MONIQUE SE hallaba de pie ante un tronco, a diez metros en lo profundo del bosque, pero su mente aún estaba en otro bosque, totalmente en otro mundo.
Cerró los ojos y apretó la mandíbula para aclarar los pensamientos. Realidad, Monique. Vuelve a la realidad.
Pero ese era el problema: la otra era realidad. Los olores, los recuerdos, los paisajes, los sentimientos en su corazón. ¡Todo!
Se quitó completamente los pantalones de color azul claro y los colgó en una rama seca que sobresalía del tronco caído. Apenas lograba ver a la luz de las estrellas y no quería que su única ropa terminara llena de hojas o, peor, de bichos.
Se puso de pie al lado del tronco, vestida solo con sus zapatos tenis llenos de barro y una blusa de algodón, la cual le cubría la ropa interior. No se quitaría los zapatos, no con bichos debajo de las hojas.
El chasquido de gravilla le llegó a los oídos. Se quedó paralizada.
Pero no era nada.
PODÍA OÍRLOS respirar. Se agachó al borde de la cantera y miró la sombra oscura debajo de las ramas que habían inclinado contra la roca. En el extremo izquierdo, las botas de Hunter. Se deslizaría hacia la derecha y metería dos balas en la cabeza de Hunter antes de volver la pistola hacia la mujer. Tendría que ser rápido. Lo mejor es que los dos murieran mientras dormían.
Ya tenían lo que necesitaban de Monique. Fortier y Svensson quizás cuestionaran los acontecimientos, pero no le criticarían la decisión de matarlos, a pesar de que deseaban mantenerla viva. A él lo escogieron por su habilidad para tomar tales determinaciones y sabían suficiente para dejarle la seguridad en sus manos. Si Carlos decidía que Hunter debía morir, entonces Hunter moriría. Fin del asunto. Se jugaban demasiado para objetar ahora el juicio de Carlos. Matarlos aseguraría que nunca saldría de Francia lo que ellos sabían.
Se movió lentamente, agachado para minimizar su perfil contra el bosque a su espalda. Su principal preocupación era que rodaran piedras, algunas de las cuales chasquearon levemente bajo sus pies, pero no tanto como para despertar a un hombre común y corriente.
Pero, nuevamente, Hunter no era un hombre común y corriente. Sin embargo, se hallaba desarmado y con una mujer a quien sin duda deseaba proteger.
El momento en que la tierra se nivelaba, Carlos corrió en puntillas. Cuatro largos pasos, un rápido giro. El borde oscuro debajo de las ramas se abrió ante él. Se puso sobre una rodilla, extendió el cañón de la nueve milímetros hacia la cabeza del hombre que reconoció como Thomas Hunter y apretó el gatillo.
Un estrépito le resonó en los oídos. El cuerpo se sacudió violentamente. No había un segundo cuerpo.
La revelación de que la mujer no se hallaba aquí le impidió jalar el gatillo por segunda vez. Si no estaba aquí, ¿dónde?
Rápidamente palpó el pulso en el cuello de Hunter, no encontró ninguno, y rodeó corriendo la roca, con la pistola aún extendida. Nada. Rodeó otra roca, pero con cada paso se desvanecía su esperanza de localizarla. Ella no estaba ahí.
Volvió donde yacía Hunter y observó el terreno alrededor. Pequeñas hendiduras en la tierra confirmaban que aquí hubo otro cuerpo. No había señales de los pantalones ni del dispositivo de rastreo. Volvió a palpar el pulso de Hunter y, satisfecho de que el hombre estuviera bien muerto, se paró y examinó el bosque.
Ella había estado aquí hacía menos de cinco minutos. Sacó el receptor y lo encendió. Tardó solo unos segundos en adquirir la señal. Directamente al frente en el bosque. Muy cerca.
Carlos se dirigió allí corriendo.
EL OLOR del azufre se cernía bajo y fuerte sobre el campamento de los encostrados. Habían tardado una hora en llegar al enorme ejército y el sol ya estaba a sus espaldas. Veinte guerreros montaban a cada lado de Thomas cuando se acercaban al mismo sitio en que él había negociado su traición con Johan menos de veinticuatro horas antes.
