– ¿Una amante despechada?
– Lo dudo. Por lo que sé, con mis ex amantes siempre hemos quedado como amigos.
– ¿Y qué me dices de los negocios? ¿Se te ha complicado algún asunto últimamente?
Stephen hizo una pausa antes de responder.
– De hecho, he tenido un problema recientemente.
– ¿Ah sí? ¿Qué problema?
– Me planteé la posibilidad de hacer una inversión considerable en la compañía de transportes navales Lawrence, pero, tras investigar la compañía, me retracté. De todos modos, Marcus Lawrence ya había dado por hecho que yo haría la inversión y había mandado armar tres barcos nuevos.
Justin se mostró sorprendido.
– ¿Encargó el trabajo antes de que hicieras la inversión?
– Sí. Y, por lo que he sabido después, cuando le comuniqué que no quería entrar en el negocio, se quedó con tres barcos a medio construir que no podía pagar. Lo último que oí fue que estaba al borde de la quiebra y posiblemente a punto de ir a la cárcel por impago.
– Si te culpa a ti por su ruina…
– Lo hace -lo interrumpió Stephen-. Me echa a mí todas las culpas.
– ¿Cómo lo sabes?
– Me lo dijo él mismo.
Justin miró fijamente a Stephen.
– ¿Acaso te ha amenazado?
– Sus palabras dejaron entrever que yo era el causante de su ruina y que me lo haría pagar. Pero, como lo dijo cuando llevaba unas cuantas copas de más, no me lo tomé en serio.
– Interesante -dijo Justin mientras seguían avanzando por el sendero-. Dime, ¿por qué decidiste no invertir en la compañía de Lawrence?
– Descubrí que Lawrence no sólo transportaba prendas textiles en las bodegas de sus barcos de carga.
– ¿Ah, sí? ¿Y qué transportaba?
A Stephen le invadió una oleada de repugnancia.
– Al parecer, nuestro señor Lawrence traficaba con esclavos blancos -dijo visiblemente disgustado-. Oí que incluso había raptado niños de varios asilos de huérfanos de Londres…
– No me digas más -le interrumpió Justin con una mueca de asco-. ¿Cuándo te echaste atrás?
– Justo dos semanas antes de que atentaran contra mi vida por primera vez.
– Y un hombre que es capaz de traficar con personas tendría pocos escrúpulos para hacer que te maten.
– Exactamente. Informé al magistrado sobre mis averiguaciones y en el juzgado están llevando a cabo su propia investigación.
– ¿Por qué no me lo habías explicado?
Stephen se encogió de hombros.
– No creí realmente que mi vida estuviera en peligro hasta la segunda vez que intentaron matarme. La primera vez no estaba en el mejor barrio de Londres. El ataque podría haber sido contra cualquier indeseable que frecuentara aquella zona, y yo, sencillamente, me habría interpuesto en su camino. Pero este segundo ataque me ha convencido de que mi vida está en grave peligro. Lawrence podría ser perfectamente nuestro hombre.
– Odio sugerirlo -dijo Justin-, pero… ¿te has planteado la posibilidad de que sea alguien de tu familia?
Stephen soltó una amarga carcajada.
– Seguro que no te refieres a mi queridísima familia. ¿Acaso estás sugiriendo que mi padre, el poderoso duque de Moreland, desea verme muerto? Tal vez. Pero no me lo puedo imaginar manchándose las manos de sangre, aunque sólo sea simbólicamente, ni haciendo un esfuerzo para encontrar tiempo, entre sus adúlteras aventuras amorosas, a fin de planificarlo todo. -Stephen hizo una breve pausa-. Y lo mismo digo con respecto a mi madre. Está demasiado ocupada con sus compromisos sociales y citas clandestinas con sus numerosos amantes para enterarse de que existo. Además, si yo muriera, se vería obligada a guardar luto, y ya sabes lo mucho que detesta vestirse de negro. Aunque es cierto que Gregory heredaría mi título si yo estirara la pata, mi querido hermano suele estar demasiado borracho para percatarse siquiera de mi presencia y, mucho menos, para intentar matarme. Y espero que no consideres a Victoria como posible sospechosa. Mi hermana no sólo no ganaría nada con mi muerte, sino que es tu esposa. Espero que la tengas en mejor concepto que eso.
