– Bueno, yo cambiaría «posible» por «probable» y decidiría qué vamos a hacer al respecto.
– En realidad, tengo un plan.
– Excelente. Soy todo oídos -dijo Justin.
Stephen entrelazó los dedos de ambas manos por detrás de la espalda e intentó ordenar sus pensamientos mientras avanzaba por el sendero. Justin le siguió, esperando en silencio.
– Se me ha ocurrido -dijo Stephen- que nuestro culpable, sea Gregory o Lawrence u otra persona, cree que estoy muerto o desea que lo esté.
– Sí-ratificó Justin-. Indudablemente, verte aparecer va a ser una verdadera conmoción para alguien.
– Ya lo creo que sí. Pero no me parece que deba dejarme ver todavía. Será mucho mejor que me quede aquí, donde está garantizada mi seguridad, hasta que me encuentre completamente recuperado. Hayley me ha ofrecido que permanezca todo el tiempo que necesite para reponerme, y yo había pensado aceptar su invitación. Mientras tanto, tú puedes investigar discretamente. Observa a Gregory y también a Lawrence.
– Dalo por hecho -dijo Justin sin dudarlo ni por un instante-. Pero no puedes quedarte aquí, en medio de ninguna parte, para siempre.
– Cierto. Fijaremos una fecha límite, digamos dos o tres semanas. Eso debería darte suficientes oportunidades para hacer indagaciones. Tenía programado estar fuera esta semana, o sea que nadie debería echarme en falta todavía. Puedes mencionar delante de mi familia y del servicio que hace unas semanas te dije que estaba planeando un viaje al continente, lo que explicará mi ausencia durante las próximas semanas. Si para entonces todavía no has averiguado nada, reapareceré. Con un poco de suerte, provocaré tal conmoción en el culpable que se pondrá en evidencia.
– Una buena teoría, pero… ¿y si, al verte, no se arrodilla ante ti y lo confiesa todo? ¿Y si, en vez de eso, vuelve a intentarlo y esa vez consigue su objetivo?
– Sabemos quiénes son nuestros principales sospechosos, de modo que estaremos preparados -contestó Stephen-. Si falla todo lo demás, siempre podemos tender una trampa a ese indeseable utilizándome como cebo.
– No lo veo nada claro -protestó Justin-. Es demasiado arriesgado.
– A mí eso no me preocupa demasiado -admitió Stephen-, aunque no creo que tengamos que llegar a ese extremo. Con un poco de suerte, mi querido hermano o ex socio potencial se pondrá en evidencia durante las próximas semanas. Y, si no lo hace, por lo menos tendré tiempo para curarme y recuperar fuerzas antes de regresar a Londres.
– Hay algo que podemos hacer-sugirió Justin-. Si no apareces, sea vivo o muerto, lo más probable es que nuestro asesino se ponga cada vez más nervioso. Preguntaré a la señorita Albright la localización exacta del lugar donde te encontraron y mandaré a alguien allí para que vigile si se acerca alguien buscando un cuerpo.
– Es un plan excelente, pero tal vez lleguemos demasiado tarde. Ya llevo aquí una semana entera.
Justin frunció el entrecejo.
– Tienes razón. Si el asesino ya se ha enterado de que tu cuerpo no estaba donde se supone que debería estar y sabe que existe la más remota posibilidad de que sigas con vida, te buscará. -Su mirada se cruzó con la de Stephen-. Y tal vez te encuentre aquí.
Stephen reflexionó sobre las palabras de Justin.
– Tal vez tengas razón, pero las probabilidades de que alguien me encuentre aquí son muy escasas. Según me ha explicado la señorita Albright, nos hallamos como mínimo a dos horas de camino del lugar donde me atacaron. Además, si nuestro hombre se pone nervioso, será más fácil que cometa un error. Y eso irá a nuestro favor.
Justin instó a Stephen a que se detuviera poniéndole una mano en el hombro.
– ¿Y qué harás si resulta que tu hermano está detrás de todo esto?
Stephen se volvió y miró a su amigo a los ojos.
– Ya conoces la situación de mi familia. Nunca he tenido la sensación de tener un hermano, ni siquiera cuando era niño. Si Gregory es responsable de los ataques contra mi persona, entonces puede quemarse en el infierno, que es adonde pertenece.
