El guerrero los invitaba ahora. Vengan y mátenme también. Me juego demasiado contigo, Thomas de Hunter.
La voz completamente diáfana le habló en la mente. Él abrió los ojos. La espalda de Rachelle se hallaba a treinta centímetros de su rostro. Quieta. Cerró los ojos, con la mente entumecida. Mi hija está conmigo ahora. La necesito.
– Devuélvela -susurró Thomas.
– ¿Qué? -preguntó la voz de Mikil.
– ¡Devuélvela! -gimió él.
Por largo rato solo hubo silencio. Debieron haber salido mucho tiempo antes, pero Mikil seguía observándolo tendido en dolor. Luego la voz volvió a hablar. Cabalga, Thomas. Cabalga conmigo.
Algo le sucedía en el pecho. Abrió los ojos y se fijó en un calor que se le extendía por los pulmones y le subía por el cuello. Se sentó.
Encuéntrame en el desierto, Thomas. Cabalga.
– ¿Thomas? -exclamó Mikil arrodillándose a su lado-. Lo siento, es… es una terrible tragedia. Deberíamos irnos.
Thomas se puso de pie. El dolor en su corazón era punzante, pero estaba esa otra voz, la cual conocía. Le había hablado en el lago esmeralda mucho tiempo atrás. Había hablado hoy en el lago rojo. Justin había muerto. Todos habían muerto. Ahora Rachelle había vuelto a morir. Pero estaba viva, porque la voz decía que estaba viva. Si no aquí, en algún otro lado.
– Ayúdame con ella, Mikil.
Pusieron el cuerpo de Rachelle sobre el caballo frente a Thomas, frente a él con el rostro apoyado en el hombro y los brazos a los costados. Él sostenía a su esposa, cabalgaba y lloraba con lágrimas que empapaban el cabello de ella.
Pero el lamento de Thomas era por sus hijos y por él mismo, no por Rachelle. No por la hija de Elyon. Ella estaba con Justin.
Cuando llegaron al huerto de manzanas, Johan y William esperaban con los demás. Johan lloró por su hermana. La besó, le acarició el cabello y les dijo a los demás que él la había traicionado.
– ¿Adónde vamos? -inquirió Mikil.
– Al desierto -anunció Thomas, espoleando el caballo-. Cabalguemos hacia el desierto.
31
DECIR QUE el mundo se precipitaba a un irracional caos no sería una exageración, no a modo de ver de cualquiera. Habían pasado cuatro días desde que Mike Orear revelara la información en CNN, desde que Francia declarara la ley marcial, desde que Monique regresara con el elixir mágico en su mente, desde que Thomas Hunter resultara muerto por una bala en la frente. Estuvieran los titulares en inglés, alemán, español, ruso o cualquier otro idioma, todos se habían reducido a unas cuantas afirmaciones audaces.
CONFIRMADA AMENAZA DE VARIEDAD RAISON
MUNDO AL BORDE DE LA GUERRA SE CALCULA EN MÁS DE CINCO MIL MILLONES LOS INFECTADOS PARALIZADA LA ECONOMÍA MUNDIAL DÍA T MENOS DIEZ QUE DIOS NOS AYUDE A TODOS ESPERANZA DE ANTIVIRUS
Ver tales titulares era una experiencia surrealista. Ni los periodistas ni los lectores tenían idea de lo que realmente significaba eso. Nunca antes había sucedido algo así. No era posible que estuviera ocurriendo algo de esa magnitud. La variedad Raison se había extendido por el mundo y, a excepción de unos cuantos nativos en selvas tropicales, seguramente todos habían oído las noticias. Pero, ¿cuántos creían ahora? ¿Creían de veras? Negación.
Desde luego, el mundo había desarrollado una negación total o se hallaba demasiado estupefacto como para reaccionar. De ahí que no hubiera disturbios. De ahí que no hubiera protestas. De ahí que aún no empezaran las típicas peroratas y críticas en las ondas aéreas.
En vez de eso había un análisis casi desconectado de la situación. El mundo se apegaba en masa a los noticieros, clamando a Dios por el mensaje en que todos confiaban que vendría pronto: el anuncio de que el antivirus de Monique de Raison se había probado y que eliminaba eficazmente al virus como todos esperaban que lo hiciera.
