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– ¿Aunque nos viera juntos el otro día? Lavinia le presionó el pecho con el dedo.

– Le conté que me habías abordado y que yo te había dicho que me dejaras en paz porque amaba a Cato.

– ¿Y te creyó? -Vitelio parecía escéptico.

– ¿Por qué no iba a hacerlo? Y ahora, ¿podemos hablar de otra cosa? Esta preocupación que tenéis los hombres por la lealtad física de vuestras mujeres es tediosa. Es como si vosotros vivierais según otros principios.

– Muy bien, de acuerdo -respondió Vitelio al tiempo que tiraba de ella para ponerla sobre su cuerpo y la besaba con una apasionada intensidad que sorprendió a Lavinia. Ella cerró los ojos y se abandonó a ese momento, inhaló su aroma y casi se marcó del deseo que le provocaba tal proximidad física. Cuando se apartó de su rostro y abrió los ojos, notó la dureza de su pene contra el muslo.

– Creí que habías dicho que no te sentías con fuerzas. -Sabes cómo despertar el deseo en un hombre. -Vitelio sonrió y deslizó la mano hacia el interior de los muslos de Lavinia-. Veamos qué se puede hacer.

Más tarde, después de la puesta de sol, un esclavo entró en la tienda y encendió las lámparas en silencio antes de desaparecer. Bajo la pálida luz de los candiles Lavinia se levantó de la cama y bostezó al tiempo que estiraba sus esbeltos brazos por encima de la cabeza. El movimiento hizo que sus pechos se levantaran y Vitelio alargó el brazo y rodeó uno de ellos con la mano, maravillándose ante su suave tersura. Lavinia le permitió continuar un momento antes de apartarlo de un manotazo.

– ¡Eh, tú, ya está bien! Tengo que volver a mi tienda. -¿Cuándo volveré a verte?

– Mañana, después del banquete del César, nos encontraremos aquí.

– ¿Seguro que asistirás al banquete? -preguntó Vitelio. -Sí, para servir a mi señora y al legado. Pero me muero de ganas de ver los entretenimientos que ha preparado el emperador. Seguro que es todo un espectáculo. -Lavinia recogió su túnica del suelo, donde había caído en los primeros momentos y se la pasó por la cabeza. Vitelio la observó con sus ojos oscuros y fríos y la cabeza apoyada en una almohada cilíndrica de seda.

– Lavinia, necesito que me hagas un favor.

La cabeza de la muchacha asomó por la parte superior de la túnica y ella tiró de los mechones de su cabellera para sacarlos del escote.

– ¿Qué clase de favor? -Es una sorpresa para el emperador. Necesito que mañana por la noche lleves algo al banquete para mí.

– ¿Qué es? -Está allí, encima de aquella mesa -dijo tranquilamente al tiempo que señalaba hacia una mesa baja, negra y con la superficie de mármol que había en una esquina en el otro extremo de la tienda. Lavinia fue hacia allí y cogió un objeto que, al alzarlo, brilló bajo la luz que proyectaban las lámparas de aceite. Era una daga, metida en una vaina de plata con incrustaciones de oro con unos arremolinados diseños célticos entre los cuales había engastados unos rubíes rojos como la sangre. El mango de la daga era de color negro azabache y tan bruñido que brillaba intensamente, con un enorme rubí engarzado en el oro del extremo del pomo.

– ¡Es preciosa! -se maravilló Lavinia-. Nunca he visto nada parecido. Nunca. ¿Dónde la conseguiste?

– Me la mandó mi padre. Es un regalo para el emperador. Me dijo que se la entregara en cuanto hubiésemos capturado Camuloduno. Tráela aquí.

Lavinia volvió hacia la cama llevando la daga con reverencia.

– ¡Qué cosa tan bonita! Al emperador le encantará. -Eso es lo que mi padre espera. Y yo creo que es la clase de regalo que es mejor ofrecer en una ocasión especial. Así que pensé que podría dárselo al emperador en el punto álgido de las celebraciones de mañana, ante todos sus invitados, para que vean la reacción de Claudio ante la muestra de lealtad y afecto de mi padre.

– Se morirán de celos. -Eso es exactamente lo que pensé -dijo Vitelio-. Por eso necesito que me hagas un favor.

