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He tratado de no complicar la política tribal de los britanos para no hacer más lento el ritmo de la historia. En la época de la invasión romana del año 43 d. C., la isla estaba dividida en grupos de aliados inestables, y la mayoría de las tribus veían las arrolladoras victorias de los catuvelanios con creciente temor. Después de haber dominado a los trinovantes y de haber convertido la rica ciudad de Camuloduno en su capital, los catuvelanios estaban haciendo grandes avances al sur del Támesis. Cuando llegaron los romanos, a los catuvelanios les fue muy difícil reclutar a sus antiguos enemigos tribales para que formaran parte de las fuerzas de oposición a Roma. Como iban a ganar muy poco con la victoria de cualquiera de los dos bandos, muchas de las tribus retrasaron su incorporación a una alianza hasta que no estuvo claro quién iba a ser el vencedor.

Carataco ha sido vencido de nuevo y la capital de los nativos ha caído en manos de Roma. Pero la conquista de la isla está lejos de haber terminado. El caudillo britano sigue en libertad, incitando a las orgullosas tribus guerreras de la isla a que se resistan a los invasores. En ningún lugar la oposición es tan resuelta como en los territorios de las tribus del sudoeste, que, desde los refugios de sus enormes poblados fortificados, esperan con desdén a que los romanos lo hagan lo peor posible.

Cato y Macro sólo disponen de un breve respiro antes de que Vespasiano los conduzca de nuevo, junto a los soldados de la maltrecha segunda legión, hacia las formidables fortalezas de los britanos y hacia un nuevo y mortífero enemigo.

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