Thomas se había bañado la noche anterior con una cantimplora y ahora le habían dejado una cantimplora adicional, la cual le colgaba del cinturón. No la bebería, sino que se bañaría con ella si la reunión en el Consejo duraba más de un día. Justin llegaría en la noche. El Consejo oiría el asunto y el cambio terminaría con la muerte de Qurong. Por la mañana, Johan sería intercambiado por Thomas en el perímetro de la selva. Pero si había alguna demora, él podría necesitar el agua.
Mientras tanto, lo habían consignado a pasar el resto del día y la noche en esta maldita…
Algo le golpeó la cabeza.
Se enderezó violentamente y se retorció en la silla. Nada. Pero la cabeza le retumbaba como si la golpeara un mazo. El dolor se le extendió por la columna. Comenzó a desenfocarse.
Supo entonces que algo había sucedido en la otra realidad. Carlos los había hallado. Le habían disparado. ¡En la cabeza!
De repente el mundo de Thomas empezó a girar y a oscurecerse. Sintió que se caía del caballo. Oyó que su cuerpo chocaba con la tierra.
Su último pensamiento fue que su suposición resultó correcta. Si moría en una realidad, también moría en la otra.
Luego todo se hizo negro.
MONIQUE TENÍA los pulgares enganchados a su ropa interior cuando el silencio de la noche explotó con un terrible estruendo.
Instintivamente se irguió. ¡Detrás de ella! ¡Un disparo en la cantera! Giró, los dedos aún enganchados, el corazón latiéndole con fuerza.
Los árboles le obstaculizaban la mayor parte de la visión, pero miró por debajo de una rama que tenía encima de la cabeza y en un horripilante momento vio lo que había acontecido. Una figura siniestra se ponía en pie en el cobertizo, luego corría alrededor de la roca, pistola en mano.
¡Carlos! ¡Tenía que ser Carlos! Los había seguido. Y le acababa de disparar…
Monique se llevó la mano a la boca y ahogó un grito. ¡Thomas!
Casi corre hacia él, pero inmediatamente supo que no podía… no con Carlos tan cerca. ¡Le había disparado a quemarropa! Nadie podría sobrevivir a eso.
Monique se quedó paralizada por el horror. ¿Cómo podía acabar de este modo la vida de Thomas? ¿Volvería? No, ¡él le había dicho que sus sueños ya no lo sanaban! ¿O era eso algo de lo que ella se había enterado en su propio sueño? A ellos les aterraba que a Thomas lo mataran aquí, porque sin duda eso significaría que también moriría allá.
Carlos volvió a rodear la roca, se puso de rodillas y revisó el pulso de Thomas. Esto lo confirmaba. Thomas estaba muerto.
Monique luchó con una horrible ola de pánico. ¡Tenía que alejarse! Carlos ya la había buscado en la cantera… y supondría que se había ido a los árboles…
Entonces salió corriendo, en las puntas de los pies, por el bosque hacia la granja distante. Las hojas se doblaban bajo los pies de ella. ¡Demasiado ruido! Se detuvo, miró hacia la cantera, vio que Carlos aún se hallaba inclinado en el refugio. Él no la había oído.
Ella se movió rápidamente, pero ahora con tanto silencio como pudo.
¡Los pantalones! No, no había tiempo para regresar.
Monique ya estaba a mitad de camino alrededor de la cantera cuando vislumbró a Carlos a través de las ramas, corriendo hacia la sección del bosque que ella había ocupado solo un minuto antes. ¿La habría visto?
¡Corre! Corre, Monique, directo a través de la cantera, ¡atraviesa la pradera hacia la casa de la granja!
No, no debía hacer eso. Es más, debía hacer lo opuesto. Debía detenerse. Monique se deslizó detrás de un árbol, respiró hondo y lentamente contuvo el aliento. La noche estaba tranquila. Ningún crujido de hojas ni de ramitas partiéndose desde donde había corrido. ¿Qué estaba haciendo Carlos? ¿Esperando?
Ella se quedó quieta durante lo que le pareció una hora, aunque tal vez no pasaron sino unos cuantos minutos. La visión se le hizo borrosa por las lágrimas. Pensar en Thomas tendido allí, sangrando en la tierra, bastaba para hacerla gritar y necesitó toda la fortaleza para sepultar la emoción. Debía sobrevivir. Thomas había arriesgado su vida para ayudarla. Ella tenía información que el mundo exterior necesitaba desesperadamente.