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Eso dejaría desprotegida la selva, pero no les quedaba más remedio.

– Perdóname por señalar lo obvio -objetó William-, pero traerlos aquí es una terrible equivocación.

– El terreno elevado en la brecha nos favorece -explicó Thomas-. Los atacaremos allí.

– Entonces los enfrentarás antes de que lleguen los refuerzos.

– Podemos contenerlos. No tenemos alternativa.

– Siempre tenemos alternativa -cuestionó William.

Así era siempre con él, siempre desafiando. Thomas había previsto esta discusión y, en este caso, estaba de acuerdo.

– Dile a Ciphus que prepare la tribu para la evacuación a uno de los poblados del norte. Él objetará, porque no está acostumbrado a la posibilidad de perder una batalla. Y con la Concurrencia a solo una semana, gritará que es sacrilegio, por tanto quiero que se lo digas estando Rachelle presente. Ella se asegurará de que él escuche.

– ¿Yo, al poblado? -volvió a objetar William, enfrentándolo-. Envía a otro mensajero. ¡No me puedo perder esta batalla!

– Regresarás a tiempo para gran parte de la batalla. Dependo de ti, William. Ambas misiones son importantísimas. Tú tienes el caballo más veloz y eres el más indicado para viajar solo.

Aunque William no necesitaba elogios, eso lo calló delante de los demás.

Thomas se dirigió a Suzan, su exploradora más confiable, una joven de veinte años que podía detener por sí sola a diez hombres adiestrados. Tenía la piel oscura, como casi la mitad de los habitantes del bosque. Sus variadas tonalidades de piel también los distinguían de los miembros de las hordas, que eran blancos por la enfermedad.

– Lleva a dos de nuestros mejores exploradores y corre a los desfiladeros del sur. Te uniremos con la fuerza principal en dos horas. Quiero posiciones y ritmo cuando yo llegue. Deseo saber quién dirige ese ejército aunque tengas que bajar y arrancarle tú misma la capucha. En particular necesito saber si se trata del hechicero Martyn. Quiero saber cuándo se alimentaron por última vez y cuándo esperan volver a alimentarse. Todo, Suzan. Dependo de ti.

– Entendido, señor -asintió ella y fustigó el caballo-. ¡Arreeee!

El semental se desbocó colina abajo con William en veloz persecución.

Thomas miró fijamente las hordas.

– Bien mis amigos, siempre hemos sabido que esto iba a llegar. Ustedes se dispusieron para la pelea. Parece como si Elyon nos hubiera traído nuestra lucha.

Alguien se burló. Todos aquí morirían por las selvas. No todos morirían por Elyon.

– ¿Cuántos hombres en este escenario? -preguntó Thomas a Mikil.

– Sin las escoltas que fueron a traer a las otras tribus para la Concurrencia, solo diez mil, pero cinco mil de ellos están en el perímetro de la selva -respondió Mikil-. Tenemos menos de cinco mil para entrar a la batalla en los desfiladeros del sur.

– ¿Y cuántos para interceptar estas bandas más pequeñas que tratan de distraernos?

– Tres mil -anunció Mikil encogiendo los hombros-. Mil en cada paso.

– Enviaremos mil, trescientos para cada paso. El resto irá con nosotros a los desfiladeros.

Todos se quedaron en silencio por un momento. ¿Qué posible estrategia podría anular probabilidades tan increíbles? ¿Qué palabras de sabiduría podría brindar el mismo Elyon en un momento de tanta seriedad?

– Tenemos seis horas antes de que se ponga el sol -añadió Thomas, haciendo girar su caballo-. Corramos.

– No estoy seguro de que veamos la puesta del sol -comentó uno de ellos.

Ninguna voz discutió.

2

CARLOS MISSIRIAN miró a Thomas Hunter.

El hombre yacía de espaldas, durmiendo en un revoltijo de sábanas, sin nada más puesto que unos calzoncillos bóxer. El sudor empapaba las sábanas. Sudor y sangre. ¿Sangre? Mucha sangre embadurnada sobre las sábanas, parte seca y parte aún húmeda.

