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Oyeron el primer indicio de problemas cuando pasaron los portones, el inequívoco lamento por los muertos.

– ¿Thomas? ¿Qué pasa?

Él hizo trotar su caballo y atravesó la puerta principal. Las mujeres lamentaban una muerte. Había habido una escaramuza y algunos de sus guardianes resultaron muertos. O había noticias de una batalla en el perímetro occidental. O se trataba de Justin.

El cielo ya estaba gris oscuro, pero el brillo de las antorchas irradiaba un tono anaranjado sobre el lago al final del camino principal. El césped y los senderos estaban vacíos de las típicas multitudes que deambulaban en las noches de la Concurrencia. Había un hombre por acá y una mujer por allá, pero evitaban mirar a Thomas y se hacían los distraídos.

Un grito repentino de agonía resonó a lo lejos. El corazón de Thomas se paralizó.

– ¡Thomas! -exclamó Rachelle frenética. Ella espoleó el caballo y lo pasó al galope, directo hacia el lago.

– ¡Rachelle!

Él no estaba seguro de por qué pronunció el nombre de ella. Pinchó su caballo y ruidosamente pasaron juntos por debajo del paso elevado que dividía el poblado en dos.

Antes de llegar al extremo de la calle vieron el gentío. Una multitud se hallaba en la orilla de espaldas al poblado, mirando hacia el lago.

– ¡Tienes que detenerlos! -gritó Rachelle-. ¡Es él!

– ¿Logras verlo?

Ambos caballos se detuvieron y se pararon en dos patas donde terminaba el camino y empezaba la playa. La mujer miró por sobre las cabezas, con ojos desorbitados y angustia en el rostro.

Entonces Thomas vio lo que ella miraba. A la izquierda habían levantado una torre cuadrada de madera, en la orilla. Al lado de la torre, un círculo de miembros de las hordas rodeaban a dos encostrados. El Consejo se hallaba a un lado, Qurong y Martyn en el otro. En el centro había un madero, y de ese madero colgaba un hombre.

Justin.

El brazo de uno los encostrados se echó hacia atrás, luego osciló al frente y golpeó las costillas de Justin. ¡Crac! Una de las costillas se rompió con el golpe. Justin se sacudió violentamente y se combó contra el madero.

– ¡Deténganse! -prorrumpió Rachelle; el alarido desgarró el aire-. ¡Basta!

Ella gimió con un sollozo, apretó la mandíbula y dirigió el caballo entre el gentío.

Los aldeanos, no preparados para las patadas y la embestida del corcel, gritaron y retrocedieron para dar paso al enorme caballo encostrado.

– ¡Retrocedan! Abran paso -gritó Thomas, siguiéndola. El encostrado volvió a golpear a Justin, sin perturbarse por el alboroto.

– ¡Basta! -volvió a gritar Rachelle.

Las personas se separaban frente a ellos como dóminos en caída. Entonces ambos pasaron. Mikil y Jamous se hallaban con varias docenas de guardianes. Otros mil se arremolinaban en el lado norte del lago. El ejército de las hordas esperaba en la orilla en el costado sur. Mujeres y niños lloraban en tono silencioso y escalofriante. Sobre el madero se había acallado el cuerpo casi desnudo de Justin.

No le habían sacado sangre. Thomas había oído hablar de los métodos de tortura empleados por las hordas: Romper metódicamente los huesos de una víctima sin drenarle nada de su vida… su sangre. Querían que el hombre muriera por ahogamiento, y solo por ahogamiento. Una mirada al cuerpo hinchado de Justin hizo obvio que habían perfeccionado la tortura.

Thomas cayó a la arena y corrió hacia delante.

– ¿Qué es esto? ¿Quién autorizó esto?

– Tú -contestó Mikil.

Rachelle sollozó y corrió hacia Justin. Cayó de rodillas, se agarró a los tobillos del hombre y se inclinó de tal modo que el cabello le tocaba los pies fracturados y aporreados del condenado a muerte.

– ¡Quítenla de ahí! -ordenó Ciphus.

– ¡Thomas! -suplicó ella, girando hacia atrás.

Dos de los guardianes saltaron y la arrastraron hacia atrás.

– ¡Es él! Es él, ¿no pueden verlo? -exclamó ella luchando furiosamente con ellos-. ¡Es Elyon!

