La dignidad le impulsaba a rechazar el ofrecimiento, pero se sentía desfallecer y pensó que el café con leche y los churros le permitirían afrontar con más claridad de juicio el interrogatorio a que sin duda se disponían a someterle.
– Otra cosa no digo -exclamó el inspector viéndole devorar con fruición el desayuno-, pero churros como los de Madrid no los hay en el mundo entero.
Mientras pronunciaba esta afable frase, había sacado una hoja suelta del dossier y se la mostraba al inglés. Era la fotografía de un hombre en el acto de pronunciar un discurso con ademán vehemente. Sin ser una buena fotografía ni una reproducción cuidadosa, Anthony reconoció de inmediato al hombre que había conocido en casa del duque de la Igualada. Por fortuna tenía la boca llena y esto le dio una excusa para disimular su turbación y aplazar la respuesta. Aparentando calma sacó el pañuelo, se limpió la grasa de los labios y los dedos y dijo:
– ¿Quién es?
– Su pregunta hace innecesaria la mía, pues me da a entender que no le conoce ni le ha visto nunca -dijo el policía sin apartar la fotografía de los ojos del inglés-. No importa, no pensaba que hubiera ninguna relación entre usted y este sujeto. Pero a veces, no sé, en la tertulia de un café, en casa de amigos comunes…, ya sabe, un encuentro casual… Por lo que concierne a la identidad del personaje -añadió guardando la fotografía en el dossier y cerrando la tapa-, es natural que usted no haya oído hablar de él, pero le aseguro que pocos españoles hay que no puedan darle cumplida referencia.
Hizo un guiño al capitán Coscolluela y a Pilar y a renglón seguido procedió a esbozar el perfil del aludido.
El individuo en cuestión era el hijo mayor de Miguel Primo de Rivera, un general golpista, Dictador en España entre 1923 y 1930. José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia solía utilizar el título de marqués de Estella en los círculos aristocráticos en los que se movía; sus seguidores le llamaban José Antonio a secas o, simplemente, el Jefe. Natural de Madrid, abogado de profesión, soltero; treinta y tres años de edad en el momento actual. Degradado y expulsado del Ejército por haber agredido físicamente a un general en lugar público, yendo ambos de paisano. En 1933 fundó Falange Española, un partido político de orientación fascista. Un año más tarde el partido se fusionó con el grupo de Ramiro Ledesma Ramos denominado Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas, o, más simplemente, las JONS, de orientación similar, más radical en sus planteamientos. Al cabo de poco se produjo la ruptura, Ramiro Ledesma abandonó la formación y por convicción o por despecho lanzó una virulenta campaña de descrédito contra la Falange y contra su Jefe, acusando a ambos de haberse apropiado del programa y de los símbolos de las JONS. De nada le sirvió, porque la mayoría de militantes de este partido habían optado por abandonar a su antiguo líder y permanecieron en el seno de la Falange, pero la escisión fue dolorosa y puso de relieve algunas contradicciones todavía no resueltas en el momento presente. Más tarde, cuando José María Gil Robles parecía destinado a convertirse en el Mussolini español, José Antonio Primo de Rivera le ofreció el concurso de la Falange para consumar el golpe de Estado, pero Gil Robles no se decidió a dar el paso definitivo y declinó la oferta. Estos dos contratiempos convencieron a José Antonio de la necesidad de conducir a la Falange al combate sin contar con más fuerzas que las propias. Poco después, este convencimiento le llevó a rechazar una posible alianza con José Calvo Sotelo, monárquico, autoritario, orador brillante y hombre de fuerte personalidad, que se había convertido en el adalid de la derecha más conservadora y pretendía acaudillar el movimiento fascista español. Las relaciones de la Falange con los militares proclives a la sublevación eran cordiales pero fluctuantes: entre ambos sectores predominaba la desconfianza de José Antonio hacia el Ejército, al que culpaba de haber abandonado a su padre, y la desconfianza del Ejército hacia un partido de ideario confuso y actuación errática. La violencia formaba parte del programa de Falange Española desde su fundación. En sucesivos choques con grupos de izquierda, los falangistas habían sufrido bajas y también las habían causado. En las elecciones legislativas de 1933, Primo de Rivera obtuvo un escaño; en las de 1936 se quedó sin él. Desde entonces se habían recrudecido las acciones violentas y, en consecuencia, las represalias.
