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»Tal era la confusión de mi mente que ni siquiera consideré la posibilidad de que aquel hombre perteneciera al albergo que me tenía retenido y me estuviera tendiendo una trampa.

»-¿Haces la ruta a al-Andalus? -le pregunté-, pues es allí adonde me dirijo. Si Allah, alabado sea, quiere.

»-No es extraño que quieras regresar a tu tierra -respondió él-, pero los genoveses no lo permitirán… Si intentas abordar un navío, morirás.

»-No sé de qué me hablas -le mentí-. Soy el invitado de uno de los albergos más importantes de la ciudad y…

»-Eres su prisionero -me cortó-. Y ahora estás aquí porque mis hombres se las arreglaron para facilitarte la huida.

»-¿Quién eres tú y qué negocio tienes en todo esto? -le pregunté-. ¿Acaso me conoces?

»El mameluco clavó en mí su mirada intensa y dijo:

»-La única razón por la que sigues con vida es que ellos piensan que quizá seas un espía de los venecianos…

»-¿Qué? -exclamé-. ¡Eso que dices es ridículo!

»Aprovechando mi desconcierto, me condujo hasta uno de los atracaderos. Allí estaba amarrado un precioso jabeque con la característica inclinación hacia delante del palo de trinquete. De poco calado, ligero y maniobrable, apropiado para incursiones decididas y huidas rápidas. Pensé que era la nave perfecta para un pirata.

»-Soy el único amigo que tienes en esta ciudad de infieles -me dijo, acercando su boca a mi oreja. Sentí su aliento golpearme a la vez que sus palabras-. Y el único que puede sacarte de ella.

»-¿Quién puede pensar que trabajo para los venecianos?

»-Éste es un mundo extraño, Lisán al-Aysar ibn al-Barrayan ibn Xahin, y se establecen extrañas alianzas. Los genoveses han mantenido en secreto tu reino frente a los ataques de los castellanos. Tienen hombres de gran importancia en la corte de la Alhambra que les han advertido sobre ti. Pero eres afortunado, pues hasta el momento no han decidido si eres un loco o un hombre que trabaja con sus enemigos.

»-¿Y tú cómo sabes tantas cosas?

»-También tengo mis informadores.

»-¿Y qué es lo que buscas?

»-Lo mismo que tú.

»-¿A qué te refieres?

»-Ese Otro Mundo situado más allá del mar… Sé que es real.

»A nuestro alrededor se había formado un muro de silencio. Las personas que caminaban por el puerto eran como espectros situados a una enorme distancia de nosotros.

»Yo no sabía qué decir.

»-¿Tú…?

»-Tengo pruebas de lo que digo. Y una nave que puede sacarte de esta ciudad…

»-¿Pruebas? -musité. Me sentía como en un sueño, pero ya había decidido abandonar toda precaución y seguir a aquel hombre. Cualquier cosa con tal de salir de aquella ciudad.

»-Así es. Si me lo permites te llevaré hasta una isla cercana a Kirit. [5]

»-¿Qué encontraré allí?

»-La demostración de que tu historia es cierta -me dijo.

»-Dices que los genoveses no me dejarán abandonar la ciudad con vida.

»-De momento no corres peligro, pero no deben volver a vernos juntos… hasta la próxima primavera.

»Faltaban dos meses para que empezara la primavera. Yo no deseaba permanecer en Génova más tiempo, pero el mameluco me explicó que el viento propicio para la ruta que debíamos hacer sólo sopla durante las estaciones de primavera y otoño.

»Regresé solo al albergo y les aseguré a mis guardias que me había perdido en medio del tumulto. Pero no me creyeron. Esta vez fui encerrado en el sótano, en un lugar bastante húmedo donde no había ventanas y la única puerta, de madera gruesa, sólo se abría para traerme la comida diaria y llevarse los desechos. Allí pasé los meses siguientes. Durante todo este tiempo no volví a saber nada del mameluco. Hasta que llegó el día marcado.

