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JULIETA.-Yo aquí me quedaré. ¡Esposo mío! Mas ¿qué veo? Una copa tiene en las manos. Con veneno ha apresurado su muerte. ¡Cruel! no me dejó ni una gota que beber. Pero besaré tus labios que quizá contienen algún resabio del veneno. Él me matará y me salvará. (Le besa.)Aún siento el calor de sus labios.

ALGUACIL 1°.- (Dentro.)¿Dónde está? Guiadme.

JULIETA.-Siento pasos. Necesario es abreviar. (Coge el puñal de Romeo.)¡Dulce hierro, descansa en mi corazón, mientras yo muero! (Se hiere y cae sobre el cuerpo de Romeo. Entran la ronda y el paje de Paris.)

PAJE.-Aquí es donde brillaba la luz.

ALGUACIL 1°.-Recorred el cementerio. Huellas de sangre hay. Prended a todos los que encontréis. ¡Horrenda vista! Muerto Paris, y Julieta, a quien hace dos días enterramos por muerta, se está desangrando, caliente todavía. Llamad al Príncipe, y a los Capuletos y a los Montescos. Sólo vemos cadáveres, pero no podemos atinar con la causa de su muerte. (Traen algunos a Baltasar.)

ALGUACIL 2°.-Este es el escudero de Romeo, y aquí le hemos encontrado.

ALGUACIL 1°.-Esperemos la llegada del Príncipe. (Entran otros con fray Lorenzo.)

ALGUACIL 3°.-Tembloroso y suspirando hemos hallado a este fraile cargado con una palanca y un azadón; salía del cementerio.

ALGUACIL 1°.-Sospechoso es todo eso: detengámosle. (Llegan el Príncipe y sus guardas.)

PRINCIPE.-¿Qué ha ocurrido para despertarme tan de madrugada? (Entran Capuleto, su mujer, etc.)

CAPULETO.-¿Qué gritos son los que suenan por esas calles?

SEÑORA CAPULETO.-Unos dicen “Julieta”, otros “Romeo”, otros “Paris”, y todos corriendo y dando gritos, se agolpan al cementerio.

PRINCIPE.-¿Qué historia horrenda y peregrina es ésta?

ALGUACIL 1°.-Príncipe, ved. Aquí están el conde Paris y Romeo, violentamente muertos y Julieta, caliente todavía y desangrándose.

PRINCIPE.-¿Averiguasteis la causa de estos delitos?

ALGUACIL 1°.-Sólo hemos hallado a un fraile y al paje de Romeo, cargados con picos y azadones propios para levantar la losa de un sepulcro.

CAPULETO.-¡Dios mío! Esposa mía, ¿no ves correr la sangre de nuestra hija? Ese puñal ha errado el camino: debía haberse clavado en el pecho del Montesco y no en el de nuestra inocente hija.

SEÑORA CAPULETO.-¡Dios mío! Siento el toque de las campanas que guían mi vejez al sepulcro. (Llegan Montesco y otros.)

PRINCIPE.-Mucho has amanecido, Montesco, pero mucho antes cayó tu primogénito.

MONTESCO.-¡Poder de lo alto! Ayer falleció mi mujer de pena por el destierro de mi hijo. ¿Hay reservada alguna pena más para mi triste vejez?

PRINCIPE.-Tú mismo puedes verla.

MONTESCO.-¿Por qué tanta descortesía, hijo mío? ¿Por qué te atreviste á ir al sepulcro antes que tu padre?

PRINCIPE.-Contened por un momento vuestro llanto, mientras busco la fuente de estas desdichas. Luego procuraré consolaros o acompañaros hasta la muerte. Callad entre tanto: la paciencia contenga un momento al dolor. Traed acá a esos presos.

FRAY LORENZO.-Yo, el más humilde y a la vez el más respetable por mi estado sacerdotal, pero el más sospechoso por la hora y el lugar, voy a acusarme y a defenderme al mismo tiempo.

PRINCIPE.-Decidnos lo que sepáis.

FRAY LORENZO.-Lo diré brevemente, porque la corta vida que me queda, no consiente largas relaciones. Romeo se había desposado con Julieta. Yo los casé, y el mismo día murió Teobaldo. Esta muerte fue causa del destierro del desposado y del dolor de Julieta. Vos creísteis mitigarle, casándola con Paris. En seguida vino a mi celda, y loca y ciega me rogó que buscase una manera de impedir esta segunda boda, porque si no, iba a matarse en mi presencia. Yo le di un narcótico preparado por mí, cuyos efectos simulaban la muerte, y avisé a Romeo por una carta, que viniese esta noche (en que ella despertaría) a ayudarme a desenterrarla. Fray Juan, a quien entregué la carta, no pudo salir de Verona, por súbito accidente. Entonces me vine yo solo a la hora prevista, para sacarla del mausoleo, y llevarla a mi convento, donde esperase a su marido. Pero cuando llegué, pocos momentos antes de que ella despertara, hallé muertos a Paris y a Romeo. Despertó ella, y le rogué por Dios que me siguiese y respetara la voluntad suprema. Ella, desesperada, no me siguió, y a lo que parece, se ha dado la muerte. Hasta aquí sé. Del casamiento puede dar testimonio su ama. Y si yo delinquí en algo, dispuesto estoy a sacrificar mi vida al fallo de la ley, que sólo en pocas horas podrá adelantar mi muerte.

PRINCIPE.-Siempre os hemos tenido por varón santo y de virtudes. Oigamos ahora al Criado de Romeo.

BALTASAR.-Yo di a mi amo noticia de la muerte de Julieta. A toda prisa salimos de Mantua, y llegamos a este cementerio. Me dio una carta para su padre, y se entró en el sepulcro desatentado y fuera de si, amenazándome con la muerte, si en algo yo le resistía.

PRINCIPE.-Quiero la carta: ¿y dónde está el paje que llamo a la ronda?

PAJE.-Mi amo vino a derramar flores sobre el sepulcro de Julieta. Yo me quedé cerca de allí, según sus órdenes. Llegó un caballero y quiso entrar en el panteón. Mi amo se lo estorbó, riñeron, y yo fui corriendo a pedir auxilio.

PRINCIPE.-Esta carta confirma las palabras de este bendito fraile. En ella habla Romeo de su amor y de su muerte: dice que compró veneno a un boticario de Mantua, y que quiso morir, y descansar con su Julieta. ¡Capuletos, Montescos, ésta es la maldición divina que cae sobre vuestros rencores! No tolera el cielo dicha en vosotros, y yo pierdo por causa vuestra dos parientes. A todos alcanza hoy el castigo de Dios.

CAPULETO.-Montesco, dame tu mano, el dote de mi hija: más que esto no puede pedir tu hermano.

MONTESCO.-Y aún te daré más. Prometo hacer una estatua de oro de la hermosa Julieta, y tal que asombre a la ciudad.

CAPULETO.-Y a su lado haré yo otra igual para Romeo.

PRINCIPE.-¡Tardía amistad y reconciliación, que alumbra un sol bien triste! Seguidme: aún hay que hacer más: premiar a unos y castigar a otros. Triste historia es la de Julieta y Romeo.

FIN