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Sean usó el mando a distancia del coche, y cuando estaba a punto de abrir la puerta, oyó decir a su padre:

– ¡Un momento!

– ¿Qué pasa? -se dio la vuelta y vio a su padre junto a la puerta principal, con el torso envuelto en una suave oscuridad. -Hiciste muy bien en no subir a ese coche. Recuérdalo.

Sean se apoyó en el coche, con las palmas sobre el techo, intentando divisar el rostro de su padre en la negrura de la noche.

– Sin embargo, deberíamos haber protegido a Dave.

– Erais unos niños -replicó su padre-o No podíais saber lo que iba a pasar. Y aunque lo hubierais sabido, Sean…

Sean dejó que esas palabras hicieran mella en él. Tamborileó el techo del coche con los dedos y, escudriñando la oscuridad en busca de los ojos de su padre, respondió:

– Eso es precisamente lo que me digo a mí mismo.

– ¿Y bien?

Se encogió de hombros y añadió:

– Creo que deberíamos haberlo sabido, ¿no crees?

Durante un minuto ninguno de los dos pronunció palabra alguna; Sean oyó los grillos entre el siseo de los aspersores automáticos.

– ¡Buenas noches, Sean! -oyó decir a su padre entre el sonido del aspersor.

– ¡Buenas noches! -respondió Sean.

Antes de subir al coche y de alejarse esperó a que su padre entrara en casa.

21. DUENDES

Dave estaba sentado en la sala de estar cuando Celeste regresó a casa. Sentado en una esquina del viejo sofá de piel con dos hileras de cervezas vacías junto al brazo del sillón, sosteniendo una cerveza llena en la mano, el mando a distancia sobre el muslo. Miraba una película en la que todo el mundo parecía gritar.

Celeste se quitó el abrigo en el vestíbulo y notó que el rostro de Dave se apagaba; los gritos se hicieron más altos y aterradores, se entremezclaban con efectos de sonido propios de Hollywood que imitaban el ruido de mesas al romperse y lo que sólo podía ser el estrujamiento de miembros.

– ¿Qué estás viendo? -le preguntó.

– Una película de vampiros -respondió, sin dejar de mirar la pantalla mientras se llevaba la Bud a los labios-. El jefe de los vampiros se está cargando a todos los asesinos de vampiros que habían asistido a una fiesta. Trabajan para el Vaticano.

– ¿Quiénes?

– Los asesinos de vampiros. ¡Joder! -exclamó Dave-. ¡Acaba de arrancarle la cabeza!

Celeste entró en la sala de estar, y miró la pantalla en el preciso instante en que un tipo vestido de negro sobrevolaba la habitación y cogía a una asustada mujer por el cuello y se lo partía.

– ¡Por el amor de Dios, Dave!

– ¡Está muy bien, porque ahora James Woods está cabreado!

– ¿ Quién es James Woods?

– El jefe de los asesinos de vampiros. Es un cabronazo.

En ese momento apareció en pantalla: James Woods con una chaqueta de cuero y unos vaqueros ceñidos; cogía una especie de ballesta y apuntaba al vampiro. Pero el vampiro era demasiado rápido. Lo lanzó de un lado a otro de la habitación como si fuera una polilla; luego, otro tipo entró corriendo en el cuarto y empezó a disparar al vampiro con una pistola automática. No pareció surtir mucho efecto, ya que de repente empezaron a correr por delante del vampiro, como si se hubieran olvidado de dónde estaban.

– ¿Es ése uno de los hermanos Baldwin? -preguntó Celeste. Se sentó en el brazo del sofá y apoyó la cabeza en la pared. -Sí, creo que sÍ.

– ¿Cuál?

– No lo sé. He perdido el hilo.

Celeste les vio atravesar a toda prisa una habitación de motel con tantos cadáveres que Celeste nunca se habría podido imaginar que cupieran en un espacio tan pequeño. Su marido exclamó:

– ¡El Vaticano tendrá que entrenar a otro equipo entero de asesinos!

– ¿Por qué el Vaticano se interesa otra vez por los vampiros?

Dave sonrió y la miró con aquel rostro de niño y los bonitos ojos que le caracterizaban.

– Representan una gran amenaza, cariño. Es bien sabido que roban cálices.