– ¿Qué clase de favor? -Necesito que lleves esto al banquete por mí. No está permitido llevar ningún tipo de arma en presencia del emperador. Su escolta registrará a todos los invitados formales, pero puedes entrar en el banquete por la cocina. Lo único que tienes que hacer es esconderla así. -Le metió la mano por debajo de la túnica y apretó la vaina contra el interior de su muslo. Lavinia dio un grito ahogado y se rió-. Tendrás que sujetarla para que no se caiga. Nadie sabrá que está ahí.

Lavinia volvió a coger la vaina y la contempló con una expresión preocupada.

– ¿Qué ocurre? -¿Qué pasa si me registran y me la encuentran? -No te preocupes, Lavinia. Yo estaré ahí cerca. Si pasa algo parecido antes de que puedas dármela, intervendré y lo explicaré todo.

Lavinia lo miró de hito en hito. -¿Y si no lo haces?

La expresión en el rostro de Vitelio se transformó en una mezcla de dolor y enojo.

– ¿Por qué iba a querer meterte en problemas? -No lo sé.

– Exactamente. No es muy probable que ponga en peligro a la mujer que amo, ¿no es cierto? -La rodeó con sus brazos, la acercó hacia su pecho y esperó a sentir la relajación de su cuerpo para continuar hablando-. Una vez estés dentro sirviendo a Flavia y a Vespasiano, vendré y recuperaré la daga tan rápidamente como pueda.

– ¡Espero que no de una forma demasiado pública! -Claro que no. No sería correcto que un miembro de mi clase fuera visto manoseando a una esclava a la vista de todos.

– Gracias por preocuparte por mi reputación -replicó Lavinia con resentimiento.

– Sólo bromeaba, cariño. Tendremos que encontrar algún lugar tranquilo para que pueda recuperarla. -La estrechó cariñosamente entre sus brazos-. ¿Lo harás por mí? Significará mucho para mi padre, y me ayudará en mi carrera.

– ¿Y yo qué saco con ello? -En cuanto tenga mi parte del botín de guerra te prometo que te compraré a Flavia. Después nos encargaremos del asunto de tu manumisión.

– Muy buena idea. ¿Pero por qué iba a querer venderme Flavia?

– No creo que fuera muy sensato negármelo -respondió Vitelio en voz baja-. Además, puedo presentarte al emperador durante el banquete y pedirle que te convierta en mi recompensa por haber salvado a la segunda legión de Togodumno. Vespasiano no podría negarse a ello. Parecería terriblemente desagradecido por su parte. Tú espera a que te haga una señal y entonces ven directamente hacia mí.

– Lo tienes todo calculado, ¿no es cierto? -dijo Lavinia con el ceño fruncido.

– Oh, sí. -¿Y después que?. -preguntó Lavinia, en cuyos ojos brillaba la esperanza.

– ¿Después? -Vitelio tomó su mano, se la llevó a la boca y besó su piel suave-. Después podríamos causar un poco de escándalo y casarnos.

– Casarnos… -susurró Lavinia. Le echó los brazos al cuello y lo apretó contra ella con todas sus fuerzas-. ¡Te quiero!

Te quiero tanto que haría cualquier cosa por ti. ¡Cualquier cosa!

– ¡Cálmate, casi no puedo respirar! -exclamó riéndose Vitelio-. Todo lo que te pido es este pequeño favor y que consientas en ser mi esposa en cuanto podamos hacer que eso sea posible.

– ¡Oh, sí! -Lavinia le plantó un beso en la mejilla y se apartó enseguida-. Ahora debo irme. -Cogió la daga.

– Toma, envuélvela con esto. -Vitelio alargó la mano hacia un lado de la cama y le dio su pañuelo-. Será mejor que la lleves contigo, bien escondida, hasta el banquete. Es de esa clase de cosas por las que algunas personas podrían llegar a matar.

– Conmigo estará segura. Te lo prometo. -Sé que lo estará, cariño. Ahora tienes que irte. Cuando Lavinia hubo abandonado la tienda, Vitelio se tumbó en la cama con una petulante expresión de satisfacción. Después de todo, no había sido tan difícil arreglarlo. Cuando la esclava fuera presentada al emperador, los semblantes que pondrían Vespasiano y su esposa serían algo digno de verse.

Era una pena que no pudiera dejar con vida a Lavinia.