Thomas se puso de pie, horrorizado por la extendida tortura.
Lo volvieron a bajar. Otra vez el cuerpo de Justin se sacudió de forma incontrolada. Otra vez el agua le barboteó en la cabeza. Otra vez el pecho enfermo bombeó profundamente, botando, convulsionando, contrayéndose en rechazo.
Lo sacaron otra vez del agua antes de que se ahogara.
Thomas salió corriendo hacia el agua.
– ¡Mátenlo! -gritó.
Estás exigiendo la muerte de Elyon.
– Maten…
Un puño de uno de los encostrados le dio en la sien antes de que supiera que el hombre estaba allí. Cayó a la arena y se esforzó por levantarse.
– ¡Acaben! -exclamó Ciphus-. Por amor de Elyon, ¡simplemente acaben eso!
– Nuestra costumbre es…
– ¡No me importa cuál sea tu costumbre! ¡Solo mátalo! Un encostrado a la izquierda de Thomas corrió de repente al agua. El general Martyn. Johan. Tenía una espada en la mano. Thomas contuvo el aliento. Algo iba mal.
No fue sino hasta que los pies de Johan salpicaron el agua cuando Thomas le notó los cueros en las piernas. La capucha se le cayó de la cabeza, descubriendo un rostro retorcido de ira para que todos lo vieran. Hizo presión sobre Justin, rugiendo ahora de furia.
– ¡Muere! ¡Muere!
Antes de que ninguno de ellos supiera del todo la intención de Johan, este clavó la espada en el vientre de Justin, la movió bruscamente a un costado, y la sacó. De la herida abierta brotó sangre que se vertió en el agua.
– ¡Ahóguenlo! -gritó Johan.
Los dos encostrados en lo alto de la plataforma bajaron el cuerpo. Justin colgó suspendido en el agua, con el cuerpo retorciéndosele.
Martyn giró, salió del lago, tiró la espada a un lado y se volvió a poner la capucha en la cabeza. Pasó a Qurong y se dirigió hacia el ejército de las hordas.
El cuerpo de Justin dejó de contraerse.
La piel estaba rajada y blancuzca, irreconocible como carne humana. Pero era la sangre la que miraba Thomas. Era permitido derramar sangre para lavarse. Cuando él mismo había vuelto del desierto casi como un encostrado se le había permitido bañarse, aunque sangraba por varias de las rajaduras que tenía en su piel.
Pero esto…
¿Comprendía Ciphus que esto podría ser distinto?
Los soldados estiraron la mano y cortaron la cuerda. El cuerpo de Justin se deslizó en el agua con un pequeño chapuzón y se hundió con el peso de las dos piedras atadas a las muñecas.
Salieron burbujas a la superficie. Observaron en silencio cómo lentamente el agua se volvía vidriosa otra vez. Había acabado. El lago se había tragado toda la brutalidad, dejando solamente una huella de sangre derramada.
Thomas volvió a mirar a Ciphus. El rostro del anciano estaba pálido, fijo en el agua.
29
MIKE OREAR se ajustó el micrófono del cuello y miró a la cámara. Nunca se había imaginado convertirse en la voz de la variedad Raison, pero su desfachatez al contar la historia había captado de algún modo una ola de aprecio en los telespectadores. Los índices de audiencia de CNN habían pasado por primera vez en años a los de Fox News. El tiempo de emisión se extendió a seis horas al día, tres en la mañana y tres en la noche. Él sabía que era la asignación de toda una vida. Una vida muy corta.
Ahora, con la noticia conocida ampliamente y después de un desfile interminable de invitados: especialistas en genética, virólogos, psicólogos y otros por el estilo, la amenaza que él había dado a conocer llegó a obsesionarlo de una manera muy pero muy real. Antes había estado tan consumido por dar a conocer la historia como por lo que el virus significaba personalmente para él. Hoy, junto con el resto de Estados Unidos, no se podía quitar de encima la pavorosa comprensión de que estaba a punto de morir.
