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Monique siguió adelante caminando en puntillas, escogiendo su camino sobre las hojas tan cuidadosamente como le era posible. Recordaba haber visto que esta franja de árboles terminaba en una pradera a su izquierda. La pradera iba directamente hacia la casa de la granja.

Llegar al pasto caminando erguida le tomó solo un minuto. Se detuvo por unos segundos, no oyó ruido de persecución y entró al campo. Quizás Carlos estaba esperando en la cantera a que ella regresara. A diez pasos sintió el horror de quedar al descubierto. ¡Seguramente Carlos la vería si él se hallaba en alguna parte cerca de este lado del bosque! Pero estaba obligada consigo misma.

Comenzó a correr. Si el hombre detrás de ella la había observado, lo único que podía hacer era correr.

Con cada paso se hallaba terriblemente consciente del hecho de que dejaba detrás a Thomas. Trató de pensar en una manera de llegar a él, de llevarlo con ella. ¿No sería posible que aún estuviera vivo?

No, ella tenía que ponerse a salvo. Debía sobrevivir, luego debía llegar a Inglaterra.

Hasta ahora no había visto el Peugeot en la entrada; estacionado frente a la casa, fuera de la vista de la cantera. ¿Podría lograrlo?

Sí, sí podría. Suponiendo que tuviera puestas las llaves, se llevaría el auto y más tarde le explicaría al dueño.

Se acercó agachada. Jaló la puerta. ¡Abierta! Se metió al interior y con frenesí buscó las llaves. En la visera. En el asiento del pasajero. En el portavasos. En el tablero.

Estaban en el encendido. Giró y miró por la ventanilla trasera. Aún sin indicios de persecución. Pero si encendía el vehículo…

Monique cerró suavemente la puerta, oyó el chasquido del pestillo. Sin luces… no se atrevería a usar luces. La entrada estaba suficientemente gris para ver a pesar de no haber luz de luna. Oró porque el auto tuviera un silenciador decente, encendió el motor, puso la palanca en directa y rodó por la tierra, conteniendo el aliento para ayudar al silencio.

Dio cortas curvas antes de salir por detrás de una colina. Aún demasiado cerca para prender las luces. Aún demasiado cerca para acelerar el motor. Él podría oír o ver, incluso a esa distancia. Que ella supiera, ahora Carlos atravesaba corriendo la pradera. Sobre la colina para cortarle el paso.

En el momento en que ella se internó entre los árboles aumentó la velocidad, pero no se atrevió a encender las luces. Sin ellas apenas podía ver. Condujo a diez kilómetros por hora durante un kilómetro. Luego dos. Aún nadie detrás.

Pero eso no era verdad. Thomas estaba detrás. Una imagen de su cuerpo le llenó la mente. Sangrando por la cabeza. Muerto. Se secó los ojos para ver el camino.

Después de cinco kilómetros, Monique prendió las luces y presionó el acelerador hasta el piso.

25

EL MINISTRO Merton Gains ajustó el auricular para darle un descanso a su cuello. Lo habían tenido en espera diez minutos a pesar de que le garantizaron que el presidente recibiría al instante su llamada. «Al instante» siempre significaba una corta espera, pero ¿diez minutos? Este era el nuevo significado de «al instante»… que resultaba después de una semana de golpearse las cabezas contra esta pared de ladrillo llamada Variedad Raison.

Gains siempre temió vagamente que llegarían a algo como esto. Por eso fue que presentó su proyecto de ley para cambiar la manera en que se utilizaban las vacunas en Estados Unidos. Por supuesto, no había previsto una crisis tan extensa y extrema como esta, pero el peligro siempre acechaba. Ahora los había golpeado a traición y sin aviso previo.

Había visto muchas veces las simulaciones de la variedad Raison. Esta crecía de manera silenciosa y luego golpeaba con venganza, reventando células en forma indiscriminada y sistemática. Así exactamente era como se desarrollaría la precipitación política de la crisis, pensó.

