Выбрать главу

– No sabes cuánto lo necesitaba -susurró ella-. ¿No hay más de lo mismo?

– Después. -¿Después? -Tenemos que hablar. No puedo esperar. -¿Hablar? -Flavia sonrió-. ¡No puede ser! Deslizó la mano hacia el dobladillo de la sábana de seda y la bajó, dejando al descubierto su cuerpo desnudo; cual sinuosa serpiente que mudara la piel, pensó Vespasiano. La inquietante comparación le hizo volver a pensar en lo que debía hacer En aquel preciso momento. Sin más dilación. Le agarró la mano con dulzura y volvió a subir la sábana hasta cubrirle el pecho. Sus movimientos pausados asombraron a Flavia. Estaba ofendida y frunció el ceño.

– ¿Qué ocurre? Dímelo, querido. Vespasiano clavó en ella unos ojos fríos, sin atreverse a hablar antes de que pudiera controlar sus emociones.

Flavia ya estaba preocupada y rápidamente se echó hacia atrás y se incorporó, de manera que se quedó sentada frente a su marido.

– No me quieres. Se trata de eso. ¿No es verdad? -Sus ojos almendrados se abrieron asustados y le temblaron los labios. Apretó la mandíbula para detenerlos.

Eso no era lo que Vespasiano había previsto, que tuviera que convencerla de que la amaba antes de acusarla de traición. Dijo que no con la cabeza.

– ¿Entonces qué pasa? ¿Por qué estás tan frío conmigo, esposo?

En esos momentos había miedo reflejado en su rostro' y una mirada que Vespasiano se resistía a interpretar como una de sospecha de que se habían descubierto sus intrigas. Afortunadamente, no era eso.

– ¡Cerdo! -Le propinó un fuerte bofetón-. ¿Quién es,,,,ella? ¿Cómo se llama esa fulana? -¿Pero qué dices? -Vespasiano la agarró por la muñeca cuando su mano volvía a bajar dispuesta a asestar otro golpe-. -¡No hay ninguna otra mujer! ¡Se trata de ti!

– ¿De mí? -Flavia se quedó helada--. ¿Qué pasa conmigo? -Tengo que saber cosas de ti… y de tu relación con los Libertadores.

– No sé de lo que estás hablando. -Bajó las manos, las oyó en el pecho y se lo quedó mirando, respondiendo la mirada inquisidora con lo que parecía ser sinceridad.

– ¿Has oído hablar de los Libertadores, Flavia? -Por supuesto. Hace meses que circulan disparatados rumores acerca de ellos. ¿Pero eso qué tiene que ver conmigo?

Vespasiano bajó la mirada y cuando volvió a hablar, su voz tenía un timbre de gravedad.

– Flavia, sé que estuviste implicada en el complot contra el emperador. Sé que trabajabas con los que trataban de hacer que el ejército se amotinara antes de que empezara la invasión. Tú intentaste ocultármelo, pero ahora lo sé todo.

Conspirar con los llamados Libertadores ya era bastante grave pero, ¿cómo pudiste involucrar a Tito en tu traición? ¿Cómo pudiste? ¿A tu propio hijo? También sé que intentaste hacer que mataran a Narciso. ¿Y en qué andáis ahora tú y tus amigos libertadores? ¡En abastecer de armas a nuestros enemigos!

conspirar para asesinar al em…

– ¡Esto es ridículo! -exclamó Flavia bruscamente-. ¿De que locura proviene todo este veneno?

– De ti, mi esposa. -Estás loco.

– No, sólo ciego -dijo Vespasiano en voz baja--. Hasta hace poco.

Flavia se sentó muy erguida, dispuesta a reanudar sus protestas, pero Vespasiano le dio un golpe con el dedo, señalándola.

– ¡No! Déjame terminar. Nunca habría dudado de ti, nunca. Creía que éramos del mismo parecer, que teníamos el mismo propósito en la vida. Confiaba en ti hasta en el más mínimo detalle. Entonces, cuando me revelaron tus confabulaciones, pensé que las acusaciones eran ridículas. Pero cuando me obligué a reconstruir los pormenores, tu culpabilidad resultó incuestionable. ¡Oh, Flavia! ¡Si supieras el daño que me has hecho! _¿Quién te lo dijo? ¿Quién me acusa?

– Eso no importa. -Claro que importa. Y eres tan ingenuo de fiarte de la palabra de otra persona. Creerías a otro antes que a tu mujer.

– Creo a mi propio entendimiento. He tenido que considerarlo todo detenidamente por mí mismo.

