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Al llegar a este punto, Anthony no pudo contener una cólera paradójicamente exacerbada por el agotamiento y la inanición.

– ¡Esto es intolerable!-exclamó levantándose de su asiento y señalando con un dedo amenazador a todos los presentes-. ¡Ustedes se han comportado de un modo incompatible con su cargo y con su condición de caballeros! ¡No sólo han defraudado la confianza depositada por mí en ustedes, sino que han puesto en manos de un rival algo que me pertenece, causándome un perjuicio material y moral ilimitado! Edwin Garrigaw… ¡valiente autoridad! Ese hombre es un ignorante engreído. ¡En Cambridge le llamaban Violet! Y les diré algo que les producirá sonrojo: hace diez años tuvo la osadía de enfrentarse a Adolfo Venturi y a Roberto Longhi por la atribución de un cuadro supuestamente de Caravaggio, ¿pueden creerlo? ¡A Venturi y a Longhi! No hace falta decir que le dieron un buen revolcón. Pero según parece ese tipo no escarmienta. ¡Yo he visto el cuadro, señores, con mis propios ojos! Yo…

El arrebato cesó tan repentinamente como se había producido y Anthony se derrumbó de nuevo en la butaca, ocultó el rostro entre las manos y rompió a sollozar de un modo ruidoso y espasmódico. Se quedaron anonadados los diplomáticos, mirándose entre sí sin saber cómo resolver aquel embarazoso incidente, hasta que lord Bumblebee detuvo bruscamente su deambular, se encaró con Anthony y con voz serena y decidida dijo:

– Señor Whitelands, deje estas penosas expansiones emocionales para otro momento. Aquí están fuera de lugar, como lo están sus acusaciones. Estos caballeros han cumplido con su deber de diplomáticos y de ingleses. Usted, por el contrario, ha antepuesto sus intereses personales a los de su país. Yo también he leído la famosa carta y ésta es mi conclusión: si lo que allí se cuenta es falso, usted es un estafador o un demente; si es cierto, es usted cómplice de un delito internacional. Así que deje de comportarse como un idiota y escuche atentamente lo que le voy a decir. Por su causa he hecho un viaje muy desagradable. No lo haga más desagradable aún.

Cuando Anthony hubo controlado el torbellino de su desconsuelo, lord Bumblebee acercó una silla a la butaca que ocupaba aquél, se sentó a horcajadas y tomando la pipa por la cazoleta apuntó con la boquilla a la nariz de Anthony mientras clavaba en él una mirada inquisitiva.

– ¿Le suena el nombre de Kolia? ¿Lo ha oído pronunciar en los últimos días?

– No -respondió Anthony-, ni en los últimos días ni nunca. ¿Quién es?

– No lo sabemos -dijo lord Bumblebee levantando la voz para ser oído por todos los presentes-. Caballeros, ahí está el quid de la cuestión. Kolia es el nombre en clave de un agente soviético que opera en España, no sabemos nada más. Puede ser español o extranjero, hombre o mujer, cualquier cosa. No tenemos ningún dato acerca de su identidad ni de sus actividades. Nuestro informante sólo ha podido hacernos llegar un mensaje cifrado, según el cual, el embajador de la Unión Soviética en España fue llamado a consulta por el Komintern con carácter de urgencia e hizo un viaje relámpago a Moscú. Al Kremlin y a la Lubianka, al cuartel general de la NKVD. Como resultado de esta visita, la NKVD cursó órdenes precisas a Kolia…

Lord Bumblebee calló y guardó un silencio cargado de amenaza. Al cabo de un rato, como el silencio se prolongaba indefinidamente, el primer secretario se atrevió a decir:

– Y entonces, ¿qué?

– Entonces, nada -replicó lord Bumblebee en tono tajante, como si la pregunta fuera improcedente.

Un reloj de pared dio la una. Todos los presentes, menos Anthony, comprobaron el correcto funcionamiento de sus respectivos relojes. Hecho esto, lord Bumblebee se frotó las manos.

– Ya va siendo hora de comer, ¿no les parece?

