– Stephen Barrettson… hummm… el nombre Stephen significa «victorioso», y Barrettson algo parecido a «fiero como un oso». -Hayley le dirigió una sonrisa de complicidad-.
Tengo la afición de estudiar el origen y el significado de los nombres. El suyo es un nombre de gran nobleza.
– Para un don nadie… -se apresuró Stephen a añadir.
– Oh, pero usted no es un don nadie. En absoluto, señor Barrettson. No hace falta tener un título nobiliario para ser un hombre noble.
– Desde luego que no -dijo Stephen en voz baja, preguntándose si eran o no imaginaciones suyas que ella había pronunciado las palabras «tener un título nobiliario» con cierta amargura. «Si tiene a la nobleza en mal concepto, menos mal que no le he dicho quién soy»-. Hayley es un nombre poco frecuente. ¿Qué significa? -Para sorpresa de Stephen, a Hayley se le sonrojaron considerablemente las mejillas.
– Significa «del prado de heno».
Stephen no se podía imaginar por qué motivo «del prado de heno» podía hacer que las mejillas de Hayley adquirieran un color tan febril.
Intentó recordar la última vez que había visto sonrojarse a una mujer adulta y se dio cuenta de que no lo había visto nunca. Hasta entonces. Todas las mujeres que conocía eran sofisticadas y finas; mujeres de mundo que antes de sonrojarse se prenderían fuego a sí mismas.
Incapaz de contener su curiosidad, le preguntó:
– ¿Por qué se ha ruborizado?
A Hayley todavía se le subieron más los colores y se mordió el labio inferior mientras se le curvaban las comisuras de los labios en una divertida sonrisa.
– ¿Me he ruborizado?
– Muchísimo. Y también parece divertida. Créame, como si le hubieran contado un buen chiste. Pero… ¿qué tiene «del prado de heno» para que se le suban tanto los colores?
– Tal vez se lo explique cuando se sienta más fuerte. Me sabría fatal escandalizarle o provocarle una conmoción que le haga recaer -contestó Hayley a punto de reírse-. Además, es algo que no puedo contarle hasta que nos conozcamos mejor.
Antes de que él pudiera cuestionar las intrigantes palabras de Hayley, ella cogió una servilleta de lino de la bandeja y se inclinó hacia Stephen.
– Se ha dejado una miguita de pan -le dijo, frotándole el labio inferior con la servilleta.
Stephen la miró fijamente mientras ella le tocaba la boca con la servilleta y le asaltaron toda suerte de pensamientos. El rostro de Hayley estaba sólo a unos centímetros del suyo, sus magníficos ojos fijos en su boca. Las puntas de sus senos le rozaban ligeramente el torso vendado. El contacto duró sólo unos segundos, pero bastó para que Stephen se estremeciera íntimamente. Notó que la sábana se le había tensado en la parte de los genitales y, de repente, lo recordó.
Estaba desnudo.
Para su sorpresa, un rubor de puro azoramiento empezó a subirle por el cuello. Había mantenido relaciones sexuales con multitud de mujeres y, sin embargo, ahí estaba, sonrojándose como un escolar.
– A propósito, ¿pudieron salvar algunas de mis ropas? -preguntó flexionando las rodillas para que ella no se diera cuenta de la forma en que se le había tensado la sábana en la zona de la entrepierna. «¡Justo lo que necesitaba! Que me doliera una parte más del cuerpo. ¡Menuda gracia!»
– Me temo que sus ropas estaban demasiado destrozadas para aprovecharlas, pero tengo un batín, varios pares de pantalones de montar y varias camisas que pertenecían a mi padre que seguro que son de su talla. Si me disculpa un momento, los iré a buscar.
Stephen respiró aliviado cuando Hayley salió de la habitación. «¿Qué diablos me pasa? Debo de haberme dado un golpe condenadamente fuerte en la cabeza para excitarme con un ratón de campo.» Cuando Hayley volvió al cabo de varios minutos con los brazos llenos de ropa, Stephen había recuperado el control.
– ¿Se siente con fuerzas de levantarse? -le preguntó ella-. Tal vez sería mejor que esperara…
– No. Me gustaría estirar un poco las piernas -dijo Stephen con firmeza-. Pero creo que necesitaré un poco de ayuda. ¿Podría enviarme a Grimpy?
