– Es la manera de ellos -informó Thomas-. No entienden el sufrimiento como nosotros. Lo viven cada día.
– No es la manera de ellos -objetó ella-. Es la manera de Teeleh.
Ciphus levantó la mano y fue hacia el cuerpo. Caminó alrededor, luego enfrentó a la multitud.
– Sé que hay algunos entre ustedes que aún creen que aquí cuelga un profeta -expresó; su voz resonó en el lago-. Déjenme preguntarles, ¿permitiría Elyon que su profeta sufriera de este modo? ¿Saben? Él es carne y sangre como el resto de nosotros. Cualquiera que se atreva a decir que esta masa de carne es en realidad Elyon ha enloquecido. ¡Nuestro Creador no se convertiría en alguien tan deforme! No habría dejado que un encostrado lo maltratara, más de lo que hubiera permitido que Teeleh le hiciera daño. ¿Ven?
– Golpéenlo -declaró, mirando a los soldados de las hordas.
Uno de los encostrados dio un paso adelante y golpeó la espalda de Justin. Ninguno de los presentes confundiría el fuerte crujido.
– ¿Ven? Solo es un hombre -informó Ciphus aclarándose la garganta.
Sus palabras instigaron una nueva ronda de maltrato por parte de los guardias de las hordas. Riendo, tres de ellos se adelantaron y comenzaron a masacrar el cuerpo. Ciphus retrocedió, sorprendido. En sus ansias por bajarle los humos a Justin, había abierto sin querer esta puerta.
– Thomas -suplicó Rachelle.
Eso fue todo lo que él pudo soportar.
– Espera aquí -dijo, saltó del pabellón y corrió directo hacia Ciphus. Un murmullo se extendió por la sección de la multitud que lo vio. El anciano giró la cabeza antes de que Thomas llegara al círculo interior.
– ¡Basta! Una cosa es ejecutar a un hombre. Si insistes en satisfacer tu sed de sangre, ¡entonces hazlo rápido! Pero no humilles al hombre que salvó al Bosque Sur y a los guardianes del bosque hace solo una semana. Mátalo si quieres, pero no te burles de su vida.
Mil voces se levantaron en asentimiento.
Ciphus pareció aliviado.
– Tiene sentido -manifestó mirando a Qurong con el ceño fruncido-. Termina esto.
– El acuerdo fue matarlo a nuestra manera. Nuestra manera es tomar el espíritu de un hombre…
– ¡Ya le tomaste el espíritu! -gritó Thomas-. Ahora estás tomando el espíritu de las personas a las que sirvió. ¡Termina esto!
Qurong lo contempló, luego hizo señas a sus hombres.
Uno de ellos agarró un balde de agua que antes habían sacado del lago y lo lanzó al rostro de Justin. Este jadeó.
Thomas no supo si Justin abrió los ojos, porque el rostro del apaleado hombre miraba hacia el otro lado. Pero sí vio algo más que le pareció extraño. La piel de Justin empezaba a volverse gris. ¿Cuánto tiempo había pasado desde su último baño? Igual que con todos los que él había entrenado con los guardianes, probablemente se bañaba cada mañana como se exigía. Justin había estado en el desierto, restringido a una cantimplora de agua, pero esta mañana no hubo rastros de la enfermedad en él.
– Ahóguenlo -ordenó Qurong.
Dos de los encostrados ataron apresuradamente una enorme piedra al cuerpo de Justin para que se hundiera. Otros doce, que se habían cubierto las piernas con cuero tratado para protegerlas del agua, dieron un paso adelante, de frente al lago.
– ¡Ahóguenlo! -gritó Martyn en un súbito ataque de furia. Agarraron los soportes apresuradamente construidos de la torre y comenzaron a arrastrar la plataforma hacia la orilla, hacia el lago.
El cuerpo de Justin se volvió y ahora Thomas le vio los ojos. El izquierdo estaba cerrado por la hinchazón; el derecho ligeramente agrietado. La mirada de Justin se topó con la suya y se detuvo. Justin lo miró un largo instante. Incluso más allá de la carne hinchada no había temor en el rostro, ni arrepentimiento ni acusación. Solo tristeza.
