– Uh!
Ella bajó la cabeza. -Ella vino aquí para escapar, para encontrar algo de paz, pero sabía que él iba a tratar de encontrarla y llevarla de vuelta. Enviaría, me dijo ella, a una mujer policía desde New York. La policía en ese lugar es corrupta, y haría todo lo que él dijera.
– Eso dijo? -dijo Eve muy suavemente. Lo bastante suave para que Roarke la contuviera con una mano sobre el hombro.
– Ella dijo eso, señora. -suplicó Elena. -Yo le creí. Sentí una gran pena por ella. Y ella sentía lo mismo por mi. Dijo que yo era como la hermanita tan amada que había muerto cuando era una niña. Y parecía tan triste y seria.
Oh, si, pensó Eve con disgusto, ella te caló a la primera mirada-.
– Ella dijo solo que si esta mujer policía Dallas, si usted contactaba a la villa para preguntar, debía avisarle. -Elena parpadeó para despejar las lágrimas. -Le di tiempo para escapar antes de que usted viniera para llevarla de regreso con ese hombre tan malo. Me dijo que no mintiera, solo que le diera esa pequeña oportunidad. Entonces cuando usted hablaba con la srta. Vincenti llamé a la suite de la señora y le dije que debería escapar enseguida. No creí que ella fuera lo que usted decía hasta que fue demasiado tarde. Yo lo creí. Estoy arrestada? -Lágrimas frescas brotaron. -Voy a ir a prisión?
– Jesucristo. -Eve tuvo que volverse. La chica era lamentable, y justo del tipo de crédulos que Julianna generalmente usaba hábilmente. -Sáquela afuera, mándela a casa. Terminé con ella.
– Ella puede ser acusada de…
– Cual es el punto? -Eve interrumpió a Giamanno, repasándolo con una leve mirada. -Ella fue una tonta. Poniéndola detrás de las rejas no le agregamos nada a esto.
– Su empleo aquí terminó. -Vincenti sirvió café cuando Elena salió de la habitación llorando a mares.
– Esa no es mi área. -respondió Eve.
– Creo que ella ha aprendido una invalorable lección. Yo preferiría que la mantenga aquí, señorita. En calidad de prueba. -Roarke aceptó la primera taza de café. -Los empleados que aprenden duras e invaluables lecciones muy a menudo llegan a ser excepcionales en su trabajo.
– Como usted deseee, señor. Teniente Dallas, no espero llegar a disculparme lo suficiente por la… -ella buscaba volcar todo su disgusto en una sola palabra. -…estupidez de mi asistente y lo que le ha costado a usted. Es joven e ingenua, pero eso no la excusa, ni me excusa a mi. Tomo la total responsabilidad por el fallo al hacer todo lo necesario para ayudarla en este asunto. Elena estaba a mi cargo, por lo tanto…
Recompuesta, se volvió hacia Roarke. -Debo presentar mi renuncia inmediatamente. Si usted lo desea puedo quedarme hasta que consiga un reemplazo.
– Su renuncia no ni deseada ni requerida, señorita Vincenti, y no va a ser aceptada. Confío en usted para tomar alguna acción disciplinaria con respecto a su asistente.
– Ex asistente. -dijo Vincenti alegremente. -Ya mismo va a ser reasignada a una posición menor donde no podrá tener contacto con los huéspedes.
– Ah, bueno. Como dije, lo dejo totalmente en sus capaces manos. -el le tomó las manos, le habló suavemente en italiano, haciéndola sonreir nuevamente.
– Usted es muy amable. Teniente, si algo que pueda hacer, sólo tiene que pedirlo.
– Ella no salió caminando del país, por lo que necesito controlar los servicios de transporte. Ella se fue, pero podemos seguir con el procedimiento y tratar de rastrear sus movimientos. Si puedo usar su oficina.
– Tanto como quiera.
– He sido dura con usted.
– Si, asi es.
– Lo siento. -Le ofreció la mano. -Y estuvo realmente bien pateandole el culo a su aasistente. Lo admiro.
– Gracias. -Vincenti aceptó la mano. -Creame, todavía no he terminado con esa tarea en particular.
Ella había salido por la frontera suiza, usando un servicio de autos privados que había alquilado, probablemente con su enlace de bolsillo. El auto la había recogido al final del umbrío camino que levaba a las puertas de la villa. Vestía una solera azul, que probablemente había llevado debajo de la larga bata blanca.
Desde ahí se volvía borroso. Compañias de vuelo públicas y privadas, aeropuertos, y transportes terrestres fueron estudiados en busca de algúna pasajera que concordara con su descripción.