¿Había sangrado el hombre en su sueño? Estaba sangrando en su sueño. ¿Muerto?

Carlos se acercó un poco más. No. El pecho de Hunter subía y bajaba con regularidad. Tenía cicatrices en el pecho y el abdomen que Carlos no lograba recordar, pero nada que sugiriera las balas que con toda seguridad él le había metido a este hombre en la última semana.

Llevó la pistola a la sien de Hunter y apretó el dedo sobre el gatillo.

3

UN DESTELLO desde el desfiladero. Dos destellos.

Thomas, agachado detrás de una roca grande, se llevó el tosco telescopio a los ojos y revisó a los encostrados encapuchados a lo largo del fondo del cañón. Había creado el catalejo de su recuerdo de las historias, usando una resina de pino y, aunque no funcionaba como deseaba, le daba una ligera ventaja sobre la simple vista. Mikil se arrodilló a su lado.

La señal había venido de lo alto de las hondonadas, donde Thomas había apostado doscientos arqueros, cada uno con quinientas flechas. Mucho tiempo atrás habían comprendido que sus posibilidades las determinaban casi tanto la provisión de armas como la cantidad de tropas.

La estrategia de ellos era sencilla y comprobada. Thomas llevaría mil guerreros en un asalto frontal que chocaría con la línea de vanguardia del enemigo. Cuando la batalla estuviera suficientemente saturada de encostrados muertos, él ordenaría un rápido repliegue mientras los arqueros lanzaran una lluvia de flechas sobre el atestado campo. Si todo salía bien, al menos podrían disminuir la marcha del enemigo obstruyendo el amplio cañón con los muertos.

Doscientos soldados de caballería esperaban con Thomas detrás de una larga fila de rocas. Con un poco de persuasión mantenían los caballos echados en el suelo.

Ya habían hecho eso una vez. Era asombroso que las hordas se estuvieran sometiendo a…

– ¡Señor! -exclamó un mensajero deslizándose detrás de él, jadeando-. Tenemos un informe del Bosque Sur. Mikil se puso a su lado.

– Continúe. En voz baja por favor.

– Las hordas están atacando.

Thomas se quitó el catalejo del ojo, luego volvió a mirar por él. Levantó la mano izquierda, listo para hacer señas a la responsable de sus hombres. ¿Qué significaba el informe del mensajero?

Que las hordas tenían ahora una nueva estrategia.

Que la situación acababa de pasar de terrible a imposible.

Que el fin estaba cerca.

– Infórmeme del resto. Rápidamente.

– Se dice que es obra de Martyn.

Thomas volvió a quitarse el cristal del ojo. Regresó a él. Entonces a este ejército no lo dirigía un nuevo general, como había sospechado. Desde hace un año le habían estado siguiendo la pista al llamado Martyn. Se trataba de un hombre joven; le hicieron confesar eso una vez a un prisionero. También era un buen estratega; eso lo supieron por los cambios en las batallas. Además sospechaban que él era hechicero y general. Los moradores del desierto no habían manifestado tener religión, pero en su emblema rendían homenaje a los shataikis en modos en que formalizaban de manera lenta pero segura su adoración al serpenteante murciélago. Teeleh. Unos decían que Martyn practicaba magia negra; otros aseguraban que lo guiaba el mismo Teeleh. Fuera como fuera, su ejército parecía estar obteniendo destrezas rápidamente.

Si los encostrados pidieran que Martyn les guiara su ejército contra el Bosque Sur, ¿podría este ejército ser una distracción estratégica? ¿O era la distracción estratégica el ataque sobre el Bosque Sur?

– A mi señal, Mikil.

– Lista -contestó ella; se montó en la silla de su caballo aún asentado en el suelo.

– ¿Cuántos? -preguntó Thomas al mensajero.

– No lo sé. Tenemos menos de mil, pero se están replegando.

– ¿Quién es el encargado?

– Jamous.

– ¿Jamous? -exclamó Thomas dejando de mirar por el telescopio y dirigiéndose al hombre-. ¿Se está replegando Jamous?