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– No se descomponga, Whitelands. Ésta era la mala noticia. La buena se la dará nuestro amigo Garrigaw. Cuando gustes, Edwin.

El viejo curador dejó pasar unos segundos dedicados a saborear de antemano el triunfo que se disponía a mostrar.

– La buena noticia, Whitelands, es que el cuadro no era un Velázquez. No se sulfure antes de haberme oído. En primer lugar, su honorabilidad y su prestigio académico están a salvo. No era una falsificación y, dadas las condiciones en que usted efectuó el examen, la atribución es comprensible. Le diré más: sus hipótesis no andaban desencaminadas. Estoy muy impresionado.

– Por favor, Garrigaw -dijo Anthony con un hilo de voz-, explíquese.

– Ya va, ya va. Si no recuerdo mal, usted había identificado la figura del cuadro, un desnudo femenino, con doña Antonia de la Cerda, esposa de don Gaspar Gómez de Haro. Seguramente tenía razón y, de ser así, esto vendría a confirmar la identidad de la mujer que posó para la Venus de Rokeby. Un descubrimiento importante, Whitelands. Si puede demostrarlo, le auguro un éxito resonante en nuestro cicatero círculo. Pero el segundo retrato, el que usted vio, no lo pintó Velázquez, sino su ayudante.

– ¿Martínez del Mazo?

– No. Juan de Pareja. Para quienes no sepan de quién se trata -dijo abarcando a los presentes-, les diré que era un moro, un esclavo adquirido en Sevilla, que trabajó en el taller de Velázquez durante muchos años, desde el principio de la carrera artística de éste, y con el que aprendió los rudimentos técnicos de la pintura. Velázquez le apreciaba en el aspecto profesional y también en el personal, pues se hizo acompañar por él en los dos viajes a Italia. Se ignora la fecha exacta y el lugar de nacimiento de Juan de Pareja -continuó la explicación profesoral del viejo curador-. pero era más joven que Velázquez. Dotado de cierto talento natural, no sólo aprendió de su amo, sino de los grandes maestros italianos que tuvo ocasión de ver e incluso conocer en Italia. Pintó algunos retratos y cuadros de tema religioso; por su condición de esclavo, no pudo exhibirlos en vida, pero hoy se pueden ver en el Prado, en Valencia e incluso en museos internacionales. Dada la proximidad de Velázquez, es lógico que sufriera una gran influencia de éste, por lo que en varias ocasiones algunas obras de Pareja han sido atribuidas por error a Velázquez.

Hizo una pausa para que esta última insinuación calara en el ánimo de sus oyentes y luego continuó en el mismo tono didáctico.

– En el segundo viaje a Italia -continuó Edwin Garrigaw-, Velázquez retrató a Pareja A su vuelta, el retrato se quedó en Italia y actualmente está en Inglaterra, en la colección de sir William Hamilton. Yo lo he visto y les puedo asegurar que es una obra de la máxima calidad. Tal vez ustedes hayan visto copias. Si es así, sabrán cómo era Juan de Pareja: guapo a más no poder. Piel oscura, ojos ardientes, cabello ensortijado, porte altivo. Dicen que Velázquez lo pintó como ejercicio previo antes de retratar al Papa Inocencio X. Yo no opino igual. En 1650 Velázquez había pintado muchos retratos de Felipe IV y de la familia real; no necesitaba entrenamiento ni le faltaba seguridad. Simplemente, pintó a Juan de Pareja porque estaba harto de pintar cardenales y porque eran amigos y compinches. Por eso le dio la carta de libertad. Si en Madrid Velázquez había pintado a la mujer de don Gaspar Gómez de Haro como Venus, es probable que la modelo y el ayudante del pintor trabasen conocimiento y sin duda de ahí surgió algo más. Juan de Pareja la pintó a escondidas, como pintaba todos sus cuadros. Tal vez corrieron rumores por Madrid, y como de los crímenes de un esclavo responde el amo, Velázquez y Pareja salieron huyendo a Roma.

Guardó silencio y se quedó mirando a Anthony, a la espera de su reacción.

