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– También comentó que oyó a Katie decir «hola», pero quizá no fuera Katie. Es muy fácil confundir la voz de un niño con la de una mujer. ¡No había pisadas! ¡Claro que no! ¿Cuánto pesa un niño de esa edad? ¿Cuarenta kilos?

– ¿Reconoces la voz del niño?

– Se parece mucho a la de Johnny O'Shea.

Whitey asintió con la cabeza y replicó:

– Pero el otro niño no dijo nada.

– ¡Porque no puede hablar, joder! -exclamó Sean.

– ¡Hola Ray! -dijo Brendan cuando los dos chicos entraron en casa.

Ray hizo un gesto de asentimiento. Johnny le saludó con la mano. Se encaminaron hacia el dormitorio.

– Ven un momento, Ray.

Ray miró a Johnny.

– Sólo será un momento, Ray. Quiero preguntarte una cosa.

Ray se dio la vuelta, y Johnny O'Shea, dejando caer al suelo la bolsa de gimnasia que llevaba, se sentó en el borde de la cama de la señora Harris. Ray recorrió el corto pasillo, entró en la cocina y gesticuló con las manos como queriendo decir: «¿Qué pasa?».

Brendan enganchó una silla con el pie, la sacó de debajo de la mesa, e hizo un gesto de asentimiento.

Ray inclinó la cabeza ligeramente hacia arriba, como si oliera algo en el aire, algo que le desagradara. Se quedó mirando la silla y después se volvió hacia Brendan.

– ¿Qué he hecho? -le preguntó por señas.

– Dímelo tú -sugirió Brendan.

– No he hecho nada.

– Entonces, siéntate.

– No quiero.

– ¿Por qué no?

Ray se encogió de hombros.

– ¿A quién odias, Ray? -preguntó Brendan.

Ray le miró como si pensara que estaba loco.

– ¡Venga, dímelo! -insistió Brendan-. ¿A quién odias?

– A nadie -respondió Ray con un signo breve.

Brendan asintió con la cabeza, y le preguntó:

– Está bien. ¿A quién amas?

Ray le lanzó aquella mirada de nuevo. Brendan se inclinó hacia delante, con las manos en las rodillas, y repitió:

– ¿A quién amas?

Ray bajó los ojos, y luego levantó la vista y miró a Brendan. Alzó la mano y señaló a su hermano.

– ¿Me quieres?

Ray, nervioso, asintió.

– ¿Y a mamá?

Ray negó con la cabeza.

– ¿No quieres a mamá?

– Ni la odio ni la quiero -respondió Ray por medio de señas.

– Entonces, ¿soy la única persona a la que quieres?

Ray hizo un gesto de asentimiento con su diminuto rostro y frunció el entrecejo. Sus manos volaron al exclamar:

– ¡Sí! ¿Puedo irme ya?

– No -respondió Brendan-. Siéntate.

Ray se quedó mirando la silla, con la cara enrojecida y airada. Levantó la mirada y contempló a Brendan. Alargó la mano, hizo un gesto con el dedo del medio, y se dio la vuelta con la intención de salir de la cocina. Brendan ni siquiera se dio cuenta de que se había movido hasta que tuvo a Ray cogido por los pelos y poniéndolo en pie. Lo arrastró hacia atrás como si tirase del cordón de un cortacésped oxidado; luego abrió la mano, y Ray se soltó y salió disparado sobre la mesa de la cocina. Se golpeó contra la pared y se desplomó en la mesa, haciéndola caer al suelo con él.

– ¿Me quieres? -preguntó Brendan, sin mirar a su hermano-. Me quieres tanto que mataste a mi novia, ¿verdad?

Sus palabras hicieron que O'Shea reaccionara, tal y como Brendan había esperado que haría. Johnny agarró su bolsa de gimnasia y voló disparado hacia la puerta; sin embargo, Brendan tuvo tiempo de atraparlo. Cogió al pequeño gilipollas por el cuello y lo lanzó contra la puerta de un golpe.

– Mi hermano nunca hace nada sin ti, O'Shea. Nunca.

Echó el puño hacia atrás, y Johnny gritó:

– ¡No, Bren! ¡No lo hagas!

Brendan le pegó tal puñetazo en la cara que oyó cómo se le rompía la nariz. Luego le golpeó de nuevo. Cuando Johnny cayó al suelo, se acurrucó y empezó a escupir sangre sobre la madera. Brendan le gritó:

– ¡Ahora vuelvo a por ti! ¡Vuelvo y te mato a palos, cabronazo de mierda!

