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Según tenía entendido, habían encontrado el coche en la calle Sydney que estaba bajo jurisdicción municipal, pero el rastro de sangre llevaba al Penitentiary Park, que al formar parte del territorio nacional estaba bajo jurisdicción estatal. Sean bajó la calle Crescent bordeando el parque y lo primero que vio fue una furgoneta aparcada a media manzana de allí; pertenecía a la unidad de especialistas de supervisión de la escena del crimen.

A medida que se acercaba, vio a su sargento, Whitey Powers, a unos metros de distancia de un coche que tenía la puerta del conductor entreabierta Souza y Connolly, que tan sólo hacía una semana que habían sido ascendidos al Departamento de Homicidios, examinaban los hierbajos que había alrededor de la entrada del parque con una taza de café en la mano. La furgoneta de especialistas, junto con dos coches patrulla, estaba aparcada en el arcén de grava; el equipo de Inspección examinaba el coche y lanzaba miradas asesinas a Souza y Connolly por pisotear posibles pruebas y por lanzar al sueIo la tapa de las tazas de poliestireno.

– ¿Cómo va eso proscrito? -Whitey Powers alzó las cejas con un gesto de sorpresa- ¿Ya te han avisado?

– Si- respondió Sean. Sin embargo, no tengo compañero, sargento. Adolph esta de baja.

Whitey Powers asintió con la cabeza y añadió:

– Tú te pillas la mano y ese alemán inútil se coge una baja sin avisar -rodeó a Sean con el brazo-. Mientras estés a prueba, vendrás conmigo, chico.

Así era cómo iban a ir las cosas: Whitey se encargaría de vigilar a Sean hasta que los jefazos del departamento decidieran si satisfacía o no los requisitos.

– ¡Y eso que parecía un fin de semana tranquilo! -exclamó Whitey, mientras hacía que Sean se volviera hacia el coche con la puerta entreabierta-o Ayer por la noche, Sean, el condado entero estaba más tranquilo que un gato muerto. Apuñalaron a una persona en Parker Hill, a otra en Bromley Heath, y a un universitario le golpearon con una botella de cerveza en Allston. Sin embargo, no hubo ninguna víctima mortal y los federales se ocuparon de todo. ¿Sabes qué hizo la víctima de Parker Hill? Entró por sus propios medios en la sala de urgencias del Hospital General de Massachusetts, con un gran cuchillo de carnicero en la clavícula, y le preguntó a la enfermera de recepción dónde estaba la máquina de Coca-Cola en aquel cuchitril.

– ¿Se lo dijo? -preguntó Sean.

Whitey sonrió. Era uno de los hombres más inteligentes del Departamento Estatal de Homicidios y siempre lo había sido; así pues, sonreía mucho. Sin embargo, debió de haber recibido la llamada mientras no estaba de servicio, ya que llevaba pantalones de chándal, la camiseta de hockey de su hijo, una gorra de béisbol puesta del revés, sandalias de color azul tornasolado sin calcetines, y la placa de oro le colgaba de una cinta de nailon por encima del jersey.

– ¡Me gusta tu camiseta! -exclamó Sean.

Whitey le dedicó otra de sus sonrisas relajadas mientras un pájaro del parque volaba formando un arco por encima de ellos; soltó un graznido tan estridente que le golpeó a Sean en la columna vertebral.

– ¡Ya ves! Hace tan sólo media hora estaba en el sofá de mi casa.

– ¿Viendo los dibujos animados?

– No, lucha libre. -Withey señaló los hierbajos y el parque que se extendía más allá-. Supongo que la encontraremos en alguno de esos lugares. Sin embargo, aún no habíamos empezado a buscarla, cuando Friel nos dijo que no podemos contarlo a los de Personas Desaparecidas hasta que encontremos el cuerpo.

El pájaro volvió a sobrevolar sus cabezas, un poco mas bajo, y esa vez el desagradable graznido encontró la base del cerebro de Sean y le mordió allí.

– Sin embargo, ¿es nuestro? -preguntó Sean.

Whitey asintió con la cabeza y añadió:

– A no ser que la víctima consiguiera salir del parque y haya palmado en medio de la calle.

