– Es lord Glenfield. Le han disparado.
Justin se levantó de un salto y corrió hasta donde estaba Nellis. Echó una mirada al rostro ensangrentado de Stephen y le dio un vuelco el corazón.
– ¿Está vivo?
– Sí, pero debe verlo un médico sin tardanza.
– Vaya a buscar al doctor Goodwin, es uno de los invitados de la fiesta -ordenó a Nellis, quien se fue corriendo a cumplir el mandato. Justin se quitó rápidamente la chaqueta y se la puso encima a Stephen, rogando a Dios que su amigo sobreviviera.
A poco más de un metro, Hayley se puso en pie temblando y se apartó el pelo de los ojos. Vio a la mujer en el suelo y a un hombre arrodillado junto a ella. El hombre se levantó y se acercó a Hayley.
– ¿Está muerta? -susurró Hayley. Un escalofrío le recorrió la espalda.
– Lo está -asintió el hombre.
– Le ha disparado usted -dijo Hayley. Luego respiró hondo y tragó saliva, mientras se echaba a temblar-. Me ha salvado la vida -añadió con un hilo de voz-Gracias.
– No se merecen, ¿señorita…?
– Albright. Hayley Albright.
– Yo me llamo Weston -dijo amablemente. Tomándola del brazo, añadió-: ¿Por qué no me deja que la acompañe hasta la mansión, señorita Albright, y…?
– No. -Hayley negó con la cabeza y se volvió hacia Stephen-. Quiero quedarme. -Se soltó del brazo de Weston y se acercó a Stephen, arrodillándose junto a él-. ¿Está vivo? -preguntó a Justin, aterrada por la posible respuesta.
Justin la miró.
– Sí. Parece que todavía le queda un atisbo de vida.
En aquel momento llegó el médico, seguido casi inmediatamente de Victoria y otro hombre. En vista de su parecido con Stephen, Hayley supuso que era su hermano, Gregory, el esposo de la loca. El médico empezó inmediatamente a explorar a Stephen, y Justin abrazó a Victoria contra su pecho.
Gregory miró a su esposa muerta y se quedó lívido.
– ¿Qué diablos ha pasado aquí? -preguntó con voz trémula.
– Eso es lo que vamos a esclarecer -dijo Weston con serenidad. Ordenó a Nellis que mandara a los invitados de vuelta a la mansión y que llamara al juez. Mientras Nellis cumplía sus órdenes, el resto del grupo se separó del médico para dejarle trabajar.
Weston preguntó a Hayley qué había pasado en el jardín, y ella relató con claridad lo ocurrido. Todos la escucharon, con expresión de consternación en sus rostros. Cuando hubo acabado, Weston prosiguió con el relato.
– Oí voces al otro lado del seto. Miré a través del seto y vi a lady Melissa apuntando a la señorita Albright con una pistola. Apunté a través del seto y disparé. -Su mirada se desplazó hasta el cuerpo muerto que había estirado sobre el césped-Atravesé el seto, seguido de lord Blakmoor y de Nellis. Encontramos a lady Melissa muerta, a la señorita Albright conmocionada y a lord Glenfield malherido.
– No me lo puedo creer -musitó Gregory negando repetidamente con la cabeza con expresión atormentada.
Victoria se volvió hacia Hayley con los ojos llenos de lágrimas.
– ¿Cómo podremos agradecérselo? -le preguntó con voz trémula-. Le ha salvado la vida a Stephen. Otra vez.
– Ruego a Dios que así sea -susurró Hayley con voz entrecortada-. Ruego a Dios que así sea.
Hayley estaba mirando fijamente por la ventana del salón, observando cómo el cielo se aclaraba con la llegada del amanecer. Hacía una hora que el médico había dicho que Stephen sobreviviría. La bala sólo le había rozado, pero había perdido mucha sangre, de ahí su prolongada pérdida de conciencia. Su familia había ido a verlo a su alcoba, pero Hayley se había quedado en el salón, a pesar de la invitación de Victoria para que los acompañara. Ella no era un miembro de la familia y además prefería estar sola.
Notó que alguien le tocaba la espalda y se volvió. Victoria estaba a su lado.
– Acabo de estar en la habitación de Stephen -le dijo.
– ¿Cómo está?
– Está durmiendo. El médico le ha dado láudano.
Hayley apretó fuertemente los ojos y exhaló aliviada.
– Gracias a Dios.
Victoria sonrió.
– Gracias a usted. Estaría muerto si no hubiera sido por usted.
Hayley miró hacia abajo mientras sus dedos jugueteaban nerviosamente con los pliegues de su vestido marrón. Se había traído una muda de ropa porque había planeado quedarse a allí a dormir tras la fiesta.
– Gracias por su hospitalidad, pero realmente debo volver a casa.
– No puede pensar en marcharse ahora. Está amaneciendo y no ha dormido nada.
– Debo volver con mi familia. -«¡Necesito salir de aquí!»
Victoria le dirigió una penetrante mirada, pero Hayley se mantuvo en sus trece. Al final, Victoria dijo:
– Si es eso lo que desea… Pero ¿no quiere ver a Stephen? Todos los demás han ido a ver cómo está.
– No -contestó Hayley enseguida, negando con la cabeza. No es necesario.
Una expresión de preocupación y extrañeza se dibujó en el rostro de Victoria.
– ¿Por qué no quiere verle? ¿Ha pasado algo en el jardín que no me haya explicado?
Hayley bajó los ojos y miró fijamente la alfombra. «Soy el marqués de Glenfield… No tengo el deseo ni la intención de proseguir esta discusión. Cualquier relación que hayamos podido tener es cosa del pasado.» Hayley parpadeó para contener las lágrimas que amenazaban con aflorar a borbotones.
– No. No ha pasado nada.
– Vaya a verle -insistió Victoria, estrechando las manos de Hayley entre las suyas-. Él la necesita.
«Ojalá fuera cierto.»
– No, no me necesita.
– Sí que la necesita, Hayley. Y usted lo sabe. Venga. La acompaño.
De pie junto a la cama, mirando a Stephen desde arriba, Hayley tuvo la extraña sensación de que se repetía la historia. Él llevaba un vendaje blanco alrededor de la cabeza parcialmente cubierto por un mechón de pelo negro. Sus rasgos, relajados; su respiración, regular. Tenía exactamente el mismo aspecto que el hombre que ella había rescatado y cuidado en su casa. «¿Sólo fue hace unas pocas semanas? Parece que haya transcurrido toda una vida.»
En menos de un mes todo su mundo había cambiado, elevándola a las alturas del éxtasis sólo para hundirla en las profundidades de la desesperación. Se había enamorado profunda, loca y perdidamente de un completo extraño, un hombre que había descubierto que no conocía en absoluto, un hombre que aquella noche le había dejado tan claro como el agua que ella no significaba nada para él y que no quería tener nada que ver con ella. «Si fueras la persona que yo creía que eras, un simple tutor, un hombre sin familia que me necesitaba, me quería y me deseaba, como yo te deseaba, te quería y te necesitaba a ti…» Se le escapó una sola lágrima que le resbaló lentamente por la mejilla. «No desees lo que no puedes tener.»
Hayley se dio media vuelta y se dirigió a la puerta. Se detuvo momentáneamente en el umbral y observó al hombre que yacía en aquella cama. Lamentó profundamente la pérdida de Stephen Barrettson, el hombre de quien se había enamorado. Y deseó una larga y feliz vida al marqués de Glenfield, fuera quien fuese.
Luego cerró silenciosamente la puerta tras de sí.
Capítulo 28
Tuvo que pasar una semana entera para que Hayley empezara a volver a ser la misma de antes. Por fin, aunque no se encontrara exactamente bien, por lo menos, no se encontraba tan francamente mal. Todavía le dolía el pecho cuando pensaba en Stephen, pero había tomado la firme determinación de quitárselo de la cabeza.
Afortunadamente, tenía muchas cosas con que mantenerse ocupada, la más importante de la cuales era el séptimo cumpleaños de Callie. Hayley se complicó bastante la vida organizando la fiesta, en parte porque quería que aquél fuera un día memorable para Callie, pero también porque aquella celebración le proporcionaba algo en que centrarse. La familia al completo estaba sumamente ajetreada haciendo regalos y buscando lugares ingeniosos donde ocultarlos de los curiosos ojos de Callie.