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Entonces, ¿a quién buscaba Brendan? ¿Sería lo bastante estúpido para ocurrírsele atracar la tienda? Jimmy había conocido al padre de Brendan, Ray Harris, Simplemente Ray; por lo tanto, sabía que les corría por los genes una buena dosis de estupidez, pero no existía nadie lo bastante tonto para querer atracar una tienda de East Bucky, situada en el límite de las marismas y con la colina, mientras carga con un hermano mudo de trece años. Además, si había alguien que tuviera cerebro en toda la familia, a Jimmy no le quedaba más remedio que admitir que era Brendan. Era un chico tímido, pero muy atractivo, y ya hacía mucho tiempo que Jimmy había aprendido a ver la diferencia entre la gente que callaba porque desconocía el significado de muchas palabras y la que lo hacía porque era reservada y le gustaba observar, escuchar y comprender. Brendan tenía esa cualidad; uno tenía la sensación de que comprendía demasiado bien a la gente, y que ese hecho le ponía nervioso.

Se volvió hacia Jimmy y sus miradas se cruzaron; el chico le dedicó una sonrisa nerviosa y amistosa a Jimmy, haciendo un gran esfuerzo, como si quisiera compensar el hecho de que estaba pensando en otra cosa.

– ¿Te puedo ayudar, Brendan? -le preguntó Jimmy.

– No, no, señor Marcus, sólo quiero un poco de ese té irlandés que le gusta tanto a mi madre.

– ¿Barry's?

– Sí, eso es.

– Está en el siguiente pasillo.

– ¡Ah, gracias!

Jimmy se volvió a colocar detrás de la caja registradora en el momento en que Pete entraba, apestando todo él al olor rancio característico de quien se ha fumado un cigarrillo a toda prisa.

– ¿A qué hora me has dicho que va a llegar Sal? -le preguntó Jimmy.

– Debe de estar a punto de llegar. -Pete se apoyó en la estantería corrediza de cigarrillos que había bajo los fajos de boletos y soltó un suspiro-. Va muy lento, Jimmy.

– ¿Sal?- Jimmy observo como Brendan y Ray el Mudo se comunicaban por signos; estaban de pie en medio del pasillo central y Brendan llevaba una capa de Barry`s bajo el brazo. -¡Tiene mas de setenta años hombre!

– ¡Ya sé que es por eso por lo que va tan lento! -exclamó Pete-solo hablaba por hablar. Si a las ocho de la mañana hubiéramos estado aquí él y yo en vez de nosotros dos, Jim… aún estaríamos colocándolo todo.

– Por eso lo pongo en turnos en los que no hay tanto trabajo. Bien, de todas maneras, esta mañana no nos tocaba a ti y a mí, o a ti y a Sal. En teoría, teníais que ser tú y Katie.

Brendan y Ray el Mudo habían llegado hasta el mostrador y Jimmy, que Brendan hacía un gesto raro al oír que pronunciaban el nombre de Katie.

Pete salió de detrás de los estantes de cigarrillos y le preguntó:

– ¿Eso es todo, Brendan?

– Yo… yo… yo… -tartamudeó Brendan y después miró a su hermano pequeño-. Creo que sí. Espere que se lo pregunte a Ray.

Empezaron a mover las manos por el aire otra vez, y los dos iban tan deprisa que aunque hubieran hablado en voz alta, habría sido muy difícil para Jimmy seguir la conversación. Sin embargo, el rostro de Ray el Mudo, a diferencia de sus manos ágiles y veloces, era como una piedra. Según Jimmy, siempre había sido un niño extraño, más parecido a la madre que al padre, con la vanidad siempre instalada en su rostro, como un acto de desafío. Se lo había comentado una vez a Annabeth, pero ésta le había acusado de tener poca sensibilidad con los discapacitados, aunque Jimmy no estaba de acuerdo. Había algo en la cara inexpresiva de Ray y en su boca silenciosa que uno deseaba sacar a martillazos.

Dejaron de mover los brazos arriba y abajo; Brendan se agachó delante de la estantería de golosinas y cogió una barrita de chocolate CoIeman, lo que le hizo a Jimmy pensar en su padre y en el olor que desprendía aquel año que trabajó en la fábrica de golosinas.

