– Ya basta -lo interrumpió Stephen, dirigiendo a su amigo una mirada de advertencia. El hecho de que Justin se hubiera fijado en las seductoras curvas y los sensuales labios de Hayley le molestaba inexplicablemente-. ¿Puedes hacer el favor de recordar con quién estás hablando? Soy el hermano de tu mujer. No creo que a Victoria le hiciera ninguna ilusión oírte ensalzar los atributos físicos de otra mujer.
Justin adoptó una expresión de fingida inocencia.
– Sólo estaba señalando lo evidente. No pretendía ser ofensivo. Sabes lo mucho que quiero a tu hermana. Pero me sorprende un poco que, después de pasar una semana entera en compañía de la señorita Albright, no te hayas dado cuenta de cosas que la mayoría de los hombres, incluyendo los felizmente casados como yo, no pueden evitar percibir inmediatamente. De hecho, no salgo de mi asombro. ¿Cómo es posible que tú, uno de los más notables conocedores de la belleza femenina de todo Londres, no te hayas percatado de los evidentes atributos de la señorita Albright?
Stephen apretó los dientes para no dejarse picar por Justin y siguió caminando. Por supuesto que se había percatado de los atributos de Hayley Albright. De todos y cada uno de ellos. La tarde anterior había estado paseando por el jardín, deteniéndose frecuentemente para descansar, cuando se encontró a Hayley arrodillada en el suelo, arrancando malas hierbas de un lecho de flores. Cuando ella le sonrió, a él se le puso la boca como un zapato.
El sol crepuscular brillaba tras ella, bañándola con suaves y cálidos matices naranjas y dorados. Varios mechones de pelo castaño se le habían soltado del moño, rodeando su rostro como un delicado halo, y tenía un poco de tierra en una de sus mejillas de porcelana. Stephen la había repasado con la mirada y, a pesar de su aspecto desaliñado y su atuendo tan poco favorecedor, había experimentado una reacción corporal inmediata.
– Cuidar de todos esos niños es una gran responsabilidad para una mujer joven y soltera -comentó Justin, distrayendo súbitamente a Stephen de sus pensamientos y devolviéndolo al presente-. Supongo que habrá heredado una buena suma de dinero para mantener la casa y alimentar a toda la familia.
– No lo sé. Su padre era capitán de barco. Eso creo.
Justin arrugó la frente.
– ¿Capitán de barco? ¿Albright? Por casualidad, ¿no sería su padre el famoso Tripp Albright?
Stephen se encogió de hombros.
– Podría ser. ¿Quién era Tripp Albright?
Justin lo miró fijamente, con evidente asombro.
– Sólo uno de los más legendarios capitanes de barco que han surcado los mares. ¿No has oído hablar de sus hazañas?
Stephen rebuscó en su memoria y luego asintió lentamente con la cabeza.
– Sí, creo que es posible que haya oído hablar de él, Pero hace bastante tiempo que no oigo nada sobre él.
– Si no me falla la memoria, murió hace algunos años a consecuencia de unas fiebres que contrajo en el trópico.
– El padre de Hayley murió hace tres años.
– Debe de tratarse del mismo hombre -dijo Justin-. Albright no es un apellido muy frecuente. Creo recordar que era un personaje bastante pintoresco.
En aquel momento, los dos hombres fijaron la atención en la imagen de Hayley saliendo del establo; llevaba a Pericles de las riendas. Se detuvo y ofreció una manzana al caballo; éste le fue dando mordiscos delicadamente mientras Hayley la sostenía en una mano y luego restregó suavemente el hocico contra el cuello de Hayley. Ella se percató de que los dos hombres la estaban observando y les hizo señas con la mano.
Justin contemplaba la escena mudo de asombro.
– ¿Veo lo que creo que estoy viendo?
Stephen no pudo evitar reírse ante la expresión de estupor de su amigo:
– ¿Te refieres a que Hayley ha convertido a mi formidable semental en un perrito faldero? Los ojos no te engañan, Justin. Ayer presencié una escena similar y me quedé helado. Parece ser que esa joven tiene mano con los caballos. Hasta ha montado a mi «bestia».
