Ella había oído eso antes. ¿Dónde lo había oído?
– ¿Crees que unas cuantas flechas y un poco de carne desgarrada tienen mucho que ver con la muerte? Te calmaré el dolor, Rachelle, pero es tu corazón el que me preocupa.
– ¿Cómo me puedes calmar el dolor? Mi piel está gris y aún tengo flechas clavadas en el cuerpo. ¡Estoy muriendo y tú solo te quedas allí parado!
– Eres tan obstinada como Thomas. Tal vez más. Y tu memoria no es mejor que la de él.
Él hablaba tonterías. Una punzada de dolor le recorrió los huesos, ella hizo una mueca.
– Quiero que me escuches atentamente, Rachelle.
Se puso sobre una rodilla y le sujetó la mano con las suyas. No hacía ningún intento por ayudarla o por atenderle las heridas. Él sabía tan bien como ella que ninguno de los dos podía hacer nada.
– Hemos negociado una paz entre los moradores del desierto y los habitantes del bosque. Qurong irá con Johan y conmigo al poblado, donde ofreceremos nuestras condiciones de paz.
El Consejo nunca aceptaría ninguna condición de paz; ¿no sabía eso Justin?
– Thomas permanecerá en el campamento de los moradores del desierto como garantía para transitar con seguridad. Mikil está con Qurong para garantizar la seguridad de Thomas. Cuando el Consejo entienda que un segundo ejército, del doble de tamaño que el que se encuentra al oriente, acampa al otro lado de la selva, acordará la paz. Lo que ocurra entonces debe ocurrir por el niño. ¿Entiendes? Por la promesa del niño.
– ¿Está Thomas en el campamento de las hordas? ¡Lo matarán!
– Mikil tendrá a Qurong y a Johan a cambio. Debe suceder de este modo. No importa lo que ocurra, recuérdalo. No importa cuán terrible ni cuál sea el costo -le dijo e hizo una pausa; luego le puso la otra mano en la cabeza, la presionó y le besó la frente-. Cuando llegue el momento, recuerda estas palabras y sígueme. Será un camino mejor. Muere conmigo, eso te dará vida.
Rachelle cerró los ojos. Quiso gritar. Sintió que el corazón se le iba a salir del pecho, no entendió nada de eso. Ni lo que él dijo ni las propias emociones de ella.
– No quiero morir.
– Encuentra a Thomas. Tu muerte lo salvará.
– ¡No puedo morir! -gritó ella.
– Me están esperando -expresó Justin poniéndose de pie-. Me debo ir.
Se fue a grandes zancadas hasta su caballo y montó en la silla. El corcel relinchó y salió en estampida. ¿La estaba dejando?
– No entiendo -lloró ella-. ¡No me dejes!
– Nunca te he dejado. ¡Nunca! -exclamó; sus ojos centellearon con ira, luego se llenaron de lágrimas-. Pronto estaremos juntos y comprenderás. El espoleó el caballo y entró galopando al cañón.
Ella estaba demasiado asombrada para hablar. ¿La estaba él abandonando?
– Recuérdame, ¡Rachelle! Recuerda mi agua.
– ¡Justin! -gritó.
– ¡Recuérdame!
Esta vez su voz resonó por largo rato mientras él bajaba por el cañón. El eco de la última sílaba de esta palabra, me, pareció terminar en risa. La risa de un niño.
Una risita. Una risita infantil que burbujeaba como un arroyo.
Ella contuvo el aliento. ¡Ya antes había oído ese sonido!
De pronto, la risa aumentó, como si hubiera llegado al final del cañón y decidiera volver aprisa hacia ella. Más y más fuerte, hasta que pareció tragársela por completo.
Algo invisible la golpeó con fuerza. Ella gimió. Todo su cuerpo se sobresaltó y luego se arqueó. Se sacudió en el aire por varios segundos, luego cayó de espaldas en la arena.
El sonido de las risitas lo absorbió el cañón, dejando solo una estela de silencio.
Rachelle tomó una prolongada bocanada de aire y tembló. Pero no de miedo. Tampoco de dolor. Fue de un extraño poder que le permanecía en los huesos.
Su mundo se desvaneció momentáneamente.
Luego regresó con un resplandor. ¿Qué había… qué había sucedido?