¿Estaba él mirando los ojos de Elyon? El pensamiento tocó una fibra sensible de profundo terror en la mente de Thomas. Este era el niño que había conocido en lo alto de los acantilados tanto tiempo atrás, el niño que cantando daba vida a nuevos mundos. Quien podía poner de cabeza al planeta, o dividir el globo en dos para un día de juego. Que podía llenar un lago sin fin con agua tan poderosa que una sola gota podría deshacer a cualquier hombre o mujer.
Un temblor recorrió los huesos de Thomas. Él se había zambullido en el agua de Elyon, había respirado en la profundidad y había gritado con el placer y el dolor de la experiencia. ¿Era Elyon este hombre que colgaba de los pies mientras arrastraban el mecanismo dentro el lago?
El pecho de Thomas se hinchó de dolor. Los ojos se le llenaron de lágrimas y no supo cómo detenerlas. Una niña comenzó a sollozar suavemente detrás de él y él se volvió. Lucy. Estaba parada sola en la arena, llorando.
Thomas retrocedió impulsivamente, cayó sobre una sus rodillas y acercó a la pequeña hacia sí. Nadie hablaba. Él miró el agua.
Las hordas habían empujado la torre a tres metros de la orilla, maldiciendo amargamente cuando el agua les mojaba las piernas cubiertas y les consumía la agrietada piel. El agua tenía aquí más de un metro de profundidad, y las manos de Justin estaban sumergidas más allá de las muñecas. Había vuelto a cerrar los ojos, pero su respiración era firme. Estaba consciente.
Todos los encostrados menos dos salieron corriendo del agua. Tenían las manos rosadas donde habían tocado el agua y se las frotaban como locos, intentado liberarlas del veneno que las había decolorado. Se quitaban el cuero de las piernas y se golpeaban la carne para aplacar el dolor. Por encima de su cintura la piel todavía era gris.
Los dos que se quedaron en el lago treparon a la torre, agarraron la cuerda con las dos manos y miraron a Qurong.
Una vocecita, apenas más que un susurro, salió de Justin. ¡Su boca se había abierto y estaba hablando!
– Recuérdame…
Thomas dejó de respirar para oír. ¿Qué había dicho?
– Recuérdame -expresó Justin, esta vez más fuerte, con la voz sofocada ahora por la emoción-. ¡Recuérdame!
Todos oyeron y se quedaron petrificados.
Justin volvió a gritar en un gemido terrible que resonó sobre el lago y atravesó directamente el corazón de Thomas.
– ¡Recuérdame, Johan! ¿Johan?
Thomas miró a su izquierda. Martyn permanecía de pie tranquilo, el rostro oculto por su capucha, los brazos cruzados. Qurong miró a su general, luego rápidamente hizo señas a sus hombres para que empezaran el ahogamiento.
Justin sollozaba ahora. Sus lágrimas caían al agua debajo de su cabeza. Comenzó a gemir en alta voz. Luego empezó a gritar. ¿Qué fue eso? ¿Por qué ahora?
Lucy lloraba en brazos de Thomas, que la apretó fuerte, tanto para su propio consuelo como para el de ella. Estaba seguro de que se le había paralizado el corazón. ¡No soportaba ver eso! No podía estar allí de pie y ver a ningún hombre en tan terrible estado de tormento.
Pero no podía deshonrar al hombre volteando la cabeza.
Justin aún gritaba, chillidos prolongados y horribles que cortaban la noche como una cuchilla. Thomas apretó los dientes y suplicó que terminara el ruido.
Notó el cambio en la piel de Justin precisamente antes de que esta tocara el agua. La carne del pecho y las piernas ahora era casi blanca. Se estaba descascarando.
¡La enfermedad se apoderaba de Justin ante los propios ojos de Thomas! Esa era la causa de sus gemidos. El dolor…
De pronto, la piel del pecho empezó a rajarse como el lecho seco de un lago.
– ¡Él tiene la enfermedad! -comenzó alguien a gritar detrás de Thomas.
Pero el grito se perdió en un prolongado alarido de Justin.
Thomas se puso en cuclillas y comenzó a llorar de manera incontrolada.
La cabeza de Justin se sumergió. De la boca le salieron burbujas. El cuerpo se contrajo y se agitó. No está conteniendo el aliento, pensó Thomas. Intentaba meter agua en los pulmones, pero era difícil con la cabeza colgando hacia abajo.
Exactamente cuando el agua iba a cobrar su cuota terrible y final, los dos encostrados lo sacaron súbitamente del lago. El agua le salió de los pulmones. Justin jadeó y tosió.