– Cuando usted guste, lord Bumblebee.

Ante el nuevo sesgo que tomaba el cónclave, Anthony se preguntaba si era mejor para él caer en el olvido o aclarar su situación. Finalmente optó por llamar la atención sobre su persona con una discreta tos. Lord Bumblebee sacudió la cabeza y exclamó:

– Por todos los demonios, Whitelands, casi me había olvidado de usted. En fin, como el tiempo apremia, le diré de qué modo ha de proceder. Recapitulando, esto es lo que hay: usted ha de mediar en la venta de un cuadro falso… No me interrumpa, por todos los demonios. De un cuadro falsamente atribuido a un tal Velázquez.

– Perdone, lord Bumblebee, pero…

– Cierre la boca, Whitelands, su opinión me importa un rábano: yo trabajo para el servicio de inteligencia, no para Sotheby's. Quiero decir que el Gobierno de Su Majestad -añadió señalando el augusto retrato con la pipa- tiene puesto en la operación un interés de carácter no artístico. ¿Está claro? Prosigo: según parece, el producto de la venta se invertirá en la compra de armas con destino a grupos fascistas operantes en España. Esto también lo sabe el servicio de inteligencia español, si es que existe algo digno de tal nombre. Ahora, caballeros, presten atención. Lo que voy a decir debe quedar entre estas cuatro paredes. En nombre de Su Majestad, Whitelands, le ordeno proseguir con la venta, dando por auténtico el cuadro, lo sea o no, a fin de que dicho cuadro alcance la máxima cotización posible. ¿Me he expresado con claridad? Oficialmente, nosotros no tenemos conocimiento de estos cambalaches. Si las autoridades españolas descubren la operación y la consideran delictiva, como realmente es, será usted quien pague las consecuencias. Nosotros no intervendremos en su favor, negaremos cualquier conocimiento de los hechos e incluso haber tenido contacto con usted. No podemos actuar de otra manera: Inglaterra no se inmiscuye en los asuntos internos de España. Por otra parte, Inglaterra no mantiene relaciones de amistad y cooperación con gobiernos ni con grupos de ideología fascista, pero tampoco tiene una actitud beligerante hacia ellos. Allá cada cual es el lema de nuestra política exterior.

Dio unas furiosas chupadas a la pipa, sacudió la cazoleta sobre un cenicero hasta desprender un emplasto de tabaco y saliva, se guardó la pipa en el bolsillo y añadió:

– Ahora bien, todos los indicios apuntan a una inminente revolución bolchevique en España, y si bien eso continuará siendo un asunto interno, Inglaterra no lo puede consentir. Un país comunista a pocas millas de nuestras costas y con capacidad para controlar el estrecho de Gibraltar es impensable para el mantenimiento del equilibrio de fuerzas en el Continente y en la cuenca del Mediterráneo. Hasta ahora hemos mantenido una entente con los fascistas y nada hace prever un cambio de actitud por parte de Hitler. Mussolini es un fantoche y está entretenido con su ridícula guerra de Abisinia. El enemigo verdadero es la Unión Soviética. Nos guste o no nos guste, en España hemos de apoyar a los fascistas frente a los marxistas. Creo haber hablado de un modo prístino. ¿Alguna pregunta?

Como el asunto no iba con ellos y las órdenes procedían de la autoridad superior, los diplomáticos expresaron su total conformidad con las palabras de lord Bumblebee y aseguraron tenerlo todo claro. Anthony tampoco dijo nada. Para él la disyuntiva era clara: obedecer a lord Bumblebee o perder la protección de hecho de la Embajada y caer de inmediato en manos del teniente coronel Marranón. Como, por otra parte, seguía convencido de la autenticidad del Velázquez, le convenía todo cuanto favoreciera la revelación de la obra asociada a su nombre, fuera cual fuese el objetivo último de la venta. En el fondo, los acontecimientos habían tomado un giro positivo para éclass="underline" como a partir de aquel momento actuaba conforme a los deseos explícitos del Gobierno británico, podía contar con el apoyo de éste, siquiera velado e indirecto, a su persona y a sus planes.