– ¡No seas ridícula! -objetó bruscamente Ciphus-. Manténganla atrás.

Thomas no podía quitar la mirada del cuerpo martirizado de Justin. Le habían levantado los brazos por sobre la cabeza y amarrado a lo alto del madero. Tenía el rostro hinchado. Los pómulos rotos debajo de la piel. Los ojos estaban cerrados y la cabeza colgaba floja. ¿Cuánto tiempo lo habían golpeado? Era difícil imaginar que él fuera el niño, crecido ahora como adulto; pero, con un poco de imaginación, Thomas creyó ver la semejanza.

– Libéralo -ordenó a Mikil.

Ella no se movió.

– Es una orden. Este hombre no es quien ustedes creen. ¡Quiero que lo liberen de inmediato! Mikil parpadeó.

– Yo creía que…

– Ella no lo puede liberar -objetó Ciphus en voz baja-. Hacerlo desafiaría la orden del Consejo y a Elyon mismo.

– ¡Ustedes están matando a Elyon! -gritó Rachelle.

– Eso es absurdo. ¿Puede morir Elyon?

– Justin, por favor, ¡te lo ruego! Por favor, despierta. ¡Díselo!

– ¡Cállenla! -exclamó Ciphus-. ¡Amordácenla!

Jamous sacó una correa de cuero para amordazarla, pero volteó a mirar a Thomas y se detuvo. ¿Qué les había pasado a todos ellos? ¿Pensaría de veras Jamous en amordazar a la esposa de su comandante?

– ¡Amordázala!

El teniente le deslizó la correa alrededor de la boca y le acalló un grito.

– ¡Thoma… mm! ¡Humm! Justin gimió sobre el madero.

Thomas reaccionó ante la impresión que lo había paralizado, desenvainó la espada y saltó hacia su esposa.

– No, Thomas -objetó Mikil dando un paso adelante, con la mano levantada-. No puedes desafiar al Consejo. Pero Thomas apenas la oyó.

– ¡Suéltala! ¿Se han vuelto locos todos ustedes? Ella se movió para bloquearle el camino.

– Por favor…

Él hizo oscilar el codo y la golpeó en la mandíbula. Ella fue a parar de nalgas con un tas. Thomas puso la espada en el cuello de Jamous.

– ¡Desata a mi esposa!

– No seas idiota, Thomas -expresó Mikil en un tono quedo y rápido, haciendo caso omiso de su enrojecida mejilla-. El veredicto se ha dictaminado. El destino de nuestro pueblo depende de este intercambio.

Con esas palabras, Thomas supo lo que había sucedido. Johan no solo había traicionado a Justin, sino también a él. Qurong había intercambiado una promesa de paz por la vida de Justin y el Consejo lo había aceptado. La muerte de Justin satisfaría el fallecimiento requerido por traición contra Elyon y permitiría que se negociara una paz, incluso sin exigir que las hordas se bañaran.

– No funcionará -exclamó Thomas-. ¡Esa paz no perdurará! ¿Crees que puedes confiar en que estos encostrados mantengan la paz? ¡Qurong es Tanis! Está cegado por Teeleh, ¡y ha encontrado una manera de matar a Elyon!

– Tú confiaste en nosotros -objetó Martyn.

Thomas mantuvo la punta de su espada contra el cuello de Jamous. Supo por el tono de Martyn que la gente no conocía el acuerdo entre Thomas y Martyn de traicionar a Qurong.

– ¿Me oyen ustedes? -le gritó Thomas al pueblo-. ¡Qurong es Tanis! Esta es la obra de Teeleh, este asesinato. ¡Abran los ojos!

Nadie respondió. Estaban sordos y ciegos, ¡todos ellos!

– Por favor, Thomas -suplicó Mikil en voz baja-. No hay manera de deshacer esto.

Los ojos de Rachelle estaban abiertos de par en par y le gritaban: ¡Libérame! ¡No permitas que hagan esto! ¡Él es Elyon!

Pero Thomas sabía que, si mataba a Jamous y liberaba a su esposa, se vería obligado a defenderse y defenderla contra los guardianes, cuya lealtad a Elyon, y por asociación al Consejo, reemplazaba su lealtad a él. Si el Consejo había dictaminado su veredicto, no había manera de echarlo atrás sin matar a muchos de ellos.