En ese mismo instante cien gobiernos se hallaban al borde de acabar con el silencio que habían llevado tan lejos. Mil periodistas estaban husmeando y empezando a hacer preguntas que nadie podía contestar. Los laboratorios genéticos del mundo trabajaban horas extras y los miles de científicos relacionados con la variedad Raison ya estaban murmurando.

Eso no incluía el personal militar que había estado involucrado en el movimiento masivo de equipo hacia los puertos orientales. Los habían entrenado para guardarse sus inquietudes y mantener firmemente cerrada la boca. Pero en total más de diez mil personas se hallaban ahora implicadas directamente con la variedad Raison y la mayoría sospechaba que el nuevo virus que había sido restringido a una pequeña isla al sur de Java no estaba tan aislado como todos creían.

El día anterior Gains había recibido una llamada de Mike Orear con la CNN. El hombre estaba encima de ellos. No dijo cómo dio con la información, pero sabía que los terroristas habían liberado un virus de alguna clase y amenazaba con publicar la historia en veinticuatro horas si el presidente no confesaba. Gains hacía todo lo posible por contener al hombre. No podía negarse muy bien a hacer comentarios y una negativa completa podría hacer reaccionar a Orear. Gains había amenazado al hombre con una larga lista de violaciones a la seguridad nacional, pero al final era evidente que este sabía demasiado. Finalmente, Orear aceptó callar hasta que Gains hablara con el presidente.

Eso fue veinticuatro horas antes y, sorprendentemente, el presidente había parecido ambiguo acerca de la posibilidad de que la CNN contara la historia. Cuando se diera la noticia, esta se desbordaría y ahogaría al mundo. Únicamente Dios conocía el final.

Solo había una manera de atenuar la noticia.

– ¿Merton? -exclamó la voz del presidente, agarrándolo desprevenido.

– Sí, hola, señor presidente. Yo, este… acabo de hablar por teléfono con Inglaterra, señor.

– No quiero presionar, pero estoy atrasando una reunión con la Organización Mundial de la Salud.

– Sí, señor. Acabo de hablar con Monique de Raison. Me llamó desde Dover hace como veinte…

– ¿Está viva?

– Evidentemente, escapó de un sitio no revelado en Francia. Se las arregló para atravesar el Canal de la Mancha.

– ¿Y Thomas?

– Resultó muerto durante el escape. Solo se oyó un silbido en el auricular.

– ¿Está usted seguro de eso?

– ¿De qué…?

– ¡De Hunter! ¿Está usted seguro de que murió?

– Monique parece estar muy segura.

Gains no había comprendido cuánta preocupación había puesto el presidente en Thomas, y oír la admisión en el tono en que lo oyó le produjo un sorprendente consuelo. Asombra que ciertos aspectos no cambien ni siquiera frente a la crisis.

– ¿Lo tiene ella? -inquirió el presidente.

– Ella cree que sí. Al menos una pista muy fuerte.

– Está bien. La quiero aquí ahora. Póngala en el avión más rápido que tengamos en nuestra base aérea en Lakenheath. Use un F16… use cualquier cosa que tengamos que pueda hacer el vuelo. ¿Están los ingleses al tanto de esto?

– Estoy esperando que devuelvan la llamada.

– ¿Qué devuelvan la llamada? ¡Este no es momento para esperar que devuelvan llamadas! La quiero aquí en cuatro horas, ¿entiende? Y asegúrese de que esté bajo fuerte vigilancia todo el trayecto. Envíele una escolta aérea. Trátela como si fuera yo. ¿Está claro?

– Sí, señor.

26

RACHELLE TREPÓ la duna que divisaba el campamento de las hordas cuando el sol se hallaba bien alto en el cielo oriental.

Encuentra a Thomas, había dicho Justin. Las palabras la habían obsesionado mientras andaba a tropezones sobre la arena. No importa cuán terrible, había dicho él. ¿Qué podría ser tan terrible?