Matt miró un instante por la ventana.
– ¿Así que no tienes ningún compromiso?
– Hasta que encuentre a alguien dispuesto a dejarlo todo para seguirme, lo que es improbable.
– Me alegra oírlo -dijo Matt.
El corazón de Flora se sobresaltó y preguntó tontamente:
– ¿Por qué?
– Necesito una secretaria que esté en la oficina el tiempo que sea necesario y que esté dispuesta a dejarlo todo para acompañarme a un viaje sorpresa, sin un novio que se pase el día quejándose de que llega tarde -dijo en tono despectivo-. No quiero distracciones sentimentales. Si trabajas para mí, Flora, espero ser tu prioridad número uno.
¿Qué había esperado? ¿Que la quisiera por su cara bonita? Una decepción ridícula se apoderó de Flora y tuvo que alzar la barbilla para no mostrar su frustración.
– Pagar mis deudas para poder marcharme es mi prioridad -dijo con firmeza-. Puedes ser la segunda prioridad, en todo caso.
Sorprendido, Matt la miró y Flora se estremeció un poco, segura de que había ido demasiado lejos, pero después de unos instantes él se echó a reír.
– Tienes valor, desde luego.
Esta vez le tocó a Flora mostrarse desconcertada. Atónita sería más apropiado. Pues la risa le transformó por completo, disolviendo la mirada dura de sus ojos verdosos y creando arrugas nuevas en su rostro. Tenía unos dientes muy blancos y fuertes, y su sonrisa era tan devastadora e inesperadamente encantadora que tuvo que tomar aire para recuperar el equilibrio.
– Sólo era sincera -dijo con un hilo de voz.
Matt seguía sonriendo cuando la miró y dijo:
– Muy bien. Si trabajas como hoy hasta que vuelva Paige, no me importa ser el número dos.
Flora tomó aire de nuevo. Sólo era una sonrisa. No había razón alguna para que su corazón se desbocara.
– Es -se interrumpió para carraspear-. Es un trato.
Las ocho y veinticinco. Flora no podía creerse que hubiera llegado a la hora.
– Ven a las ocho y media -había dicho Matt a modo de despedida la noche anterior-. Y haz algo con tu pelo.
Flora, cuyos zapatos la estaban matando, le observó partir hacia su coche con rencor. Pero el rencor duró poco. Tenía el trabajo, eso era lo importante. Podría pagar sus deudas y el mundo sería suyo.
Mientras subía en el ascensor hasta el despacho del presidente, Flora examinó su imagen con recelo. Se había pasado horas para hacerse un moño, pero por algún motivo no resultaba tan elegante en ella como en otras chicas. Pero así tendría que ser y esperaba no escuchar más protestas.
Tras las críticas del día anterior a su atuendo, se había puesto una falda larga, color marrón y una blusa beis de manga corta. Tenía un aspecto endomingado y aburrido, pero parecía discreta y esperaba que apropiada.
Para su sorpresa, no vio a Matt cuando atravesó la puerta de su despacho. Todo estaba oscuro y silencioso. El lugar le pareció tan presidencial que no dudó que era el despacho de Matt, hasta que otra puerta al fondo le hizo comprender que aquel era su despacho. Era confortable, espacioso, ordenado y limpio, un lujo para Flora.
Dejó su bolso en una silla y se sentó frente a su mesa, pasando la mano por la madera noble y pulida y abriendo los cajones. Estos se deslizaron sin ruido para mostrar su contenido impecable. El equipo informático era tan moderno que apenas reconoció la mitad de los aparatos. Ya se preocuparía por eso más adelante, se dijo con su característico optimismo y giró varias veces en su silla, aprobando su elegante confort.
¡Esto es vida! Se habían acabado los trabajos en oficinas cutres, los cafés de máquina, los archivos desordenados, los programas anticuados. Durante tres meses, trabajaría rodeada de lujo. Con una exclamación de alegría, Flora se impulsó para dar una vuelta completa en su silla.
Matt eligió ese instante para abrir la puerta. Estaba de mal humor porque no había conseguido deshacerse de la imagen de Flora en toda la noche. Su humor no mejoró al verla girando como una loca en su silla, mucho más viva que sus recuerdos. Evidentemente, no era una chica fácil de ignorar.