– De dónde saca esta teoría, Garrigaw? Ni siquiera llegó a ver el cuadro.

– Pedro Teacher lo sabía. Nunca se lo dijo a nadie y no sé cómo lo averiguó. Después de su muerte, el servicio de inteligencia británico registró la galería y la casa de Londres y encontró la documentación. Esta misma mañana nos lo han comunicado. Si el duque de la Igualada lo sabía o creía de buena fe que el cuadro era de Velázquez, no lo sabemos y, en estos momentos, desaparecido el cuadro, la cuestión carece de importancia.

David Ross, el primer secretario de la Embajada, se creyó en el deber de aportar sus conocimientos.

– Pedro Teacher era un agente al servicio de Alemania. Hace tiempo que lo sabíamos y le seguíamos la pista. Trabajaba para la Abwehr del almirante Canaris. Quizá también para otras potencias. Agente doble. Casi todos lo son.

– ¿Por eso le mataron?

– No creo. Los espías no se matan entre sí. Son colegas. Se ayudan y colaboran si no es en detrimento de sus propios intereses. Y los gobiernos, otro tanto. Si el servicio de contraespionaje descubre un agente, tratan de convencerle de que cambie de bando y generalmente lo consiguen. Gente flexible, como exige su oficio. Un espía vivo es útil, muerto no sirve para nada. A veces su propio Gobierno estima oportuno apartarlos de la circulación. Pero, ya le digo, es raro. No sabemos quién mató a Pedro Teacher, y menos la causa.

– Cuando lo mataron iba a revelarme un secreto importantísimo -sugirió Anthony.

– No le haga caso -replicó David Ross-. Era un bocazas. Seguramente trataba de granjearse su confianza para sacarle información. Estaba preocupado por la venta del cuadro. Sus relaciones con el duque se habían enfriado recientemente y se sentía excluido de una operación que él había organizado con mucho cuidado.

– ¿Y Kolia?

Lord Bumblebee tomó la palabra.

– Nuestros informantes le han perdido el rastro. Y seguimos sin saber su verdadera identidad. A lo mejor Kolia era Pedro Teacher. También podría ser cualquiera de los aquí presentes. Esos malditos espías se meten en todas partes. No importa. Olvídese de Kolia. Desaparecido el cuadro, usted ya no reviste el menor interés. Ni para él, ni para Moscú. Ni para nosotros, si no se ofende.

– Pero intentó matarme.

– No -dijo David Ross-. Si Kolia hubiera querido matarle, usted no estaría presente. Lo de la Puerta de Toledo fue una pantomima. Higinio Zamora Zamorano trabaja para nosotros.

Harry Parker miró el reloj.

– El tiempo pasa -dijo en tono neutro-. Quizá deberíamos irnos, salvo que tenga algo que decir o que preguntar, Whitelands.

Anthony dejó el vaso vacío sobre una mesita auxiliar y se levantó de la butaca. Le dolía la cabeza y tenía el estómago revuelto. Advirtiendo su desazón, lord Bumblebee le puso la mano en el hombro.

– Parker tiene razón. Vuelva a casa, olvídese de Madrid. Es una ciudad sucia, revuelta, la gente no sabe estar en su sitio. Y no se preocupe por su amigo Primo; no le pasará nada. El fascismo es un incordio, pero no es un problema. El problema viene de Rusia. Tarde o temprano Inglaterra habrá de aliarse con Alemania para hacer frente a la amenaza comunista. -Se volvió al retrato de Su Majestad Eduardo VIII y lo señaló con la pipa-. Su Majestad así lo entiende y no oculta sus simpatías por Hitler. Hitler no es un demócrata cabal, es cierto, pero la política no permite hacer distingos. Por eso no es para personas educadas y sensibles como usted, Whitelands. Vuelva a Londres, a sus cuadros y a sus libros. Y pídale perdón a Catherine. Ella le cubrirá de improperios, pero le perdonará. Lo está deseando. Las mujeres son una lata, pero son lo mejor que tenemos. La política, en cambio, es horrible. Los comunistas y los nazis son unos monstruos, y nosotros, que somos los buenos, no pasamos de canallas.

Epílogo