Esa comprensión lo cambió todo. Deseó estar en casa con papá y mamá. Quiso ir a la iglesia. Anheló estar casado y tener hijos. Quería llorar.
En vez de eso decidió servir a la humanidad en lo que podía, lo cual significaba transmitir conocimiento, consuelo y quizás, solo quizás, ayuda al increíble esfuerzo oculto por vencer el virus.
Aún no se había hecho pública la noticia de los envíos de armamento. Una súplica del Pentágono y del presidente mismo había retrasado el anuncio por el momento. El argumento que tenían era sencillo y convincente: dejar que el público se ajustara a las noticias del virus por unos cuantos días, luego permitir que el presidente les contara el resto de la historia. Habían pasado tres días. El presidente tenía programado dar hoy dos importantes discursos: el primero a las Naciones Unidas en Nueva York y el segundo al país esa noche a las seis, hora del este. La última alocución haría saber toda la historia a Estados Unidos.
Un fragmento de la entrevista de Nancy con un psicólogo social de la UCLA estaba a punto de terminar. Mike revisó sus notas. La fuente que le había dado esa información sobre Thomas Hunter era impecable. La historia misma era increíble. El reportero había decidido rechazar lo de los sueños, pero la historia casi ni necesitaba tanto detalle. Estados Unidos merecía saber acerca de Thomas Hunter.
Miró la cámara, la luz roja se encendió sobre él.
– Palabras sensatas de prudencia -expuso en referencia al comentario del doctor Beyer sobre el pánico-. Damas y caballeros, hace poco me topé con una información que creo que les fascinará. Comprendo que, bajo las circunstancias actuales, «fascinación» parece una palabra pretenciosa, pero aún somos personas y aún nos aferramos a la esperanza, dondequiera que la podamos encontrar y venga de donde venga. Y francamente, podríamos deber nuestra esperanza al hombre que estoy a punto de mostrarles. Su nombre es Thomas Hunter.
Una foto del rostro serio aunque infantil de Hunter llenó la pantalla por un instante… una foto de una licencia de conducir de Colorado. Cabello oscuro, mandíbula firme. La imagen se deslizó hacia el rincón superior del monitor de Mike.
– «Clasificada» es otra palabra que parece bastante pretenciosa ahora, pero hay detalles acerca de Thomas Hunter que no podemos divulgar sin confirmarlos primero. Lo que podemos decir que ha llamado nuestra atención es que este hombre fue responsable, sin ayuda de nadie, de hacer saber a la nación la amenaza que esta afronta, mientras él se enfrentaba a muchos escépticos. En realidad, si el mundo hubiera escuchado al señor Hunter una semana antes, podríamos haber evitado totalmente el virus. Estoy seguro de que recuerdan una historia que se extendió hace dos semanas acerca del secuestro que el señor Hunter hiciera de Monique de Raison en Bangkok. Ahora parece que lo hizo en un intento por detener la liberación de la vacuna.
Aquí es donde la historia se enmarañaba. Los por qué y los cómo, además del asunto de los sueños, bastaban para lanzar sospechas sobre toda la historia.
– Tenemos motivos para creer que muchos en nuestro gobierno consideran crucial a este hombre en cuanto a nuestra capacidad de derrotar esta amenaza. También tenemos motivos para creer que su vida podría estar en peligro. Les prometo que estaremos al tanto de la historia y les daremos detalles tan pronto como los tengamos.
Se volvió hacia Nancy, a quien él insistió en que siguiera como su presentadora.
– Nancy.
KARA HUNTER salió del taxi a toda prisa y subió corriendo las escaleras de concreto del edificio blanco en medio de un ambiente campestre en las afueras de Baltimore, Maryland. Las enormes letras azules montadas en lo alto rezaban: «Laboratorios Genetrix», pero ella sabía que solo un año atrás el letrero decía: «Farmacéutica Raison». La empresa francesa la había vendido cuando centralizaron sus operaciones en Bangkok.
Monique de Raison se hallaba en ese edificio, trabajando febrilmente en una solución a su propio virus mutado.