– Esposo, ¿no se te ocurrió cuestionar los motivos de la persona que hizo que cuestionaras los míos? ¿Por qué querrían plantar tales semillas de duda en tu pensamiento? Si me revelas la fuente de esas falsas acusaciones, tal vez sea capaz de explicar su verdadero propósito.

La sinceridad de su expresión y de su voz hizo que Vespasiano se interrumpiera. ¿Era aquél el indicio de inocencia que él buscaba? ¿Podría estar realmente libre de culpa? ¿Podría ser que sus deliberaciones sobre la traición de Flavia estuvieran totalmente equivocadas después de todo?

– El nombre -insistió ella. ¿Por qué tenía tanto empeño en que le dijera el nombre?, se preguntó Vespasiano. Sin duda, si era inocente, aquel nombre importaba mucho menos que el contenido de las acusaciones. Entonces se le pasó por la cabeza que el verdadero motivo por el que quería conocer ese nombre podría ser la venganza, o la intención de acabar con la fuente de las acusaciones para proteger a aquellos que incriminaba.

– No hay ninguna necesidad de que sepas el nombre. -Sí que la hay, esposo. Ya te dije por qué. -Había pensado que tendrías más interés en convencerme de tu inocencia que de la culpabilidad de otra persona, lo que hubiera parecido lo más natural.

– Entiendo. -Flavia se echó hacia atrás, apartándose de él y contempló a su marido con frialdad mientras consideraba el paso siguiente-. ¿Crees que soy antinatural, una especie de monstruo? ¡El mismo monstruo que le dio la vida a tu hijo!

– ¡Ya es suficiente, Flavia! -Vespasiano estaba demasiado agotado como para seguir con una disputa de esa índole. Se apartaba demasiado del ámbito de la discusión que él había previsto

Se había forjado la ilusión de que conocía lo suficiente a Su esposa como para detectar cualquier falsedad. Él había planteado sus acusaciones y ella las había negado, pero seguía queriendo tener claro si estaba o no relacionada con los Libertadores.

– Mira, yo tengo que preguntártelo. Tengo que saber en qué andas metida. Si estás cooperando con los enemigos del Emperador, en la medida que sea, debes decírmelo. Haré cuanto pueda para protegerte de las consecuencias. No soy idiota, Flavia. Si hay alguna manera de ocultar el asunto a los agentes de Narciso, lo haré. Es mejor mantener en secreto la culpabilidad que exponerse peligrosamente. Pero debes jurarme que interrumpirás todo contacto con esos traidores y que nunca volverás a tratar con ellos. Cuéntamelo todo, júrame eso y nunca diré nada. -Se la quedó mirando fijamente para evaluar el efecto de sus palabras y esperó su respuesta.

Flavia le tomó la mano y se la llevó al pecho.

– Esposo, juro por mi vida que no tengo nada que ver con los Libertadores. Lo juro.

Vespasiano quería creerla. Lo deseaba con todas sus fuerzas pero, a pesar del juramento de Flavia, en el fondo, una pequeña reserva de duda lo inquietaba de forma misteriosa y no iba a quedarse convencido. _Muy bien. Aceptaré tu palabra. Y lo haré con mucho gusto. Pero, Flavia, si me estás tratando como a un estúpido y alguna vez lo descubro…

Las amenazas no eran necesarias. Se dio cuenta de que ella ya sabía cuáles iban a ser las consecuencias de un descubrimiento como aquél. Flavia le devolvió su perspicaz mirada un instante antes de asentir con un solemne movimiento de la cabeza.

– Entonces nos entendemos el uno al otro. -Vespasiano le apretó la mano para que estuviera segura de sus sentimientos, fuera lo que fuera lo que ocurriera entre los dos-. Y ahora, estoy cansado, muy cansado. ¿Hay sitio para dos en esta cama?

– Claro que sí, esposo. -Bien. No sabes cuánto he echado de menos dormir entre tus brazos.

– Lo sé -susurró Flavia. Vespasiano se quitó la túnica por la cabeza y se inclinó para desabrocharse los cordones de las botas. Mientras se desnudaba, Flavia le rozó la espalda con unos dedos vacilantes y se la acarició suavemente de esa manera que sabía que a él le gustaba. Pero aquella noche no habría pasión. Entre ellos había habido demasiada incertidumbre y dolor. Vespasiano se deslizó bajo la sábana y besó a su esposa en la frente con dulzura. Ella esperó por si hacía algo más, pero los ojos de Vespasiano se cerraron y pronto su respiración adquirió un ritmo profundo y acompasado.