Flora captó la imagen de Matt y puso los pies en tierra para detener su giro abruptamente. Su corazón dio un brinco ante la mirada de incredulidad que le estaba lanzando su jefe desde la puerta.
– Hola -dijo débilmente y se sonrojó. Para ocultar su confusión, se puso en pie.
– Oh, eres tú -dijo Matt, de nuevo desconcertado. Acababa de darse cuenta de que Flora se había retirado el cabello rebelde de la cara y que llevaba una ropa que cubría sus bonitas rodillas y hombros. No estaba elegante, pero sí más apropiada.
Los ojos azules y el gesto orgulloso de la mandíbula eran los mismos y no era su culpa si la blusa primorosa le hacía sentir nostalgia de su escote del día anterior.
Tampoco era culpa suya que recordara sus piernas, pero no por ello dejaba de sentirse irritado.
– ¿Qué haces con la silla? -preguntó malhumorado.
– No hacía nada -se disculpó Flora-. Sólo estaba… viendo cómo funciona.
– Si quieres ver cómo funcionan las cosas, enciende el ordenador -replicó Matt, avanzando hacia su despacho-. O mejor, sígueme con el cuaderno. Quiero dictar unas cartas antes de que empiecen a sonar los teléfonos.
Flora lo miró como si no hubiera entendido.
– ¿Ahora mismo?
– ¡Ahora! ¿Cuándo si no?
– ¿No quieres una taza de café primero? -insistió Flora sin perder la esperanza, pero Matt la miró con ira.
– No. Esto es una oficina y si quiero un café, lo pediré. Quiero dictarte una carta, por si no me has oído.
Flora bajó la mirada y buscó en el primer cajón un cuaderno y un bolígrafo.
Cuando entró en el despacho de Matt, éste estaba sentado tras su mesa y dispuesto a empezar. Apenas tuvo tiempo de tomar asiento antes de que empezara a dictar.
– Para un minuto, por favor -pidió Flora un rato después. Le dolía la mano y Matt dictaba tan rápido que empezaba a perderse.
Matt esperó de mala gana, mirando a Flora con gesto impaciente mientras ésta completaba sus garabatos para ser capaz de reconocerlos después.
Ojalá pudiera recordar el aspecto de su melena suelta.
– Ya -Flora alzó la mirada y se encontró con los ojos pensativos de Matt. No parecía haberla oído, de forma que repitió-. Estoy lista.
Matt la miró y de pronto recordó en qué había estado pensando mientras la miraba. Lo peor era que había perdido por completo el hilo de lo que estaba dictando. Ni siquiera recordaba de qué trataba la carta.
– Tienes que leerme las últimas frases -dijo, furioso consigo mismo-. E intenta seguir el ritmo en el futuro.
Alivió parte de su ira dictando un montón de cartas a gran velocidad, y Flora estaba agotada cuando al fin la dejó marchar.
– Las cartas para París son urgentes -dijo al despedirla-. Quiero firmarlas en cuanto estén listas y enviarlas por fax al momento.
Flora se preguntó, si las cartas de Francia eran tan urgentes, por qué había perdido tanto tiempo dictándole otras, pero guardó silencio. «Piensa en el dinero», se dijo. «Piensa en las playas bajo los cocoteros».
Matt observó cómo Flora se ponía en pie con innecesaria languidez, desde su punto de vista.
– Es urgente -repitió.
– ¿Qué quieres que haga? -dijo ella al instante, olvidando sus buenas intenciones-. ¿Correr a la puerta?
– Basta con que muestres que conoces el uso de la palabra «urgente».
– Urgente significa que las voy a pasar a máquina antes de tomar café -replicó Flora-. Puedo morirme de sed, pero ¿qué importa eso si las cartas pueden llegar treinta segundos antes?
– Morirás de otra cosa si no te marchas -dijo Matt, exasperado, mirando la puerta cerrarse tras Flora.
Nunca había tenido una secretaria como ella y le molestaba la forma en que le atraía. Nadie solía hablarle en ese tono y jamás ninguna secretaria le había replicado. Nunca ninguna de sus secretarias le había dejado mirando una puerta como un imbécil, preguntándose si quería reírse o asesinarla.