– No, no. -repitió mientras le masajeaba los hombros. -Es momento de que lo pongamos a un lado hasta mañana. Dar un paso a la vez. -El le frotó la nuca. -Feliz aniversario.
– No lo olvidé. -lo dijo rápidamente, culpable. -Sólo pensé que tal vez podríamos… No lo sé, dejarlo para después de mañana. Hasta después de que termine todo. -Maldijo en voz baja. -Y cuando el infierno esté todo claro, es estúpido. Pero no lo olvidé.
– Está bien, y tampoco lo hice yo. Ah. Ven ahora, tengo algo que mostrarte.
– Estoy un poco sorprendida de que me hables. No he sido un manojo de alegría en el último par de días.
– Querida, realmente te quedas corta.
Ella entró en el elevador con él. -sí, bueno, pero tú tampoco has sido el Sr. Tranquilidad, amigo.
– Indudablemente cierto. No me gusta que alguien cuestione o contradiga mis órdenes y disposiciones, y tampoco a ti. Podemos hacer una tregua?
– Supongo que puedo aceptar una. Adonde vamos?
– Atrás. -dijo él y cuando las puertas se abrieron la empujó afuera.
La holo-sala era un amplio espacio lipio y espejado en negro. Cuando el elevador se cerró detrás de ellos, él la llevó hasta el centro. -Comenzar programa designado, escenario doble.
Y el el negro reverberó, ondulando con colores y formas. Ella sintió el cambio en el aire, una suave y fragante calidez que tenía un tenue rastro de lluvia. Escuchó la lluvia golpear suavemente contra las ventanas que habían aparecido, en el piso de un balcón donde las puertas estaban abiertas para darle la bienvenida.
Y frente a ella, la suntuosa belleza brilló a su alrededor y tomó forma.
– Es el lugar en París. -murmuró ella. -Donde pasamos nuestra noche de bodas. Estaba lloviendo. -Salió por las puertas abiertas, sacó la mano, y sintió la humedad besarle la palma. -Llovía en verano, pero yo quería las puertas abiertas. Quería escuchar la lluvia. Me quedé aquí, justo aquí, y yo… Yo estaba tan enamorada de ti.
Su voz tembló cuando se volvió, mirándolo. -No sabía que podría estar aquí un año después y amarte aún más. -Se secó con las manos las mejillas húmedas. -Sabías que esto me volvería totalmente sensiblera.
– Tú estabas ahí, justo ahí. -Caminó hacia ella. -Y yo pensé, Ella es todo lo quiero. Y ahora, un año después, eres aún más que eso.
Ella se arrojó en sus brazos, aferrándose con los brazos a su cuello, haciéndolos reir a ambos cuando él se vio forzado a retroceder dos pasos para mantener el equilibrio.
– Debería haber estado en guardia. -El rió contra los labios de ella. -Creo que hiciste lo mismo hace un año atrás.
– Sí, y también hice ésto. -Ella separó la boca para pasar sus dientes suavemente por la garganta de él. -Estoy segura de que entonces empezamos a desgarrarnos la ropa el uno al otro camino al dormitorio.
– Entonces en interés de la tradición… -El aferró dos puñados de la espalda de la camisa de ella y tirando con fuerza en direcciones opuestas desgarró la tela.
Ella le hizo lo mismo desde el frente, tironeando hasta que los botones saltaron, hasta que puso las manos en la carne. -Entonces nosotros…
– Ya lo estoy recordando todo. -El pivoteó, apoyándola contra la pared, capturándole la boca mientras le rasgaba los pantalones.
– Botas. -Ella contuvo el aliento, mientras sus manos se afanaban. -No tenía botas.
– Vamos a improvisar.
Ella luchó para sacárselas, mientras sus ropas, o los pedazos de ella, la colgaban como harapos.
Dejó de escuchar la lluvia. El sonido era demasiado sutil para competir con el pulsar de su sangre. Las manos de él eran ásperas, demandantes, corriendo sobre ella en una suerte de posesión feral hasta sólo pudo sentir su piel gritando.
El la condujo hacia la cima donde se encontraron, una cima brutal y cegadora que le aflojó las rodillas. Su boca estaba en la de ella, tragando sus gritos como si pudiera alimentarse de ellos.
Bañada en fuego, ella cayó contra él. Y lo arrastró al piso.
Se volvieron salvajes juntos, rodando sobre el delicado estampado floral de la alfombra, exprimiendo todas las necesidades hasta el dolor y luchando por más.
No había ninguna otra. Ninguna para él más que ella. En la forma en que su piel se humedecía cuando la pasión la arrollaba. En la forma en que su cuerpo se levantaba, se retorcía, se deslizaba. El sabor de ella le llenaba la boca, entrando en su sangre como una violenta droga que prometía el acerado filo de la locura.