– No sabemos lo que trama en la actualidad -dijo el teniente coronel a modo de conclusión-, pero ha estado haciendo llamamientos constantes a la rebelión armada y no se descarta que trate de dar un golpe de Estado.
Se frotó las manos y retomó la palabra.
– Se estará usted preguntando, amigo Vitelas -dijo pausadamente-, por qué le contamos cosas que, como extranjero de paso en nuestro país, no son de su incumbencia. Me pondría en un aprieto si hubiera de responder a esa pregunta. Sin embargo, desde el primer día, cuando hablamos en el tren, he tenido el convencimiento de que, aun siendo inglés, siente usted algo muy especial por España y no desea verla, por así decir, envuelta en llamas. ¿Me equivoco?
– No -repuso Anthony-, está usted en lo cierto. Llevo a España muy cerca del corazón. Lo que no implica que deba inmiscuirme en sus asuntos, y menos en cuestiones de alta política. Pero, ya que hablamos de este tema, dígame una cosa: ¿de veras cree que ese tal Primo de Rivera puede dar un golpe de Estado?
El inspector y el capitán Coscolluela intercambiaron una mirada, como si cada uno esperase que el otro tomara la iniciativa del vaticinio. Finalmente, dijo el teniente coronel Marranón:
– Es difícil de contestar. Puede intentarlo, claro. ¿Conseguirlo? No creo. Salvo que cuente con ayuda de fuera. Con sus propias fuerzas no llegaría lejos. En rigor, Falange Española y de las JONS no pinta nada. Los fundadores son unos señoritos ociosos; sus seguidores, un puñado de estudiantes y en los últimos tiempos media docena de pistoleros a sueldo. Los apoya un sector de la carcunda y lo votan las niñas cursis y los pollos pera de Puerta de Hierro. Con todo, no se puede negar su capacidad de acción. Coscolluela, cuente.
El capitán Coscolluela miró a su superior de soslayo, recompuso su expresión, de sumisa a competente, y dijo:
– Los falangistas de José Antonio están organizados en forma piramidaclass="underline" elementos, escuadras, falanges, centurias, banderas y legiones. La unidad más pequeña, un elemento, consta de tres hombres, un jefe y un subjefe. La mayor, una legión, de unos 4.000 hombres. Este sistema les da una gran capacidad de acción en todas las modalidades de lucha armada: como guerrilla y como fuerza de choque, y se adapta a cualquier circunstancia, salvo al campo abierto. El número total de falangistas encuadrados en esta tropa es difícil de precisar. Todos exageran, unos por lo alto y otros por lo bajo, según les conviene. De todos modos, no son tantos como para tomar el poder por sí solos. Primo de Rivera ha ofrecido su colaboración al Ejército en varias ocasiones, si el Ejército o una parte de él se decide a un pronunciamiento. Naturalmente, los militares le han dado con la puerta en las narices. Harán lo que quieran cuando lo estimen oportuno, y ni entonces ni antes ni después quieren saber nada de una facción armada que no reconoce la jerarquía militar, que sólo obedece a un jefe que en su día se lió a mamporros con un general y que pretende imponer sus objetivos políticos al propio Ejército si éste toma el poder. Aun así, no hay que descartar que de producirse un conflicto, el Ejército utilizara a los falangistas como fuerza auxiliar o para acciones concretas poco gratas. Los falangistas no son remilgados. En definitiva, que no sabemos lo que puede pasar. Al margen de todas las consideraciones lógicas, no hemos de olvidar que José Antonio es un memo y un irresponsable, y sus seguidores, unos fanáticos que harían lo que él les dijera sin pararse a pensar. La mayoría son unos críos, exaltados y románticos. A esa edad no tienen miedo a la muerte, porque todavía no saben lo que es. Y el Jefe les ha calentado la cabeza con la mandanga del heroísmo y el sacrificio.