Brendan entró de nuevo en la cocina, a Ray le temblaban los pies y las zapatillas le resbalaban sobre los platos rotos. Brendan le abofeteó el rostro con tanta fuerza que Ray se cayó encima del fregadero. Brendan asió a su hermano por la camisa; Ray le miraba fijamente mientras las lágrimas le brotaban de los ojos repletos de odio, y la sangre le empapaba la boca; lo tiró al suelo, le extendió los brazos y se arrodilló sobre ellos.

– ¡Habla! -le ordenó Brendan-. ¡Sé que puedes hacerlo! ¡Habla, jodido monstruo, o te juro por Dios, Ray, que te mataré! ¡Habla!-

Brendan lanzó un grito y le golpeó las orejas con el puño-. ¡Habla! ¡Di su nombre! ¡Dilo! ¡Di «Katie», Ray! ¡Di su nombre!

Los ojos de Ray se volvieron oscuros y sombríos, y la sangre que escupió le cayó en su propio rostro.

– ¡Habla! -le ordenó Brendan-. Si no lo haces, te mataré.

Cogió a su hermano por el pelo de las sienes y le levantó la cabeza del suelo, y la sacudió de un lado a otro hasta que Ray le miró; Brendan le sostuvo la cabeza inmóvil, y observó con atención sus pupilas grises, y en ellas vio tanto amor y tanto odio que le entraron ganas de arrancársela de cuajo y lanzarla por la ventana.

– ¡Habla! -repitió, pero esa vez sólo consiguió emitir un susurro ronco y entrecortado-. ¡Habla!

Oyó cómo alguien tosía en voz alta, y al mirar atrás vio a Johnny O'Shea en pie, escupiendo sangre por la boca y con la pistola del padre de Ray en la mano.

Sean y Whitey subían por las escaleras cuando oyeron el estrépito: los gritos procedentes del piso y el inconfundible sonido de los cuerpos al luchar. Oyeron a un hombre gritar: «Voy a matarte, desgraciado», y Sean sostenía su Glock cuando asió el pomo de la puerta.

– ¡Espera! -le instó Whitey, pero Sean ya había girado el pomo, y cuando entró en el piso se encontró con que alguien le apuntaba el pecho a veinte centímetros de distancia.

– ¡Detente! ¡No aprietes ese gatillo, chico!

Sean observó el rostro ensangrentado de Johnny O'Shea y lo que vio en él le dio un susto de muerte. No había nada, y con toda probabilidad nunca lo había habido. El chico no iba a apretar el gatillo porque estuviera enfadado o asustado. Lo haría porque Sean no era más que una imagen de un juego de vídeo de metro ochenta y cinco, y la pistola era un mando.

– Johnny, deja de apuntarme con esa pistola.

Sean oía la respiración de Whitey al otro lado del umbral. -Johnny.

– ¡Me ha dado puñetazos! -exclamó Johnny O'Shea-. ¡Dos veces! i Y me ha roto la nariz!

– ¿Quién?

– Brendan.

Sean miró a su izquierda, y vio a Brendan de pie junto a la puerta de la cocina, con las manos a los lados, paralizado. Se dio cuenta de que Johnny O'Shea había estado a punto de disparar a Brendan cuando él cruzó la puerta. Podía oír la respiración de Brendan, superficial y lenta.

– Si quieres, le arrestaremos por ello.

– ¡No quiero que le arresten! ¡Lo quiero muerto, joder!

– La muerte es una cosa muy grave, Johnny. Los muertos nunca regresan, ¿recuerdas?

– Ya lo sé -respondió el chico-. Ya sé de qué va todo eso. ¿Piensa usarla?

La cara del chico era un desastre; de la nariz rota no paraba de salir sangre y le goteaba por la barbilla.

– ¿El qué? -preguntó Sean.

Johnny O'Shea señaló la cadera de Sean, y contestó:

– Esa pistola. Es una Glock, ¿verdad?

– Sí, lo es.

– Eso sí que es una pistola, tío. Me encantaría tener una. ¿Piensa usarla?

– ¿Ahora?

– Sí. ¿Va a utilizarla?

Sean, con una sonrisa, respondió:

– No, Johnny.

– ¿Por qué coño sonríe? -replicó Johnny-. Úsela y a ver qué pasa. Será divertido.

Le acercó la pistola, con el brazo extendido, con la boca tan sólo a dos centímetros de distancia del pecho de Sean.