– ¡Roban cálices! -exclamó, sintiendo un deseo irresistible de sentarse junto a él y acariciarle el pelo, ya que no deseaba que aquella tonta discusión pusiera fin al día tan horrible que había pasado-. ¡No lo sabía!

– ¡Y tanto! ¡Son un gran problema! -respondió Dave, apurando la cerveza mientras James Woods, el hermano Baldwin y una chica con aspecto de drogadicta conducían una camioneta a toda velocidad por una carretera vacía con el vampiro pisándoles los talones-. ¿Dónde has estado?

– He ido a dejar el vestido a la funeraria.

– De eso hace horas -replicó Dave.

– Después pensé que necesitaba sentarme en algún sitio para pensar, ¿sabes?

– Pensar -repitió Dave-. ¡Claro, claro! -Se levantó del sofá, se fue a la cocina y abrió la nevera-. ¿Quieres una?

En realidad no la quería, pero contestó: -Sí, vale.

Dave regresó a la sala de estar y le dio la cerveza. Si Dave le abría la lata solía indicar que estaba de buen humor; sin embargo, en aquel momento Celeste no lo tenía muy claro: Dave le había abierto la lata, pero no sabía con certeza si era buena o mala señal.

– ¿En qué has estado pensando? -preguntó.

Al abrir su propia lata hizo mucho más ruido que el rechinar de neumáticos de la camioneta al volcar. -¡ Ya lo sabes!

– No, no lo sé, Celeste.

– En cosas -contestó, tomando un trago de cerveza-. En el día que he pasado, en la muerte de Katie, en Jimmy y Annabeth, y cosas por el estilo.

– Cosas por el estilo -repitió Dave-. ¿Sabes en lo que pensaba yo mientras traía a Michael a casa, Celeste? Pensaba en lo violento que debía de haber sido para él ver cómo su madre se marchaba sin decirle a nadie adónde iba ni cuándo regresaría. Pensé mucho en eso.

– Te lo acabo de decir, Dave.

– ¿El qué? -Se volvió hacia ella y le sonrió de nuevo, pero esa vez no había nada de infantil en la sonrisa-. ¿Qué me has dicho, Celeste? -Que tenía ganas de pensar. Siento mucho no haber llamado, pero estos dos últimos días han sido muy duros para mí. No me reconozco a mí misma.

– Nadie se reconoce a sí mismo.

– ¿Qué?

– En la película pasa lo mismo -apuntó Dave-. No saben ni quién es la gente de verdad ni quiénes son los vampiros. Ya lo he visto muchas veces. El hermano Baldwin ése acabará por enamorarse de la chica rubia, a pesar de que sabe que la han mordido. Ella se convertirá en vampiro, pero a él no le importa, ¿de acuerdo? Porque la ama, por muy vampiro que sea. Ella le chupará la sangre y lo convertirá en un muerto viviente. El vampirismo consiste en eso, Celeste: tiene su atractivo, por mucho que sepas que te matará, que condenará tu alma para la eternidad y que tendrás que pasarte el resto de tu vida mordiendo el cuello a la gente, escondiéndote del sol y de las brigadas del Vaticano. Quizá un día te despiertes y hayas olvidado en qué consiste ser humano. Si eso sucede, seguro que te acostumbras. Te han envenenado, pero ese veneno no es tan malo una vez que te has habituado a vivir con él. -Apoyó los pies en la mesa auxiliar y tomó un largo trago de cerveza-. De todos modos, eso es lo que pienso.

Celeste se quedó inmóvil, sentada en el brazo del sofá y observando a su marido.

– Dave, ¿de qué coño me estás hablando?

– De los vampiros, cariño. De los hombres lobo.

– ¿De los hombres lobo? Lo que dices no tiene ningún sentido.

– ¿Ah no? Piensas que maté a Katie, Celeste. Eso sí que tiene sentido, ¿verdad?

– Yo no… ¿Qué te ha hecho pensar eso? Manoseó la lata con los dedos y contestó:

– Antes de marcharte eras incapaz de mirarme a los ojos en la cocina de Jirnmy. Sostenías el vestido como si ella aún estuviera dentro y no te atrevías a mirarme. Empecé a pensar en ello. ¿Por qué motivo me rechazaba mi propia esposa? Entonces lo vi claro: Sean. Te dijo algo, ¿verdad? Sean y esa rata que tiene por compañero te han estado haciendo preguntas.