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El plan que había emergido de la niebla de su mente era sencillo, con un único finaclass="underline" la muerte de Qurong. En su actual condición el guardián no tendría la misma ventaja con que comúnmente contaba, pero no los derrotarían antes de que matara al líder de las hordas, el primogénito Tanis.

– ¡Thomas!

Reconoció la voz. Mikil subía corriendo la orilla cegada por el pánico. No le hizo caso a ella y siguió corriendo. El distante sonido de choque de espadas se oyó sobre el poblado. Algunos de sus guardianes intentaban defenderse. Pero el sonido más amenazador de botas y cascos, miles y miles que marchaban rítmicamente, hacía parecer la precaria defensa como una barraca infantil.

Uno de los encostrados había salido del ejército de Qurong y corría para encontrarse con Thomas. No, no era un guerrero encostrado, sino un general encostrado, con una banda negra.

¡Martyn!

– Recuerda, Thomas, él es mi hermano -advirtió Rachelle detrás de él. Era su esposa, no William, quien lo seguía. ¿Y quería ella que él no le hiciera daño a Johan?

Thomas miró hacia atrás.

– Él traicionó a Elyon.

Los miembros del Consejo, guiados por Ciphus, habían llegado finalmente al lago y estaban examinando las aguas. El tumulto había puesto la esperanza en que quizás el anciano pudiera solucionar ese terrible problema. Nadie parecía preocuparse del ejército en las calles… querían lavarse. Simplemente lavarse.

Rachelle se colocó al lado de Thomas. Johan estaba ahora a solo cincuenta metros de ellos.

– Thomas, hay otra manera. ¿Recuerdas lo que me dijo Justin?

Thomas disminuyó el paso y sostuvo la espada con ambas manos.

– La única manera que conozco ahora es llevarme a Qurong conmigo. Si quieres que tu hermano viva, dile que me deje pasar.

– ¡No estás escuchando! -susurró ella con dureza-. «Cuando llegue el momento», eso es lo que dijo. Thomas, este es ese momento.

Martyn había sacado la espada y redujo la carrera al paso lento. Thomas se detuvo y se preparó para recibir al general en cualquier manera que este pensara. Parecía tener fuego en la piel y sentía las articulaciones como fracturadas, pero él sabía que las hordas luchaban todo el tiempo con el dolor. Él podía hacer eso y más, y si no morir en el intento.

– Él dijo que había una manera mucho mejor -declaró Rachelle-. Justin me dijo que muriera con él.

– Eso es lo que me estoy preparando para hacer. Y conmigo morirá Qurong.

– ¡Escúchame Thomas! -le gritó ella agarrándolo del brazo, luego habló a toda prisa-. Creo entender lo que él quiso decir. ¡Dijo que eso me daría vida! Él sabía que necesitaríamos vida. Sabía que moriríamos. Sabía que el lago ya no nos daría vida porque estaría envilecido por el derramamiento de sangre inocente. \Su sangre!

La figura solitaria que iba hacia ellos se debilitó en la visión de Thomas.

Muere conmigo.

– Ya hemos muerto con él -expresó él-. ¡Míranos!

– ¡Él dijo que eso nos traería vida.

Martyn cubría el rostro con su capucha. Llevaba suelta la espada, al costado… demasiado seguro de sí mismo, burlador.

Thomas miró al lago, al mar rojo que le hizo recorrer un frío por la columna. De repente, el mensaje de Justin le pareció bastante obvio. En realidad no podía imaginarse haciéndolo, pero si Rachelle tenía razón, Justin les había pedido que murieran como él había muerto.

Les había pedido que se ahogaran en este mar rojo.

Thomas había nadado una vez por un mar rojo, en lo profundo del lago esmeralda en que podía respirar.

Un grito fuerte vino de la orilla. Era evidente que Ciphus había fallado en su tarea de probar que todo estaba aún bien con su lago. Pero había más. Ciphus gritaba por sobre el caos.

– ¡Ha desaparecido!

Thomas lanzó una rápida mirada al hombre. El anciano estaba parado en la playa, chorreando agua. Miraba sorprendentemente como un encostrado… con rizos que lo hacían parecerse al mismo Qurong.

– ¡No está el cuerpo! -gritó el anciano-. ¡Se lo han llevado! Thomas volvió a girar hacia Martyn.