– Y un Globe, también -indicó Brendan.

– Por supuesto, chico -le contestó Pete mientras empezaba a hacer la suma.

– Bueno, pues… yo creía que Katie trabajaba los domingos -Brendan entrego a Pete un billete de diez.

Pete alzo las cejas al apretar la tecla de la caja; el cajón se abrió y le dio en la barriga.

– Estas un poco enamorado de la hija de mi jefe, ¿no Brendan? Sin mirar a Jimmy exclamó.

– ¡No, no, no! -soltó una risa que desapareció tan pronto como le salió de la boca-. Sólo lo preguntaba porque los domingos suelo verla por aquí.

– Su hermana pequeña hace hoy la Primera Comunión -anunció Jimmy.

– ¿Ah, Nadine?

Brendan miró a Jimmy, con los ojos demasiado abiertos y con una sonrisa demasiado ancha.

– Nadine -repitió Jimmy, sorprendido de que Brendan se hubiera acordado del nombre tan fácilmente-. Sí.

– Bien, felicítela de mi parte y de la de Ray.

– Claro, Brendan.

Brendan bajó la mirada hasta el mostrador y asintió varias veces con la cabeza mientras Pete ponía en una bolsa el té y la barrita.

– Bien, bueno, encantado de verles. ¡Vamos, Ray!

Ray no estaba mirando a su hermano cuando se lo dijo, pero empezó a andar de todas maneras; Jimmy recordó una vez más lo que la gente solía olvidar acerca de Ray: no era sordo, sólo mudo. Jimmy estaba convencido de que había muy pocas personas del barrio o en los alrededores que conocieran a alguien como él.

– ¡Eh, Jimmy! -exclamó Pete cuando los hermanos se hubieron marchado-. ¿Puedo hacerte una pregunta?

– Dispara.

– ¿Por qué odias tanto a ese chico?

Jimmy se encogió de hombros y respondió:

– La verdad, no sé si lo que siento es odio, pero… ¡Venga, hombre, no me digas que ese cabroncete mudo no te parece un poco horripilante!

– ¿Ah, es él? -preguntó Pete-. Sí. Es una mierdecilla extraña, siempre mirándote fijamente como si viera algo en tu cara que deseara arrancar. ¿Sabes? Pero yo hablaba del otro. Yo me refería a Brendan. Hombre, el chico parece majo, Tímido, pero amable, ¿sabes lo que te quiero decir? ¿Te has dado cuenta de cómo utiliza el lenguaje de signos con su hermano aunque no tenga que hacerlo? Es como si quisiera que el chico no se sintiera solo; es un gesto muy bonito. Pero Jimmy, tío, cada vez que le miras tengo la sensación de que quieres cortarle la nariz y hacérsela comer.

– ¿Que dices?

– Sí.

– ¿De verdad?

·-Tal como lo oyes.

Jimmy miró por la polvorienta ventana que había encima de la máquina de la Loto y vio que la avenida Buckingham aparecía gris y húmeda bajo el sol de la mañana. Notó aquella maldita sonrisa tímida de Brendan Harris en su propia sangre, como si le picara.

– ¿Jimmy? Sólo estaba jugando contigo. No tenía ninguna intención de…

– ¡Ahí viene Sal! -exclamó Jimmy, de espaldas a Pete y sin apartar la mirada de la ventana, mientras veía al viejo arrastrar los pies y atravesar la avenida camino de la tienda-. ¡Ya era hora, joder!

6. TE DUELE PORQUE ESTÁ ROTO

El domingo de Sean Devine, el primer día de trabajo después de una semana de suspensión de empleo, empezó cuando el sonido del despertador lo sacó de modo repentino de un sueño y le arrancó de él, para darse cuenta luego como se saca a un bebé del útero, al que no le permitirían regresar. No recordaba muy bien los pormenores, tan sólo unos cuantos detalles inconexos, pero tenía la sensación de que en ningún caso había habido un hilo conductor. Sin embargo, el esbozo general del sueño se le había quedado clavado como un alfiler en la parte trasera del cráneo y dejado nervioso durante el resto de la mañana.