– Probablemente ya está de regreso en New York. -Desarmada por el fracaso, Eve cerró los ojos mientras el vuelo privado de Roarke despegaba.
– Yo también lo creo.
– Un paso atrás. Después que se le pase la bronca por haber interrumpido sus pequeñas vacaciones, se va a sentir realmente bien por esto. Ganó otra batalla, se escapó ilesa mientras yo me como su polvo.
– Tenías razón sobre ella, lo que iba a hacer. Lo que necesitaba. Lo que tuvo ahí, teniente, fue pura suerte. No es que descuente el valor de la suerte, pero si la pones contra el cerebro, perderás en cualquier momento.
– No me importaría tener un poco de esa suerte. Voy a dejar de pensar en eso por ahora.
– Está bien. -El desplegó trabajo en la mesa en frente de él y puso el centro de datos en posición.
– Como es que yo no sabía que podías hablar italiano?
– Hmm? No lo hago, al menos no con fluidez. Lo suficiente para manejar negocios básicos y relaciones con empleados. Y, por supuesto, tengo conocimiento completo de todas las mas coloridas obscenidades y expresiones sexuales conocidas.
Ella podía oír el imperceptible tableteo de él trabajando en la computadora manualmente. -Todo en italiano suena como una expresión sexual o una colorida obscenidad. Dí algo.
– Silenzio.
– Nuh-uh, puedo imaginarme esa. Di algo de tipo sexual.
El levantó la mirada. Los ojos de ella permanecían cerrados, pero sus labios sonreían. Aparentemente había salido de su enfado, pensó él, y estaba lista para recargar. De una forma u otra.
El apagó la computadora, sacó la mesa del camino. Acercándosele, le susurró al oído una sedosa ráfaga en italiano, mientras sus dedos vagaban posesivamente por su muslo.
– Si, eso suena bastante caliente. -Ella abrió un ojo. -Que quiere decir?
– Creo que pierde algo con la traducción. Porque no te lo demuestro?
CAPITULO 21
Julianna irrumpió en su casa en la ciudad, arrojando a un lado su bolso de viaje. Las horas transcurridas desde la fuga no le habían enfriado la furia, pero habían sido contenidas bajo el rígido corcho del control. Ahora que estaba de regreso, sola, sin vigilancia, el corchó saltó.
Ella aferró la primera cosa a su alcance, un delgado jarrón de delicada porcelana inglesa, y lo estampó contra la pared con todo su contenido de rosas blancas. El estallido hizo eco en la casa vacía y la arrojó en una oleada de malhumor y destrucción. Estrelló lámparas contra el piso, acertó un gran huevo de cristal en un antiguo espejo, convirtió las ya maltratadas rosas en polvo.
Arrojó por el aire sillas y mesas, estrelló la preciosa vajilla contra la alfombra y la madera hasta que el vestíbulo y el living parecieron una zona de guerra.
Luego se dejó caer en el sofá y hundiendo los puños en los cojines, lloró como un bebé.
Ella quería esos pocos adorables días en la villa. Los necesitaba. Estaba cansada, cansada, cansada de ocuparse de su propio cabello, o de andar sin las simples necesidades de faciales o manicuras.
Y esa puta lo había arruinado todo.
Había tenido que dajar atrás un vestido nuevo de marca y zapatos, y también varias otras cosas apreciadas. Y había perdido su baño de algas y su máscara de barro.
Bueno, eso si los hubiera pagado.
Sollozando, rodó sobre su espalda. Si esa tonta italianita en reservaciones no le hubiera avisado, podría haberse encontrado siendo sacada de la cama por la policía. Exasperante. Humillante.
Pero eso no había sucedido. Para calmarse, Julianna respiró profunda y suavemente como había aprendido en la prisión. No había sucedido porque ella siempre estaba preparada, siempre adelante. Y había sido Eve Dallas la que había perdido esta batalla, como había perdido las otras en esta reciente guerra.
Esto era lo bastante reconfortante para darle a Julianna un ligero ánimo. Imagínate, correr todo el camino hacia Italia para encontrar una suite vacía. Y ese mensajito ingenioso. -si, eso había sido un toque de estilo.
En todo caso, ella había regresado a New York para ocuparse específicamente de enfrentarse contra Eve Dallas. Así que era tonto enojarse y sobreexcitarse cuando la mujer le demostraba que era una rival capaz.
Tan capaz, reflexionó Julianna, que podía ser mejor desaparecer por un rato. Al menos temporariamente. Esta última reflexión la desconcertó. Y todavía…