– Miente -objetó Martyn-. El cuerpo podría estar ahora en cualquier parte bajo agua. Te está llamando.

– Thomas, ¡tienes que escucharme! -suplicó Rachelle.

La enfermedad hacía que se le mareara la cabeza. Pestañeó y trató de pensar con claridad.

– ¿Sugieres que corramos hasta el lago y nos ahoguemos?

– ¿Vivirías si no de este modo? -dijo ella.

Martyn se detuvo a tres metros de ellos, con la cabeza baja de tal modo que las sombras le ocultaban el rostro.

Thomas agarró con mayor fuerza la espada. Una imagen del rostro hinchado de Justin le llenó la mente.

– Sígueme. Muere conmigo.

Era una increíble demanda que Justin había sugerido a quienquiera que escuchara.

– ¿Qué nos has hecho? -le preguntó a Martyn; su voz salió penetrante y extraña, amarga y llena de dolor a la vez.

Martyn levantó la cabeza y Thomas le vio el rostro.

No era el ceño fruncido que esperaba. Los ojos del general estaban llenos de lágrimas. Tenía el rostro tenso, asolado por el miedo. ¡Miedo!

De pronto Martyn volvió a caminar, más cerca, con la espada aún a su costado.

– Detente allí -ordenó Thomas.

Martyn dio dos pasos más y luego se detuvo.

Esto no era lo que Thomas había esperado. Fácilmente podía dar dos zancadas y clavar su hoja en el pecho desprotegido del general. Una parte de él insistió en que debería. Debería matar a Martyn y luego correr por Qurong.

Pero no podía. No ahora. No con las palabras de Rachelle resonándole en los oídos. No al ver lágrimas en los ojos de Martyn. ¿Podría esto ser más artimañas?

– Recuerdo -expuso el general; el remordimiento en su tono era tan poco característico que Thomas parpadeó-. Recuerdo, Rachelle. Él me habló y toda la noche he recordado.

Rachelle dejó escapar un sollozo y empezó a acercarse a su hermano.

– Por favor, no -objetó él levantando una mano, pero levemente-. Ellos no pueden vernos.

Johan miró por encima de Thomas hacia la orilla detrás de ellos. El primero de los ejércitos de las hordas había llegado a las orillas. Esporádicos gritos surgían cuando los aldeanos se dispersaban buscando seguridad, pero no había sonidos de actividad de espadas ni de resistencia, observó Thomas. La enfermedad ya había usurpado la mente de la mayoría. Una enfermedad que ninguno de los poderosos guardianes del bosque había vencido antes los había despojado de su voluntad para pelear.

Johan miró a Thomas, con ojos suplicantes.

– Yo sabía que él era inocente. Sabía que su sangre envilecería el lago. Sabía quién era, pero no podía recordar por qué eso me debía importar. Ahora lo he asesinado. No puedo vivir con esto.

– No, ¡hay una manera! -exclamó Rachelle.

– Por favor, he decidido. Regresaré a mi ejército con una propuesta de rendición de parte de ustedes, luego mataré a Qurong y públicamente asumiré la responsabilidad por envenenar el agua. Ciphus te culpará. Le dije que, si algo salía mal con nuestro plan, él debía culparte. Dirá que tú tomaste el cuerpo de Justin y envenenaste el agua. En el estado de conmoción de las personas debido a la enfermedad, le creerán. Lo menos que puedo hacer es protegerlos a ustedes.

– ¿Protegernos de qué? -quiso saber Rachelle-. No de la enfermedad.

Thomas bajó la espada. Johan la miró luego por sobre el hombro de él. Qurong movilizaba una línea de sus guerreros, que empezaban a marchar por la orilla hacia ellos.

– Qurong sospecha algo. No tenemos mucho tiempo -exteriorizó Thomas, luego miró hacia el agua-. ¿Recuerdas cuando el niño dijo que se jugaba mucho con nosotros?

– Sugiero que inclinemos nuestras cabezas en una señal de acuerdo mutuo -declaró Johan-. Qurong debe ver que hemos alcanzado alguna clase de…

– Olvida tu plan -interrumpió Thomas-. ¿Recuerdas al niño cuando dijo que dependía de nosotros?