– En realidad, estaba pensando en Gregory -dijo Justin con voz sosegada-. Tu muerte lo convertiría en marqués y heredero de un ducado, aparte de un hombre increíblemente rico.
– Consideré esa posibilidad, pero lo veo improbable. Gregory está demasiado ocupado con su vida disoluta para tener suficiente energía o astucia para planear mi muerte.
– También es avaricioso y egoísta -apuntó Justin-. No hace falta demasiada energía ni astucia para contratar a alguien para que te mate, y es obvio que esos indeseables que te dieron por muerto eran asesinos a sueldo.
Stephen negó con la cabeza.
– Gregory no quiere la responsabilidad de un ducado. Lo único que necesita es dinero, mucho dinero. No sabría qué hacer con las interminables responsabilidades asociadas al título. Además, mi padre le pasa una renta escandalosamente alta para que la despilfarre en sus vicios.
– Pero tu padre se negó a avalarle económicamente en la última ocasión -le recordó Justin-. Gregory se vio obligado a casarse con Melissa para superar sus problemas financieros. Si dilapida toda la fortuna de Melissa, necesitará tener su propia fortuna. Si tu padre vuelve a negarse a responder de las pérdidas de tu hermano, entonces… -La voz de Justin se fue desvaneciendo poco a poco, y Stephen extrajo la inevitable conclusión.
– Entonces Gregory necesitará otra fuente de ingresos -concluyó Stephen-. Ya sé adonde quieres ir a parar, pero sigo sin poderme imaginar…
Justin lo miró fijamente.
– ¿Qué pasa? ¿En qué estás pensando?
– Me atacaron de camino a mi pabellón… Había decidido ir allí aquella misma mañana.
– Sí, ya lo sé. Me explicaste tus planes aquella tarde.
– Muy poca gente conoce la localización de mi pabellón de caza. Como sabes, siempre voy sin ningún tipo de servicio, es un lugar de uso privado donde me refugio cuando quiero estar solo.
– Ya lo sé.
Stephen miró a Justin, perforando con la mirada los ojos de su amigo.
– Le dije adonde iba a alguien más, aparte de ti. Sólo a una persona. Y sólo unas horas antes de ponerme en camino.
– ¿A quién se lo dijiste?
De repente, sintió una punzada de amargura que le escoció como una bofetada y dijo:
– A Gregory. ¡Maldita sea! Mi propio hermano, el muy desgraciado, está intentando matarme.
Capítulo 5
Las palabras de Stephen flotaron en el aire durante unos breves instantes, el silencio roto solamente por el gorjeo de un par de azulejos y el suave rumor de las hojas arrastradas por la cálida brisa veraniega.
Al final, Justin carraspeó y dijo:
– Tal vez Gregory se lo dijo a alguien más.
Stephen movió repetidamente la cabeza en gesto de negación.
– No, no lo creo. Me detuve en su casa de Londres al caer la tarde para dejarle unos papeles. Me preguntó si pensaba asistir a la velada musical de aquella noche en casa de los Harriman, y yo le dije que no, que iba a pasar unos días en mi pabellón de caza. -Stephen se pasó las manos por el pelo haciendo una mueca de dolor cuando se tocó sin querer el chichón que tenía en el cogote-. Parecía agitado y preocupado al mismo tiempo y bastante impaciente por que me pusiera en camino. Me encantó complacerle.
– ¿Y no le contaste tus planes a nadie más?
– No. ¿Y tú? ¿Le comentaste a alguien adonde iba?
– Se lo dije a Victoria, pero por la noche, cuando estábamos en casa de los Harriman -dijo Justin. Su expresión se hizo cada vez más seria-. Gregory habría tenido un amplio margen de tiempo para organizado todo con los hombres que te atacaron.
Un repentino y profundo agotamiento se adueñó de Stephen.
– ¡Dios mío, Justin! Siempre he sabido que, exceptuando a Victoria, mi familia es inmoral y repugnante, pero he de admitirlo, estoy profundamente desconcertado por la posible implicación de Gregory en todo esto.