»Eran altas horas de la noche y oí ruidos de lucha frente a la puerta del local. Me puse en pie y me vestí de inmediato con mis mejores galas. Si había llegado mi final, lo mejor era que me encontrara ataviado para la ocasión. La puerta se abrió y entraron tres turcos sujetando en sus manos unos alfanjes manchados de sangre. Uno de ellos dijo ser servidor de Baba ibn Abdullah y me ordenó que lo siguiera. Caminé en silencio tras sus huellas. Advertí la desaparición de los hombres que montaban guardia frente a la puerta de mi celda, pero no quise preguntar qué había sido de ellos.

»Nos escabullimos por las callejas de Génova, atentos a cualquier grupo armado que pudiera provenir del albergo, y llegamos a la dársena donde nos esperaba el jabeque. Partimos de inmediato. Usamos los remos para salir del puerto, pero una vez en alta mar éstos fueron retirados, y las velas, desplegadas. Disponía de tres mástiles y llevaba un aparejo de velas latinas.

»El viento fue tan bueno que recorrimos la distancia entre Génova y las Cícladas en sólo cinco días. Nuestro destino estaba a veinte leguas al norte de Creta. Los venecianos las llamaban «Islas de Santa Irene», o Santorini. En realidad eran los restos de una única isla a la que le faltaba toda su parte central, que parecía haberse evaporado. Recordé la extraordinaria narración que había traducido. Aquella catástrofe que significó el fin del Imperio de Keftiú. Su flota fue destruida en un instante, dejándolos a merced de sus enemigos, tal y como la diosa Sapas había predicho… Pero ¿qué fue lo que sucedió? ¿Qué suerte de poder mágico pudo hacer desaparecer toda esa inmensa cantidad de roca?

»-Es un lugar desolado… -comenté mientras contemplaba desde la proa aquella tierra calcinada como un hueso arrojado al fuego.

»Baba estaba a mi lado y dijo:

»-¿Sabes qué nombre le dan los griegos a esta isla?

»-No.

»-La llaman «Thera».

»-¿Thera? -dije, impresionado.

»-¿Conoces el significado de esa palabra? -preguntó él a su vez.

»-«Miedo» -respondí.

»-Así es -dijo él.

»- La Isla del Miedo -musité mientras volvía la vista hacia aquellas rocas-. ¡Alabado sea Allah, el altísimo!

»Desembarcamos en la isla mayor. Baba tenía allí un fondeadero que era su base y refugio. Una escarpada línea de arrecifes mantenía el lugar perfectamente escondido. Caminamos hacia el interior. El suelo estaba cubierto por una gruesa costra de cenizas petrificadas. Al cabo de un rato, nos encontramos en una cantera donde trabajaban cuadrillas de lugareños extrayendo aquellas cenizas en bloques. El mameluco me explicó que las tenían en gran estima como material para la construcción.

»-Lo que quiero mostrarte ya está cerca -me dijo.

»Trepamos por un lado de la cantera, hasta una zona que había sido horadada. Algo brillaba en el fondo de uno de los surcos tallados por los trabajadores. El mameluco saltó al interior de la zanja, recogió el objeto y me lo entregó. Lo sostuve entre mis manos temblorosas y lo observé con detenimiento. El fiero sol de aquella tierra le arrancaba reflejos azules. Era un precioso fragmento de cerámica vidriada adornado con dibujos de delfines, pulpos y un navío semejante a una galera. Era parte del revestimiento de una pared y había sido trabajado con una hábil labor de alicatado, digna del mejor de nuestros albañiles.

»Me pregunté, emocionado, si perteneció a algún edificio del puerto desde el que partió Talos para cruzar el océano Tenebroso.

8

– Alabado sea Dios que te ha traído de vuelta a Granada después de tantos peligros -exclamó Ahmed.

– Alabada sea Su Misericordia -dijo Lisán-, pero los riesgos no han hecho más que empezar, pues pienso ir yo mismo en busca de esa Otra Tierra de más allá del mar Tenebroso.

Ahmed abrió la boca para responder a su amigo, pero sus palabras se agolparon y no supo qué decir durante un momento.

– Pero… ¡eso es una locura! Tú no eres un navegante, ni un aventurero. Además, ¿de dónde vas a sacar el dinero? ¿Y la nave?

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[5] Creta, para los turcos.