– ¡Por Dios, Stephen! ¿Y no temes que le haga daño?
– Míralo. Se derrite en sus manos. Y hasta parece estar haciendo sombra al caballo de los Albright. -Observó cómo Pericles se quedaba completamente quieto mientras Hayley se arrodillaba para examinarle la pata delantera-. Puesto que no temo que le haga daño, tiene carta blanca para cuidar de él.
Una lenta sonrisa iluminó el rostro de Justin mientras Hayley conducía el inmenso semental hacia el prado.
– Esa mujer se sale de lo corriente, Stephen.
– Sí, supongo que sí.
– Me muero de ganas de saber qué vas a hacer al respecto.
A Stephen se le tensó la espalda al oír aquellas palabras.
– No tengo intención de hacer nada al respecto, te lo puedo asegurar -dijo en tono cortante.
– Ya lo veremos -dijo Justin riéndose entre dientes-. Ya lo veremos.
Capítulo 6
Cuando los dos hombres llegaron a la casa, Hayley sirvió un refrigerio al señor Mallory mientras Stephen se excusaba para cambiarse de ropa.
Mientras servía el té, Hayley estudió disimuladamente al amigo de Stephen y tuvo que admitir para sus adentros que le gustaba lo que veían sus ojos. Justin Mallory no sólo era agradable a la vista, sino que además era cordial y de fácil trato. El pelo, castaño claro, le caía sobre la frente confiriéndole un aire juvenil. Los ojos, color avellana, se le achinaban cuando sonreía. De hecho, era casi tan atractivo como el señor Barrettson. Casi.
– Tenga, señor Mallory -dijo Hayley alargándole un platito y una taza-. ¿Ha disfrutado del paseo por el jardín?
– Muchísimo. Y debo decirle, señorita Albright, que tengo con usted una profunda deuda de gratitud por haber hecho lo que ha hecho por Stephen. Le ha salvado la vida.
Ella intentó quitarse mérito.
– No hice más de lo que habría hecho cualquiera. Fue un gran alivio para mí que el señor Barrettson sobreviviera. Tenía mis dudas al respecto.
– ¿Qué tal están sus heridas?
– Se están curando muy bien. Le he cambiado los vendajes esta mañana. Ha sido una verdadera suerte que no se lesionara ningún órgano interno.
– Desde luego. Dígame, señorita Albright, ¿recuerda el lugar exacto donde encontró a Stephen?
– Por supuesto. -Ella describió la localización con todo detalle mientras el señor Mallory la escuchaba atentamente.
Tras pasarle una bandeja llena de pastelitos, comentó:
– Mallory es un apellido muy interesante. Según la etimología germánica significa «consejero de guerra», pero según la latina «de negro destino».
Justin levantó las cejas.
– ¿Ah, sí? No tenía ni idea. -Una leve sonrisa arqueó sus labios-. Me quedo con la etimología germánica.
Ella le devolvió la sonrisa.
– No me extraña.
– ¿Estudia el origen de los nombres?
– Sí, es una afición que tengo.
– ¿Y qué significa mi nombre de pila? -le preguntó con ojos rebosantes de curiosidad.
– Justin significa «juicioso, sensato».
– ¡Menos mal! Con un apellido que significa «de negro destino», necesitaba recibir buenas noticias.
– Desde luego -asintió Hayley, y los dos se rieron.
– Dígame, señorita Albright -dijo Justin cuando cesó el alborozo-, ¿no sería su padre, por casualidad, el capitán Tripp Albright?
A Hayley le embargó una sensación de satisfacción y sorpresa al mismo tiempo.
– Sí. ¿Conocía usted a mi padre, señor Mallory?
– No, pero oí muchas cosas sobre él. Tengo entendido que era un hombre increíble.
– Ya lo creo -contestó ella a pesar del nudo que se le acababa de hacer en la garganta-. El más increíble. Todos le echamos de menos… terriblemente.