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El Director General de Seguridad guarda silencio con el propósito de que su interlocutor asimile la información y saque sus propias conclusiones antes de pasar de lo general a lo particular.

– Desde siempre, los falangistas han tratado desesperadamente de conseguir armas y este esfuerzo se ha intensificado a raíz de las pasadas elecciones. Además del sufragio de Mussolini, parte del dinero se lo proporcionan algunos ricachones insensatos. Naturalmente, las armas han de adquirirse en el extranjero y pagarse en divisas. Muchos tienen dinero depositado en el exterior, pero lo guardan celosamente. Si pasara algo, ese dinero les garantizaría una supervivencia desahogada. Otros, muy pocos, están dispuestos a cualquier sacrificio por la causa. De éstos, el más conspicuo es su amigo de usted, el duque de la Igualada.

La revelación deja estupefacto a Anthony, no tanto por lo que se refiere a la ideología del señor duque, como por el hecho de haberle sido ocultada de un modo deliberado. Este efecto no pasa inadvertido a los otros: el Director General y el teniente coronel intercambian miradas de inteligencia. Mientras el señor Mallol enciende otro cigarrillo con mucha prosopopeya, el teniente coronel le sustituye en las explicaciones.

– En su momento, el duque de la Igualada fue un acérrimo partidario de la Dictadura de Primo de Rivera, de quien era íntimo amigo, y a la caída de éste, trasladó su fidelidad al hijo del dictador. Siempre protegió y ayudó a José Antonio, financieramente y también con su influencia: en los años de ostracismo lo acogió como uno más de la familia. Luego se complicaron las cosas…

– Pero éste es otro asunto -interrumpe el señor Mallol -, lo importante ahora es lo otro.

Según todos los indicios, el duque de la Igualada se dispone a sacar de España una fuerte suma de dinero con destino a la compra de armas. Su hijo mayor lleva un mes viajando por Francia y por Italia. El motivo declarado del viaje son unos supuestos estudios de arte; el verdadero objetivo, tomar contacto con grupos fascistas para organizar la compra y el envío de las armas tan pronto llegue el dinero. El duque no dispone de cuentas en bancos europeos y, según informes fidedignos, no ha realizado ventas ni ha movilizado capitales en España. Pero sin duda trama algo.

– Y en ese preciso instante aparece usted, el hombre más inocente del mundo -dice con sorna el teniente coronel-. Visita al duque, sale de cuchipanda con José Antonio y se camela a la hija, pero no sabe nada de lo que le estamos contando.

– Sabemos que se puso en contacto con usted un marchante de Londres llamado Pedro Teacher -dice el Director General-. ¿Fue a verle en nombre del duque de la Igualada?

– ¿Quién les ha dicho lo de Pedro Teacher?-pregunta Anthony-. Son asuntos privados, propios de mi oficio.

Esta vez responde desde su rincón el capitán Coscolluela.

– Desde hace unos años Pedro Teacher sirve de enlace entre grupos fascistas españoles e ingleses. ¿No lo sabía?

– ¿Cómo lo iba a saber? El no me dijo nada. Pedro Teacher es un hombre conocido en el mundillo del arte en Gran Bretaña, y yo no me meto en política. No tenían ningún motivo para sospechar que detrás de su visita se ocultaba una intriga internacional.

– Entonces, no niega que se entrevistó con Pedro Teacher en Londres hace siete días -pregunta el teniente coronel, y Pilar aguza el oído y endereza la espalda para no perder ni una sílaba de la respuesta.

– Ustedes lo saben tan bien como yo. No perdamos más tiempo, señores. Pedro Teacher vino a verme en nombre de una familia española para proponerme la tasación de la colección de cuadros de dicha familia. Ni Pedro Teacher ni posteriormente los interesados me ocultaron el posible objeto de la tasación: ante la inestabilidad reinante en España, estaban considerando la posible liquidación de una parte de sus bienes con miras a trasladar su residencia al extranjero. Esta intención, por supuesto, no era, ni es, de mi incumbencia. A mí se me pidió una tasación; tasar cuadros es parte de mi profesión.

– Reconoce haber aceptado el encargo -dice el teniente coronel.

– Sí, claro. Soy especialista en pintura española y me tentó la posibilidad de enriquecer mis conocimientos con una colección que supuse de interés. Además, no tenía compromisos de otra índole en Inglaterra y acogí con agrado un pretexto para volver a Madrid.

– Eso fue hace siete días, como usted mismo ha dicho. ¿No es mucho tiempo para hacer una tasación?

– En absoluto. Un cuadro no se puede tasar a la ligera. Hay muchos factores a tener en cuenta, unos artísticos y otros de naturaleza material. Químicos, por ejemplo. O documentales. Además, cada cuadro lleva consigo una pequeña historia y todo contribuye a determinar su autenticidad y, en definitiva, su valor. No se trata únicamente de decir si un cuadro es auténtico o falso. Aparte de las falsificaciones fraudulentas hay alteraciones debidas a restauraciones poco cuidadosas, atribuciones erróneas, copias hechas por el propio pintor, cuadros de taller, etcétera, etcétera. La colección del señor duque es numerosa y las obras pertenecen a distintas épocas. A decir verdad, para llevar a cabo una evaluación rigurosa y exhaustiva se necesitarían meses, quizás un año entero. Yo espero hacerla en menos tiempo, pero no en un abrir y cerrar de ojos.

Esta ponderada exposición es recibida con muestras de deferencia e inmediatamente arrinconada por sus interrogadores, demasiado hábiles para dejarse conducir a un terreno ajeno a su competencia y al asunto que llevan entre manos.

– ¿En cuánto valora usted, grosso modo, la colección de pintura del duque? -pregunta el Director General.

– Es imposible de determinar -responde el inglés-. Como es obvio, su valor económico depende de muchos imponderables. De todos modos, no se confundan: la valoración económica no entra en mis atribuciones ni, en el caso presente, se me pidió tal cosa. Como experto, yo me limito a autenticar la autoría de una obra, o, si es anónima, a atribuirla a un pintor o a una escuela, a una época o a un lugar de origen. Esto, naturalmente, tiene consecuencias económicas, pero sólo a posteriori.

– ¿Aconsejó usted al duque la venta de alguna obra? En Europa. Usted está en contacto con galeristas ingleses y también de otros países.

– Ya les he dicho que no soy marchante de cuadros. En el curso de nuestras conversaciones, ha salido el tema de una posible venta, no lo niego. En estas ocasiones yo me he pronunciado en contra de la operación. El señor duque corroborará lo que les acabo de decir.

– Señor Whitelands -insiste el Director General-, ¿no nos está ocultando algo que deberíamos saber a la luz de lo que le hemos estado diciendo? ¿Posee usted indicios de que el duque se propone efectuar una venta de cierta cuantía en el extranjero? La pregunta no puede ser más clara. Le ruego la responda con la misma claridad. ¿Sí o no?