Querrá decir a Grimsley. Y me temo que no va a poder ser. Está pescando en el lago con Andrew y Nathan.
– ¿Qué me dice del otro tipo que mencionó su hermana, el que tiene los brazos peludos y el cuerpo lleno de tatuajes?
– Winston. Tampoco está libre ahora. -Hayley estaba de pie junto a la cama, con las manos en las caderas y, por primera vez, Stephen se dio cuenta de cómo iba vestida. Llevaba un vestido marrón liso que nadie podría calificar de elegante o sensual. Pero había algo en su figura que captó la atención de Stephen. Deslizó la mirada por toda su estatura, fijándose en cada curva y recoveco que se insinuaba bajo el vestido: senos enhiestos, esbelta cintura y lo que parecían ser unas piernas sorprendentemente largas. «¿Cómo es posible que no me haya fijado hasta ahora en un cuerpo tan exuberante? Estaba demasiado ocupado mirando fijamente sus ojos. Y su boca.» Para su enfado, su virilidad empezó a aumentar otra vez de volumen.
– No creo que ni Winston ni Grimsley estén de vuelta hasta dentro de varias horas -dijo ella-. Si no quiere esperar, puedo ayudarle yo misma.
Pero, para su mortificación, Stephen no estaba en condiciones de ponerse de pie. «¡Maldita sea! ¿No se da cuenta de que estoy desnudo? ¿No tiene sentido de la decencia?»
– No, gracias, puedo hacerlo solo -dijo en tono cortante.
– ¡Tonterías! Después de pasarse una semana entera acostado, se mareará hasta que consiga recuperar el equilibrio.
Hayley se inclinó hacia delante y asió los antebrazos de Stephen. Cuando éste se resistió a que le ayudara a levantarse, ella lo miró a los ojos. Su mirada reflejaba una ligera irritación.
– ¿Prefiere quedarse en la cama, señor Barrettson?
– Stephen. Llámeme Stephen. Es ridículo que ahora, de repente, empiece ha llamarme señor Barettson -espetó-. Lo único es que, bueno, estoy…
– Está desnudo bajo la sábana. Sí, soy plenamente consciente de ello. -La naturalidad de la respuesta de Hayley todavía incomodó más a Stephen-. Pero, como le he estado curando durante las últimas semanas, no tiene por qué avergonzarse. También cuidé a mi padre durante su enfermedad. Estoy bastante acostumbrada a este tipo de cosas, se lo aseguro. -Hizo una mueca con los labios-. Le prometo no mirar.
Stephen notó que se le estaba calentando la cara. «¿Acaso se está riendo de mí?» La mera idea de imaginarse a aquella mujer viéndolo desnudo le turbaba de una forma que no conseguía entender. Y el hecho de que ella se hubiera percatado de su estado pero pareciera no estar nada impresionada por sus atributos le fastidiaba enormemente. Había infinidad de mujeres en Londres que lo encontraban irresistible. Y, sin embargo, aquella muchachita de pueblo parecía completamente tranquila, mientras que él estaba manifiestamente azorado.
De hecho, cuanto más pensaba en ello, más le irritaba la aparente serenidad de Hayley, y sintió el deseo de hacerle perder la compostura. Si había algo que se le daba bien era hacer perder la compostura a una mujer. Mirándola directamente a los ojos, le preguntó arrastrando la voz, con un seductor susurro:
– Entonces supongo que fue usted quien me desnudó.
Los pómulos de Hayley adquirieron un color casi carmesí y la expresión jovial de su rostro desapareció como una vela que alguien acaba de soplar. Se puso tiesa súbitamente, soltando los brazos de Stephen como si se hubiera quemado con ellos.
– Yo… yo sólo ayudé a Winston y a Grimsley. Pero salí de la habitación en el momento oportuno.
La reacción de azoramiento de Hayley animó considerablemente a Stephen, volviendo a poner sus despeinadas plumas de gallito en su sitio. Podría haberse detenido en ese punto, pero algún demonio interior le instó a continuar. ¿Cuánto podían subirle los colores a Hayley? Esbozando una insinuante sonrisa, le dijo: