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– ¡Dios mío! No puede ser más tarde de la cinco, ¿verdad?

La condesa se rió.

– Estaba disfrutando tanto de la conversación que no puedo creerme que el tiempo haya pasado tan deprisa.

Hayley se acabó la taza y empezó a levantarse.

– He disfrutado mucho tomando el té con usted, pero debo irme. Si no, mi familia empezará a preocuparse.

– Por favor, no se vaya todavía -le dijo la condesa mientras la retenía tocándole suavemente el brazo-. Todavía no hemos hablado de nuestros amigos comunes.

Volviendo a tomar asiento en el sofá, Hayley dijo:

– Debo admitir que, al principio, me corroía la curiosidad por saber de quiénes se trataba, pero ya hace un buen rato que me he olvidado completamente de ellos, sean quienes sean. -Sonrió-. Es muy extraño, pero tengo la sensación de que hace mucho tiempo que la conozco.

La condesa le devolvió la sonrisa.

– Me ocurre exactamente lo mismo. De hecho, me encantaría que fuéramos amigas.

Normalmente a Hayley le habría desconcertado bastante la idea de entablar una relación de amistad con una dama de tan ilustre cuna. Pero, tras aquella tarde con la condesa, se sentía muy a gusto y relajada en su presencia.

– Sería un honor para mí, lady Blackmoor.

– En tal caso, insisto en que me llame Victoria. Todos mis amigos me llaman así.

– De acuerdo… Victoria. Usted puede llamarme Hayley.

– Excelente. Hayley, creo que es hora de que hablemos sobre nuestros amigos comunes.

Hayley esperó, corroída por la curiosidad.

– Soy toda oídos.

– Creo que usted conoce a mi marido. La curiosidad de Hayley dio paso a la confusión.

– ¿Su marido? -El conde de Blackmoor. Hayley sacudió la cabeza.

– Estoy segura de que no he tenido nunca ese placer.

– Tal vez le conozca por su nombre de pila -sugirió Victoria.

– Es del todo improbable.

– Se llama Justin Mallory.

Hayley miró fijamente a Victoria, muda de asombro ante sus desconcertantes palabras. Tardó un minuto entero en recuperar la voz.

– Conozco a un señor Justin Mallory, pero debe de tratarse de una coincidencia. El señor Justin Mallory que yo conozco no es un miembro de la nobleza.

Victoria se levantó del sofá y cruzó la habitación hasta llegar al elegante escritorio que había en un rincón. Volvió con un cuadrito enmarcado y se lo entregó a Hayley.

– Éste es mi marido, Justin Mallory, conde de Blackmoor.

Hayley miró la diminuta pintura y sintió como si no le llegara la sangre a la cabeza. El apuesto caballero que la miraba era, sin lugar a dudas, el mismo Justin Mallory que ella conocía. Consternada y confundida, dijo:

– No tenía ni idea de que el señor Mallory fuera conde. Ni, obviamente, que usted fuera su esposa.

Victoria se sentó al lado de Hayley y le dijo con delicadeza:

– Creo que también conoce al mejor amigo de Justin, Stephen Barrett.

Hayley se tensó. Un dolor abrasador le atenazó las entrañas, pero consiguió hablar sin que le temblara la voz.

– Conozco a un tal señor Stephen Barrett… son.

– Su nombre de pila es Stephen Barrett. No creo que lo conozca por su otro nombre.

De repente, Hayley sintió que la habitación se había hecho pequeña y que le faltaba el aire. «¿Otro nombre?»

– Pero ¿cuántos nombres tiene? -«Dios mío, tengo que salir de aquí antes de que pierda el control», pensó.

– Bastantes, de hecho, pero no le voy a aburrir con su lista de títulos menores. Es el marqués de Glenfield.

Hayley la miró absolutamente confusa.

– Debemos de estar hablando de dos personas diferentes. El hombre que conocí era un tutor.

– No. El hombre que usted conoce es Stephen Barrett, marqués de Glenfield. También es mi hermano.

A Hayley se le empezó a nublar la vista y se le cortó la respiración. Miró boquiabierta a Victoria, completamente sin habla.

– Siento haberle dado la noticia así, tan bruscamente…

– Debo irme -dijo Hayley, poniéndose en pie de un salto y buscando con la vista desesperadamente su ridículo. No entendía lo que estaba ocurriendo, pero sabía que tenía que irse. ¿Stephen, un marqués? ¿Victoria, su hermana? Él le había dicho que era tutor y que no tenía familia. «Más mentiras… como cuando me dijo que yo le importaba.»

La profundidad de su decepción le golpeó como un ladrillo en la cabeza. «¿Tutor?» Un sonido extraño, medio risa, medio sollozo, salió de su garganta.

«Y con razón su latín era pésimo y no sabía afeitarse. Sus formalismos, sus críticas a cómo llevo la casa… Ahora lo entiendo todo perfectamente. ¡Dios mío, probablemente son dueños de media Inglaterra! ¡Cómo debe de haberse reído de nosotros, de todos nosotros, especialmente de mí!»

Hayley sintió náuseas y se apretó el estómago. No quería oír ni una palabra más. Viendo dónde había dejado el ridículo por el rabillo del ojo, lo cogió con un movimiento brusco y cruzó prácticamente corriendo la sala, desesperada por salir de allí.

– ¡Espere! -Victoria corrió hacia ella y la retuvo por los hombros-. Por favor, no se vaya así. He de hablarle sobre mi hermano.

– No tengo nada que decir sobre su hermano.

– Por la forma en que se fue, lo comprendo. Pero hay tantas cosas que usted no sabe, cosas que necesito contarle. Por favor. No tiene que decir nada. Basta con que me escuche.

Hayley se quedó de pie, clavada donde Victoria la había detenido, agarrotada y mirando fijamente al suelo.

– Por favor -repitió Victoria.

Levantando la barbilla, Hayley vio que Victoria parecía muy seria y personalmente muy interesada en que se quedara. También se dio cuenta de que sus ojos verdes se parecían muchísimo a los de Stephen y le estaban suplicando que no se marchara.

– ¿Sabe él que estoy aquí? -preguntó Hayley, no estando dispuesta a quedarse si había alguna posibilidad de encontrarse cara a cara con él.

– No. Ni tampoco Justin. Nadie nos molestará.

Sin estar convencida de no estar cometiendo un grave error, Hayley volvió con desgana al sofá y se sentó.

– Está bien. Escucharé lo que tenga que decirme.

Victoria se sentó a su lado.

– Primero quiero darle las gracias. Le salvó la vida a Stephen y le estaré eternamente agradecida. -Alargando el brazo, tomó las manos húmedas y temblorosas de Hayley y las estrechó entre las suyas.

– No entiendo nada -dijo Hayley con un hilillo de voz-. Me dijo que era tutor. Me dijo que no tenía familia.

– Alguien intenta matarle, Hayley.

A Hayley se le heló la sangre.

– ¿Qué ha dicho?

– Alguien intentó matarle la noche que usted le encontró. Por lo que entendí, creo que no es la primera vez que atentan contra su vida.

– ¡Dios mío! -susurró Hayley mientras se apretaba el estómago con la mano-¿Se lo ha explicado él mismo?

– No, Stephen vino a cenar anteayer por la noche. Él y Justin tuvieron una conversación muy reveladora que, bueno… yo acerté a oír, por pura casualidad. Stephen estaba como una cuba y habló bastante sobre sus sentimientos.

– ¿Habló sobre un complot para matarlo?

– Sí. Y también habló sobre usted.

– ¿Sobre mí?

– Sí. Así fue como supe quién era usted y dónde vivía. Hayley, quiero que sepa que, desde que Stephen volvió a Londres, parece un alma en pena. La echa de menos. La necesita.

Hayley negó con la cabeza.

– No. Está equivocada.

– No lo estoy -dijo Victoria efusivamente-. Lo he oído de su propia boca. Conozco muy bien a Stephen. Exceptuando a Justin, soy la persona que mejor le conoce. Justin está muy preocupado por Stephen. No duerme, apenas come. Y está bebiendo más de la cuenta. Todo le trae sin cuidado, y su mirada… Hayley, su mirada es la de un hombre desdichado y atormentado.

– ¿Y por qué me cuenta a mí todo eso? -susurró Hayley haciendo un gran esfuerzo por contener las lágrimas.