico hijo de puta.
– Es una cosa de chicos. Realmente no podemos evitarlo. Cristo, mira ese cielo.
– Que pasa con él? -Imágenes de algún horrendo desastre natural cayeron sobre un miedo visceral a las alturas.
– Ninguna cosa sangrienta. Es totalmente precioso, no crees? No todos los días puedes observar el amanecer sobre los Alpes italianos. La próxima vez que tengamos tiempo deberíamos pasar unos días aquí.
– Hermoso, grandioso. Terrorífico. Lo puedo ver desde el suelo. No debo mirar abajo, no debo mirar abajo, no debo mirar abajo.
Y por supuesto cuando lo hizo, sintió que su cabeza giraba en dirección opuesta a su estómago. -Mierda. Mierda. Mierda. Todavía no llegamos?
– Casi. Ahí puedes ver el lago, y la primera luz del sol deslizándose sobre el agua.
Eso sólo la hacía pensar en los horrores de un aterrizaje de emergencia en el agua. -Ese es el lugar?
– Ese es.
Ella vió la piedra rosa y blanca de la vieja finca, el despliegue de césped y jardines, las gemas azules que eran piscinas y fuentes. En vez de ver la belleza, veía la línea final.
– Al final ese idiota capitán Giamanno lo hizo a su manera. Me ocuparé de morderle la garganta una vez que las formalidades estén terminadas.
– Esto no es América. -dijo Roarke dijo con una mímica de cortar la garganta.
Eve le sonrió. -Tienes razón, Roarke.
– Recuerda que lo dijiste. – Y envió el helicóptero en una caída a pico, riendo por sobre el alarido de su esposa mientras descendía sobre el helipuerto. -Esto mantiene la sangre en movimiento.
– En este momento estoy completamente llena de odio hacia ti.
– Lo se, pero lo olvidarás. -El detuvo los motores. -Huele ese aire. Adorable. Puedes oler los jazmines de noche aquí.
Ella logró saltar afuera, con cierta apariencia de dignidad, pero se rindió, y doblándose por la cintura trató de recuperar el aliento.
– Teniente Dallas? -Eve permanecía inclinada mientras las pisadas se acercaban, y entonces miró los afilados zapatos negros mientras sentía que su sistema se recuperaba.
– Si? Usted es la srta. Vincenti?
– Sí, lo soy? Se encuentra bien, teniente?
– Si. -Ella se enderezó. -Sólo estirando mi espalda. El capitán Giamanno?
– todavía no ha llegado. Sus instrucciones fueron seguidas. Inmediatamente después de que termináramos nuestra conversación, me contacté con Seguridad. Ha sido enviado un hombre para custodiar la puerta de la srta. Dunne. Permanece ahí, como usted ordenó. Nadie entró o salió.
– Bien. No voy a esperar a la policía local. La voy a atrapar tan rápida y silenciosamente como pueda.
– Lo apreciaría. Nuestros huéspedes, bueno… -Ella abrió las manos. -No deseamos molestar a ninguno. Señor. -Le ofreció la mano a Roarke. -La doy la bienvenida en su regreso a la villa, a pesar de las circunstancias. Espero que usted y la teniente me dejen saber de que otra forma puedo asistirlos.
– Lo hizo muy bien, señorita. No lo olvidaré.
– Okay. -dijo Eve.- Dígale a su seguridad que yo voy a entrar. Quiero hombres en cada piso, manteniendo a los otros huéspedes fuera del camino. Nadie del plantel debe subir a ese nivel hasta que haya atrapado a la sospechosa y trasladado a un lugar seguro donde Giamanno y yo podamos terminar el papeleo de la extradición.
– Ya despejé una oficina en el nivel principal para ese propósito. Desea que la escolte hasta la suite?
Eve no sabía si eran agallas o cortesía, pero tuvo que darle crédito a la mujer. Había hecho la oferta como si Eve fuera una visitante célebre en vacaciones de fin de semana. -No, hasta el elevador será suficiente. Necesito un código para la puerta.
– La tengo. -Ella hacía gestos, explicando mientras caminaban hacia la graciosa entrada frente al lago. -Cuando un huésped se retira a su habitación, le recomendamos que activen la alarma y cerrojo nocturno, por su propia seguridad. Estos sólo pueden ser abiertos desde el interior, o por una segunda tarjeta codificada en caso de que el personal deba entrar. Una emergencia de alguna naturaleza.
Sacó dos delgadas tarjetas del bolsillo de su elegante traje. -La blanca, con el logo de la villa, abre las cerraduras standard. La roja es para el sistema nocturno.
– Téngalas. -Caminaron bajo una especie de pórtico, cubierto con viñas que perfumaban el aire con vainilla. La doble puerta de vidrio decorada con una imagen de la villa se abrió cuando se acercaron.
Cruzaron a través de una fresca área de descanso, lujosamente decorada con colores, donde la luz del sol serpenteaba en chispas doradas a través de las ventanas de arco. Era atrapada y multiplicada por las brillantes lágrimas de cristal de los numerosos brazos de una araña de cristal. Afuera, en la terraza de piedra, una pareja en batas blancas paseaba del brazo.
– Tiene algunos tesoros aquí. -Eve cumplimentó a la srta. Vincenti.
– Estamos muy orgullosos. Tal vez un día pueda venir sin una misión oficial, debería visitarnos. La vida tiene mucho estrés, verdad, y uno necesita las pequeñas islas de tranquilidad. Ah, éste el sr. Bartelli, nuestro jefe de seguridad.
– Teniente. -Le hizo una corta reverencia. -Señor. -dijo con otra reverencia hacia Roarke. -Puedo acompañarlos?
Ella lo midió. Era grande, atlético, y parecía duro. -Seguro, está bien.