La mirada de Justin sondeó la de Stephen y entre ellos fluyó un entendimiento mutuo fruto de una profunda amistad.
– Haré cuanto pueda para ayudarte -le prometió Justin con voz pausada. Reanudaron el paseo y se dirigieron hacia la casa. Tras un breve silencio, Justin preguntó:
– ¿Les has dicho a los Albright que eres tutor?
– Sí. Se creen que no tengo familia y que me apellido Barrettson. Pensé que era mejor mantener en secreto mi identidad.
A Justin se le escapó una risita.
– ¿Tú? ¿Tutor? No te puedo imaginar tratando cada día con niños, dictando ecuaciones matemáticas y soltando citas filosóficas.
Stephen miró a su amigo con mala cara.
– Me pareció una buena idea -dijo en tono áspero.
– Oh, sí, muy buena. ¡Ya lo creo! -afirmó Justin sin poder reprimir una sonrisa-. Dime, ¿cómo son los padres de la señorita Albright? Supongo que deben de ser bastante poco convencionales, teniendo en cuenta que permiten que su hija se pasee de noche por esos caminos de Dios con la única compañía de sus lacayos y que rescate a víctimas de los arroyos. Y, francamente, no tengo palabras para describir a ese hombre que me ha abierto la puerta. Ese impresentable no era su padre, ¿verdad? Eso espero.
– No, sus padres están muertos.
Justin se puso serio.
– ¿Entonces…? ¿Quién cuida de ella?
Stephen reprimió el impulso de poner los ojos en blanco.
– ¿Que quién cuida de ella? Nadie, nadie en absoluto.
Ella lleva todo el peso de la casa, que incluye cuatro hermanos menores y una tía mayor y medio sorda que requiere más cuidados de los que es capaz de proporcionar. Y también hay un lacayo entrado en años que ni siquiera es capaz de encontrar sus gafas, y ese gigante que suelta tantos improperios como el marino que solía ser. Y no nos olvidemos de un detestable cocinero francés de quien he oído que gusta lanzar por los aires cazos y sartenes.
Justin se mostró azorado.
– ¿Lo dices en serio?
Stephen asintió y se llevó una mano al pecho.
– Completamente en serio. Nunca he visto una casa igual. No sé cómo he logrado contenerme y no corregirlos constantemente. He tenido que morderme la lengua docenas de veces. Ayer por la tarde cené con toda la familia por primera vez. Los niños comen en la misma mesa que los adultos y, por lo que pude ver, se pueden pasear a sus anchas por todo el comedor.
»La más pequeña es una niña de seis años, Callie, que está empeñada en que asista a la merienda que celebrarán ella y su muñeca. ¡Una merienda con una niña y una muñeca! ¡Por el amor de Dios! Luego están Andrew, de catorce años, y Nathan, de once, dos verdaderos demonios. No paran de discutir y me ponen la cabeza como un bombo. Por lo que he podido ver, Pamela, de dieciocho años, es la única persona razonablemente educada y que habla con delicadeza de toda la pandilla.
Justin soltó una carcajada.
– Una pandilla realmente asombrosa. ¿Y qué me dices de tu salvadora, la señorita Hayley Albright? -Dirigió una mirada interrogativa a Stephen-. No he podido evitar fijarme en lo sumamente atractiva que es.
Stephen intentó ignorar que comenzaba a sentir un nudo en el estómago.
– ¿Ah, sí?
– Sí. Sólo la he visto durante uno o dos minutos, pero veamos… -dijo Justin, contando con los dedos mientras iba enumerando sus atributos-. Es alta, esbelta, ojos de un azul claro cristalino… -Volvió a mirar a Stephen-. Tiene unos ojos bellísimos, ¿no te parece?
– No me he fijado -mintió Stephen en un tono cortante que pretendía disuadir a su amigo de proseguir con su enumeración.
Por lo visto, Justin no cogió la indirecta.
– ¿Lo dices en serio? A ver… ¿por dónde iba? Ah sí, la señorita Albright. Un cutis perfecto, y su pelo… todos esos rizos largos, tupidos y resplandecientes. ¿He mencionado ya lo carnosos que tiene los labios y lo sensuales y curvilíneas que…?