– ¿Por qué? -se ofendió Flora.
– Es demasiado -Matt hizo un gesto vago-… relajada -dijo al azar.
– Estoy segura de que puedo tener una apariencia tensa y frustrada si me empeño -dijo Flora y al instante puso sus manos ante ella como pidiendo perdón-. Es una broma.
– No necesito una secretaria bromista -dijo Matt sin sonreír-. Tengo que confiar en alguien que va a escribir documentos confidenciales. Nada de lo que has dicho o hecho me muestra que tengas las cualidades requeridas.
– No lo sabrá a menos que pruebe -dijo Flora, intentando compensar su última metedura de pata-. En serio, puedo hacer el trabajo. Sé tomar notas y conozco casi todos los programas al uso. Aprendo rápido y no me importa trabajar duro, mientras no sea durante demasiados meses -añadió con escrupulosa sinceridad-. Pero eso da lo mismo, pues sólo me necesita tres.
– ¿Y qué cualidades, aparte de esa capacidad extraordinaria para trabajar tres meses seguidos, puedes ofrecerme? -preguntó Matt sin molestarse en disimular la ironía.
– Hablo francés muy bien -dijo-. Y también alemán, aunque peor.
Matt estuvo a punto de manifestar su sorpresa.
– ¿Qué más?
Flora se quedó pensativa, buscando las habilidades que podrían impresionarlo. La capacidad de disfrutar de la vida no debía ser gran cosa para él. Sabía hablar con la gente, preparar gin tonics y se podía confiar en ella para que la fiesta arrancara y siguiera toda la noche, pero ninguna de aquellas cualidades era apropiada.
– Paige me ha recomendado -dijo por fin, entre la espada y la pared.
Incluso a sus oídos, sonó bastante pobre como argumento, pero por primera vez, el señor Davenport pareció reflexionar. Paige había sido su secretaria personal durante cuatro años y tenía en gran consideración su juicio. No era propio de ella recomendar a una persona tan absurda como parecía Flora. Tenía que haber algo más en ella, y además nadie podía ser tan frívolo.
Miró por la ventana.
– Ojalá tuviera a Paige ahora -murmuró.
– Pero es que su madre está enferma -señaló Flora-. Así que puede tenerme a mí en su lugar.
Matt la miró y entrecerró los ojos:
– ¿Por qué tienes tanto interés en trabajar para mí?
Los ojos azules lo miraron sin vergüenza.
– Necesito un trabajo temporal que me proporcione mucho dinero -dijo de un tirón-. Paige me dijo que el salario es generoso.
– Es pronto para hablar de salarios -la cortó Matt-. Lo primero es probar tu capacidad. En el día de hoy.
– No le defraudaré -dijo Flora, pero Matt Davenport se limitó a gruñir algo y volver a sus papeles.
Flora guardó silencio, pensando que era mejor no presionarlo. Tendría que demostrar lo buena que era. No tanto como Paige, pero lo suficiente para reemplazarla unos meses.
– ¿Desea café, señor Davenport? -la azafata se inclinaba obsequiosamente junto a él.
– Negro -fue la tajante respuesta.
– ¿Y usted, señora…?
– Flora -replicó Flora con firmeza-. Y sí, por favor, me gustaría tomar un café -exageró la educación para poner de manifiesto la grosería de Davenport-. Con leche, muchas gracias.
Él no ignoró la elaborada réplica y le lanzó una aguda mirada de soslayo a la que Flora respondió con inocencia.
– Genial avión -dijo mientras inclinaba su asiento-. Puede uno dormirse en un sillón tan cómodo.
Matt Davenport la miró con desdén.
– No está aquí de vacaciones. Está aquí para trabajar.
– Oh, desde luego -Flora puso el asiento recto y tomó su bloc de notas.
Matt apenas le dio tiempo a abrirlo antes de empezar a hablar. Dictó notas, ideas, cartas e informes a velocidad de vértigo, sin hacer una pausa para dar las gracias cuando la azafata sirvió los cafés. Flora no pudo ni dar un sorbo al suyo. Su bolígrafo volaba sobre el cuaderno mientras el café se enfriaba a su lado.