Para empezar, Monique se había ido. Probablemente había despertado.
Rachelle se incorporó. Sin dolor. Miró a su lado, impresionada. Donde solo momentos antes sobresalía una flecha había un hueco ensangrentado en su túnica. Se levantó la prenda y se examinó la carne. Sangre, pero solo sangre. Ninguna herida.
Y su piel había perdido la grisácea palidez.
Se puso apresuradamente de pie y, con desesperación, se palpó los lugares manchados. Ni una sola herida. Es más, se sentía tan lozana y descansada como si hubiera dormido toda la noche en perfecta paz. Levantó la cabeza y miró hacia el cañón.
Recuérdame.
Un frío le envolvió el cráneo. Eso fue lo que el niño le había hablado mucho tiempo antes de que corriera hacia la ribera del lago y desapareciera en el interior. Simplemente recuérdame, Rachelle, le había dicho.
Me juego demasiado con ustedes.
No podía respirar. ¡Era él! Justin era el niño! Solo que ahora no era un cordero, un león o un niño. ¡Era un guerrero y su nombre era Justin! ¿Cómo pudo ella haberlo pasado por alto?
– ¡Justin!
La voz le salió como un chillido. Corrió. Se lanzó sobre la arena, desesperada por alcanzarlo.
– Justin!
Esta vez el grito resonó en el cañón. Pero él había desaparecido. Justin era el niño, y el niño era Elyon. Elyon acababa de tocarla. ¡Le besó la frente! Si ella hubiera sabido…
Rachelle gimió por un terrible dolor que le había llenado la garganta.
– ¡Elyonnnn!
Cayó de rodillas. Los sollozos le hicieron convulsionar el cuerpo. Pánico. Olas de calor que le ruborizaban el rostro. Pero no había nada que ella pudiera hacer. Él estuvo a un paso, y ella no se puso de rodillas para besarle los pies. No se había aferrado a su mano con desesperación.
¡Ella le había gritado!
Se agarró la cabeza y lloriqueó con gemidos silenciosos que le borraron la sensación del tiempo. Luego, lentamente comenzó a volver en sí.
El niño había regresado a ellos. Ella resolló y se esforzó por ponerse de pie. El amanecer había iluminado el cielo.
Su Creador había vuelto a ellos e iba a hacer la paz con las hordas. ¡Era el día de la liberación!
Encuentra a Thomas, le había ordenado Justin.
Ella giró y miró las dunas de arena. Había visto el campamento al oriente. A Thomas lo tenían en el campamento. No podía estar a más de unas pocas horas de distancia, incluso a pie.
Rachelle agarró la túnica y se metió en el desierto, pensando solo brevemente en las otras palabras de Justin. Tu muerte lo salvará, le había dicho. Pero eso no significaba nada.
Ella estaba viva. Elyon la había sanado.
23
THOMAS MIRÓ fijamente el horizonte oriental, donde el sol se levantaba ahora sobre las dunas. El teniente de la guardia del perímetro, Stephen, se hallaba a su lado, sosteniendo las riendas de su caballo. Detrás de ellos, trescientos guardianes del bosque esperaban a lo largo de la línea de árboles. Delante de ellos, el contingente de las hordas esperaba en sus caballos para hacer el intercambio como concordaran. Johan, Qurong, Justin. Y detrás de ellos, mil guerreros encostrados.
Estaban a punto de hacer historia en el desierto. Era extraño pensar que en ese mismo instante él no hacía nada más espectacular en la otra realidad que dormir al lado de Monique en Francia debajo de una roca, soñando.
– No me gusta esto, señor -expresó el teniente-. ¿Los va a dejar simplemente que se lo lleven encadenado?
– No «simplemente», Stephen. Mientras tengan a Qurong y a Martyn, estoy seguro.
Thomas y Mikil habían pasado tres horas cubriendo toda contingencia posible antes de que ella saliera a preparar a los guardianes y al Consejo para la llegada de Qurong y Martyn como acordaran. Solo Mikil, Thomas, el Consejo y Johan sabían la verdad de lo que iba a ocurrir.
Thomas había pasado una noche irregular en espera del alba. No pegó un ojo. A pesar del tono de confianza con Stephen, se hallaba nervioso.