El presidente hablaba al pueblo dos veces al día desde la Casa Blanca, calmando y apaciguando. Pruebas de infección se asignaron al azar, por sorteo, basado en los números de la seguridad social. A una persona de cada mil se le permitía ir al hospital local para un examen. La esperanza ese primer día de que ciertas secciones de Estados Unidos se hubieran librado del virus cambió rápidamente a estupefacción a medida que resultaban positivos los exámenes en cada persona, cada familia, cada barrio, cada pueblo y cada ciudad. CNN utilizaba un mapa electoral modificado para mostrar la saturación del virus. Cuando se confirmaba la infección, inmediatamente se pintaba de rojo la localidad. A inicios del segundo día estaba roja la mitad del mapa. Doce horas después solo se veía el color rojo.
Las escuelas cancelaron las clases. A pesar de la súplica del presidente de continuar la vida como siempre, la mitad de los negocios de la nación cerraron sus puertas al segundo día, y sin duda cerrarían más. El transporte también se había paralizado. Menos mal que los servicios públicos seguían funcionando con el mínimo personal por órdenes directas del presidente de Estados Unidos.
La primera señal de que el caos pronto amenazaría la vida cotidiana fue una presión sobre las tiendas de comestibles a las ocho de la mañana del segundo día. Era natural. Pronto vendría el caos. Sería imposible llegar a una tienda, peor aún encontrar una abierta.
La segunda señal fue el tono de la reunión de las Naciones Unidas a la que el presidente esperaba dirigirse en este mismo instante. Los asistentes formaban un grupo heterogéneo de acuerdo a las ojeras, las camisas y las blusas arrugadas. El salón se hallaba repleto, cada silla ocupada, cada pasillo plagado de asesores. Si había un momento para que la comunidad global se calmara, era este. Pero las reacciones ante los vehementes discursos hasta este momento, tanto de Rusia, como de Inglaterra y ahora de Francia, revelaban cuan separados podrían estar los líderes a la hora de la verdad.
Un caos organizado.
– Nosotros somos las verdaderas víctimas de estos bárbaros terroristas… nosotros, ¡el inocente pueblo francés! -Informando con convicción su excusa el embajador de Francia-. Nuestro gobierno simplemente ha actuado según los mejores intereses de nuestros ciudadanos y de la comunidad mundial. Por imposible que pueda parecer, incluso suicida, no acceder a las demandas de esa gente habría sido nuestra verdadera muerte. ¡Es mejor vivir para luchar otro día que morir sobre montones de armas!
Algunas voces gritaron en desafío tan pronto como se completaba la traducción en los audífonos. A Robert le pareció que algunos estaban de acuerdo y otros en violenta oposición. La palabra «traidor» se oyó en alguna parte… muy clara.
El presidente se quitó el audífono. Al líder de la mayoría Dwight Olsen lo habían puesto en espera un minuto antes. Robert agarró el teléfono negro frente a él.
– Está bien, conécteme.
– El presidente recibirá ahora su llamada.
– Gracias -sonó la voz de Olsen-. Buenos días, señor presidente.
– Mi participación es dentro de cinco minutos. ¿Qué quiere, Dwight?
– Entiendo que está pensando en declarar la ley marcial.
– Haré lo que crea necesario para mantener con vida a los estadounidenses.
– Le exhorto a recordar que las personas aún tienen sus derechos. La ley marcial es presionar demasiado.
– Llámelo como quiera. Hoy estoy convocando a la guardia nacional. La defensa ha preparado un plan sencillo para tratar con varias contingencias. Esta noche entra en efecto el toque de queda. No voy a quedar atrapado sofocando una revuelta en casa mientras Francia se nos viene encima.
– Señor, recomiendo firmemente…
– Hoy no. Le atendí esta llamada como muestra de cortesía, pero mi curso está fijado. Todos estaremos muertos en diez días si no podemos asegurar el antivirus. Nuestra mejor esperanza para encontrarlo murió hace tres días con Thomas Hunter… un hombre al que usted rechazó, si recuerda bien. Esperemos que la muerte de Thomas nos traiga lo que necesitamos. Si no, no sé qué vamos a hacer. Nuestros barcos están a mitad de camino a través del Atlántico. Usted entiende que tengo cinco días para hacer la llamada.