Por suerte, Davenport tuvo que contestar al teléfono antes de que Flora estuviera completamente perdida y la pausa le permitió beber café y respirar un momento. Cuando el hombre colgó, preguntó:
– ¿No podría explicarme lo que vamos a hacer hoy? Sería mucho más fácil para mí.
Matt frunció el ceño.
– ¿No te explicaron nada cuando te llamaron para la prueba?
– No mucho. Paige me dijo que era un negocio europeo y los de la empresa sólo me dijeron que estuviera en el aeropuerto para volar a París.
– ¿Cómo vas a traducir lo que digo si no sabes de qué vamos a hablar? -preguntó Matt con exasperación-. Tendrías que haberlo dicho antes.
– No tuve oportunidad -replicó Flora-. Por eso lo digo ahora.
– Oh, muy bien -parecía irritado-. Supongo que conoces la empresa.
– Es electrónica -dijo Flora que no sabía nada más de Elexx.
Pero Matt siguió explicando, sin detenerse a comprobar lo poco que entendía Flora de electrónica.
– Elexx es una de las compañías americanas líderes en el sector, y buscamos una expansión mundial. Hay un mercado importante en Europa y pretendo que Elexx entre con buen pie. Es un proyecto tan importante que lo llevo yo personalmente. Por eso me he instalado en Londres para seguir las negociaciones. Aquí intervienes tú.
– ¿Oh?
– De momento estamos buscando una fusión en Francia -le explicó con severidad-. Entiendo francés, pero no lo hablo y necesito que alguien tome notas y me sirva de intérprete. ¿Puedes hacerlo?
– Claro que sí -dijo Flora que no creía poder hablar de electrónica en su idioma, y mucho menos en francés. Pero mejor no explicárselo a Matt.
Al final, no fue tan terrible como había supuesto, pues las negociaciones se referían sobre todo a aspectos financieros y su francés era suficiente para eso. Incluso llegó a disfrutar, salvo por el hecho de que para lo que vio de París, podía haberse quedado en Londres. Matt le estuvo dictando durante todo el viaje y siguió mientras corrían hacia otro coche. Flora iba sin aliento detrás del hombre de negocios.
Le hubiera gustado sentarse tranquila y mirar el paisaje parisino, pero Matt no era hombre de tiempos muertos. Como mero desafío, Flora logró captar varias vistas de los edificios gris azulados de la ciudad, pero a costa de obligar a su jefe a repetir la frase.
Cuando llegaron a la primera reunión, Flora estaba roja por el esfuerzo de perseguir a Matt y tomó asiento con alivio. Mientras el señor Davenport saludaba a sus asociados futuros, se le ocurrió quitarse la chaqueta, aunque deseó no haberlo hecho. Percibió físicamente la mirada de desprecio de las otras dos secretarias, ferozmente elegantes y sobrias, y tuvo una intensa conciencia de su desnudez.
Matt le dedicó una mirada igualmente despectiva, pues le irritaba que aquellos brazos desnudos le hicieran perder concentración. La piel era cálida y dorada, y se preguntó qué pensarían sus socios de una secretaria que parecía de camino hacia la playa.
Pero el director financiero francés miraba a Flora con placer y aprobación, y le sonrió, a lo que ella contestó con una sonrisa radiante.
– Estaría bien si dejaras de coquetear y te concentraras -tuvo que intervenir Matt con irritación y añadió-. Y por Dios, cúbrete un poco.
Así que Flora se puso la chaqueta y se fue asando poco a poco. Estuvieron horas reunidos, sin ni siquiera parar para comer decentemente. Era típico de su suerte que, para una vez que visitaba París con un millonario, tuvieran que conformarse con café y bocadillos.
Cuando volvieron por la tarde al avión, Flora estaba exhausta. Se dejó caer en el cómodo asiento y se quitó los zapatos con un suspiro de alivio.
– ¡Por fin! -exclamó y cerró los ojos.
Matt que estaba a punto de empezar a dictar sus impresiones de la última reunión, la miró con una mezcla de impaciencia y cierta piedad desacostumbrada en él. Sí que parecía cansada, se dijo, mirando su rostro. Era más fácil mirarla con detenimiento cuando sus ojos curiosos estaban cerrados, más fácil descansar la vista en la curva de su garganta o la sombra de sus pestañas.