Sean alzó los ojos. El pájaro tenía una gran cabeza y patas cortas escondidas bajo el pecho, blanco y con rayas grisáceas en el centro. Sean no reconoció la especie, aunque tampoco es que pasara mucho tiempo en medio de la naturaleza.

– ¿Qué es? -preguntó.

– Un martín pescador norteamericano -contestó Whitey.

– Y una mierda.

El sargento alzó una mano y exclamó:

– ¡Te lo juro por Dios, tío!

– Veías muchos documentales de animales de pequeño, ¿no?

EI pájaro dejó escapar otro graznido estridente y a Sean le entraron ganas de pegarle un tiro.

– ¿Quieres echar un vistazo al coche? -preguntó Whitey.

– Antes dijiste que «la» encontraríamos -comentó Sean mientras pasaban por debajo de la cinta policial amarilla y se dirigían al coche.

El equipo de Inspección encontró los papeles del coche en la guantera. La propietaria del coche es una tal Katherine Marcus.

– ¡Mierda! -exclamó Sean.

– ¿La conoces?

– Es posible que sea la hija de un tipo que conozco.

– ¿Algún amigo íntimo?

– No, solo lo conozco de verlo por el barrio. -Sean negó con la cabeza.

– ¿Estas seguro?

Whitey quería saber en aquel preciso momento si Sean deseaba que le asignaran el caso a otra persona.

– Si, respondió Sean-. Completamente seguro.

Llegaron hasta el coche y Whitey señaló la puerta abierta del conductor en el momento en que una experta del equipo retrocedía y se estiraba, arqueando la espalda y con las manos entrelazadas en dirección hacia el cielo.

– ¡No toquen nada, por favor! ¿Quién dirige la investigación?

– Supongo que yo -respondió Whitey-. El parque está bajo jurisdicción estatal.

– Pero el coche se encuentra en una propiedad municipal.

Whitey señaló los hierbajos y terció:

– Pero las salpicaduras de sangre están en una zona que pertenece al estado.

– No lo sé -dijo la experta con un suspiro.

– Hemos mandado a alguien para que lo averigüe -dijo Whitey. Hasta que no tengamos noticias, se trata de un caso estatal.

Sean observó los hierbajos que conducían al parque y supo que, de haber un cadáver, sería allí donde lo encontrarían.

– ¿Qué tenemos hasta ahora?

La experta bostezó y contestó:

– Cuando encontramos el coche, la puerta estaba entreabierta, las llaves puestas y los faros encendidos. El coche se quedó sin batería diez segundos después de que llegáramos al escenario del crimen.

Sean se percató de que había una mancha de sangre en el altavoz de la puerta del conductor. Algunas gotas, oscuras y secas, habían goteado sobre el mismo altavoz. Se agachó, se dio la vuelta y vio otra mancha negra en el volante. Había una tercera mancha, más larga y más ancha que las otras dos, pegada los bordes de un agujero de bala que atravesaba el respaldo de vinilo del asiento del conductor a la altura del hombro. Sean se volvió de nuevo y quedó encarado hacia los matojos que había a la izquierda del coche; estiró el cuello para examinar lo que había alrededor de la puerta del conductor y vio la abolladura reciente.

Levantó la vista hacia Whitey y éste asintió con la cabeza.

– Es probable que el autor del crimen estuviera fuera del coche. La chica de los Marcus, si en realidad era ella la que conducía, le dio un golpe con la puerta. El cabrón ése consiguió esquivar el golpe, le pegó, no sé, quizá en el hombro o en los bíceps. De todos modos, la chica intentó huir. -Señaló algunas hierbas aplastadas hacía poco por alguien que corría-. Pisaron las hierbas mientras se dirigían hacia el parque. No debía de estar herida de gravedad porque hemos encontrado muy pocos restos de sangre en los matojos.

– ¿Cuántas unidades hay en el parque? -preguntó Sean.

– De momento, dos.

La experta del equipo de Inspección soltó un bufido y preguntó:

– ¿Son un poco más listos que ésos dos?

Sean y Whitey siguieron su mirada y se dieron cuenta de que a Connolly se le acababa de caer el café sobre los matojos y estaba allí de pie, maldiciendo el vaso.