El le saqueó los pechos mientras sentía que el corazón de ella galopaba bajo sus labios hambrientos. Mía, pensó ahora como había hecho entonces. Mía.
El tiró de ella para ponerla de rodillas, el aliento tan rasgado como sus ropas. Sus músculos temblaban por ella.
Ella cerró sus puños en el cabello de él. -Más. -dijo, y lo arrastró contra ella.
Ella cayó con él, buscando el botín. Su cuerpo era un pantano de dolores y gloria, demasiado sacudido por sensaciones para separar el dolor del placer. Chocaron uno contra el otro, igualados en codicia.
Ella se dió un banquete con él, con el cuerpo duro y disciplinado, con la boca de poeta, con los hombros de guerrero. Sus manos se ensañaron sobre él. Mío, pensó ahora como había pensado entonces. Mío.
El rodó, sujetándola. Empujó sus caderas con fuerza y entró duro en ella. Duro y profundo. Y se mantuvo ahí, hundido en ella, mientras el orgasmo la arrasaba.
– Hay más. -Sus pulmones aullaron, y el oscuro placer lo cegó cuando ella lo envolvió como un puño. -Ambos tenemos más.
Ella se levantó hacia él, lo envolvió, igualando su empuje desesperado. Cuando la necesidad lanceó a través de él, de su corazón, su cabeza, sus flancos, se dejó ir, y a ella.
El descansaba su cabeza entre los pechos de ella. La más perfecta almohada para un hombre, en su actual opinión. El corazón de ella todavía tronaba, o tal vez era el de él. Sentía una sed abrasadora y esperaba encontrar la energía para saciarla en uno o dos años más.
– Recordé algo más. -dijo ella.
– Hmm.
– No lo hicimos en la cama la primera vez tampoco.
– Finalmente lo hicimos. Pero creo que antes te lo hice en la mesa.
– Yo te lo hice en la mesa. Luego tú me lo hiciste en la bañera.
– Creo que tienes razón. Luego logramos encontrar la cama, donde procedimos a hacérnoslo el uno al otro. Habíamos tomado algo de cenar y un poco de champagne antes de que la mesa fuera tan precipitadamente desalojada.
– Yo comería. -Ella enroscó sus dedos descuidadamente en el pelo de él. -Pero tal vez podamos comer aquí mismo en el piso así no tenemos que movernos mucho. Creo que mis piernas están paralizadas.
El lanzó una risita, y levantó la cabeza. -Ha sido un año hermoso y extraordinario. Vamos, te ayudaré a levantarte.
– No podemos comer aquí?
– Absolutamente no. Ya está todo arreglado. -El se puso de pie, tirando de ella. -Dame un minuto.
– Roarke? Este un regalo realmente bonito.
El le sonrió, y yendo hacia el muro tecleó algo en un panel. -La noche es joven aún.
Un droide que parecía notablemente francés entró rodando un carro cuando el elevador se abrió. Instintivamente Eve puso un brazo sobre sus pechos, y el otro bajo su cintura. Lo que hizo que Roarke riera.
– Tienes el extraño sentido de la modestia. Te buscaré una bata.
– Nunca había visto droides rondando por aquí.
– Asumí que objetarías que Summerset trajera la cena. Aquí tienes.
El le alcanzó una bata. O lo que ella suponía se llamaría una bata si hubiera querido definir algo que en realidad no cubría nada. Era larga y negra y completamente transparente. El sonrió ampliamente cuando ella frunció el ceño ante la prenda.
– Es mi aniversario también, sabes. -El sacó una bata para si mismo, una, notó ella, que apenas le cubría el trasero.
El sirvió el champagne que el droide había abierto, y le ofreció una copa. -Por el primer año, y todos los que seguirán. -Tocó su vaso con el de ella.
El despidió al droide, y ella vió que tampoco había olvidado un detalle con la comida. Ahí estaba la misma suculenta langosta, los tiernos medallones de carne en delicada salsa, la misma brillante colina de caviar que habían compartido en su primera noche de casados.
Las velas brillaban y la música de la lluvia era acompañada por algo que se elevaba con violines y flautas.
– Realmente no lo había olvidado.
– Lo se.
– Lamento haber tratado de dejarlo de lado. Roarke. -Ella se estiró, aferrándole la mano. -Quiero que sepas que no cambiaría nada, ni una cosa de las que han sucedido desde la primera vez que te vi. Ni siquiera todas las veces que me has sacado de las casillas.
El sacudió la cabeza. -Tú eres la más fascinante mujer que he conocido nunca.