– No hasta que supo que te recuperarías. Y además tiene una casa entera a su cargo. Tenía que irse.
– Quería irse. Alejarse de mí.
– Tal vez. -Justin le dio la razón-. Pero ¿puedes culparla realmente por eso?
Stephen apuró su copa.
– No. La traté fatal. Te lo he dicho más de una vez. Ella está mejor sin mí.
– Hummm… tal vez tengas razón. Parece ser que un tal Popplemore está pasando bastante tiempo en casa de los Albright. Puesto que Pamela parece estar comprometida y a tía Olivia ya se le ha pasado bastante el arroz, sólo puedo asumir que Hayley es su principal atracción.
Al oír el nombre de Popplemore, Stephen se dio media vuelta desde la ventana. Justin tenía en la mano la carta de Callie y estaba devorando ávidamente su contenido.
– No recuerdo haberte dado permiso para leer mi carta -dijo Stephen con voz gélida.
Justin le dirigió una sonrisa.
– Tienes toda la razón, pero tampoco te lo he pedido. Entonces, ¿quién es ese tal Popplemore? ¿Un pretendiente?
A Stephen le invadieron los celos.
– Un ex pretendiente -espetó.
Justin arqueó las cejas.
– ¿Ah, sí? ¿Has dicho «ex»? Parece ser bastante actual según la carta de la pequeña Callie. Dice que les visita casi a diario. Imagínatelo.
– Justin. -La palabra de Stephen contenía un inconfundible tono de aviso.
Justin abrió los ojos de par en par, con expresión de fingida inocencia.
– Me estoy limitando a leer las palabras de la niña. Si ya te va bien que ese tal Popplemore corteje a la mujer que amas, nada más lejos de mi intención que objetar nada ante tu decisión. Es obvio que sabes qué es lo que más te conviene.
Stephen dejó la copa en la mesa de Justin dando un fuerte golpe.
– Por supuesto que lo sé.
Justin agitó la carta en el aire.
– ¿Significa eso que no piensas hacer nada al respecto?
Stephen dio un paso adelante y le quitó a Justin de un tirón la carta de la mano.
– No hay nada que pueda hacer.
– De hecho, creo que puedes hacer bastante.
– Déjalo ya, Justin. Es mejor así.
– ¿Mejor? ¿Eso crees? ¿Para quién? Según esta carta, Hayley parece bastante triste, y es evidente que tu estás francamente mal…
– No estoy mal…
Se miraron fijamente durante un largo rato.
– Como quieras, Stephen. Pero creo que estás cometiendo una tremenda equivocación.
– Tomo nota.
– En realidad, no es de mi incumbencia. Ya tengo bastante intentando controlar a Victoria para preocuparme de tus asuntos.
– Exactamente.
– Esta esposa mía agotaría la paciencia de un santo, metiendo siempre las narices en todo. Ya sabes cómo se las arregló para conseguir que Hayley viniera a la fiesta…
En aquel momento se oyó un gran estruendo en el otro extremo de la habitación. Stephen y Justin se giraron hacia el lugar de donde procedía el ruido y observaron cómo se abría de par en par una puertecita ubicada en el rincón más alejado del despacho.
Victoria se precipitó de cabeza desde el armario. Dio un grito sofocado y aterrizó sobre la alfombra hecha un ovillo, resoplando sonoramente
– ¡Maldita y endeble puerta!
– ¡Victoria! -exclamó Justin, corriendo junto a ella-. ¿Te has hecho daño? -Se arrodilló para ayudarla a levantarse, pero Victoria se soltó de sus brazos y se apartó de él.
– ¡Suéltame, tú… tú… oooh! -Se puso de rodillas y se apartó el pelo de la cara con impaciencia-. No se te ocurra ponerme las manos encima, canalla. -Con un gran esfuerzo, se puso de pie, respirando entrecortadamente.
Alisándose la falda con gran ímpetu, avanzó pisando fuerte hacia su anonadado esposo y se detuvo justo enfrente de él.
– Conque agotaría la paciencia de un santo, ¿eh? ¿Cómo te atreves a decir algo semejante? ¡Y con todo el descaro! A ver si te enteras de una vez de que no necesitas «controlar» a Victoria. Soy perfectamente capaz de controlarme a mí misma, muchas gracias.
Luego anduvo con paso airado y la cabeza bien alta hacia su hermano.
– ¡Y tú! Eres el imbécil más testarudo, obstinado y estúpido que he tenido la desgracia de conocer. -Acompañó cada uno de los insultos con un golpe seco del dedo índice en el centro del pecho de Stephen.
– ¡Uy! -Stephen se frotó la piel dolorida y la miró con mala cara. ¿Acaso todas las mujeres que conocía se sentían impelidas a aporrearle el pecho?- Ese hábito tuyo de escuchar detrás de las puertas no es muy propio de una dama que digamos, querida hermanita.
Victoria resopló por la nariz y levantó un poco más la barbilla.
– Es la única forma que tengo de enterarme de algo en esta casa, y debo decir que no doy crédito a mis oídos. No puedo entender que no vayas a explicarte ante Hayley.
– No te debo ninguna explicación, Victoria -dijo Stephen con voz tirante-. Si me disculpáis los dos, debería irme ya. -Dio media vuelta para salir de la habitación.
Victoria lo agarró del brazo y tiró de él con fuerza.
– No hasta que escuches lo que tengo que decirte.
Stephen se detuvo y miró la mano de Victoria sujetándole la manga, luego emitió un largo suspiro.
– Muy bien. Di lo que tengas que decir, pero dilo rápido. Salgo de aquí dentro de exactamente dos minutos.
– Como ya sabes, conozco a Hayley -dijo Victoria sin dudar ni un momento-Creo que es maravillosa. Es encantadora, inteligente, cariñosa, buena y generosa, pero eso no es lo más importante.
– ¿Ah, no? -preguntó Stephen en tono de aburrimiento-. ¿Puedes decirme entonces, por favor, qué consideras más importante?
– Que te quiere.
– Sinceramente, lo dudo.
Victoria se sentía tan frustrada que dio un taconazo de rabia en el suelo.
– ¡Por el amor de Dios, Stephen! ¿Cómo puedes ser tan imbécil? Estuvo sentada en esta misma habitación y me dijo que te quería, algo que ya te había dicho a ti. Y, lo que es más, tú la quieres a ella. -Le agitó la manga, pero Stephen guardó un silencio sepulcral-. Puedes negarlo cuanto quieras -prosiguió-. Pero por qué te empeñas en negarlo es algo que a mí se me escapa por completo. Te ha salvado la vida, no una vez sino dos. Se merece mucho más de lo que le has dado. Fuiste feliz con ella durante tu estancia en Halstead. Y cualquiera que tenga dos ojos en la cara puede darse cuenta de que ahora te sientes profundamente desdichado porque la echas de menos. Ve a verla. Habla con ella. Ella vino una vez a ti, pero tú la echaste a patadas. Ahora eres tú quien debe ir a buscarla.
– No quiere verme -musitó Stephen apretando los dientes.
– ¿Cómo lo sabes? -dijo Victoria chillando-. ¿Has pensado alguna vez en sus sentimientos? La carta de la niña dice que Hayley está triste. ¿Y qué me dices de ese otro hombre? Ese tal Popple-no-sé-qué. ¿Puedes soportar la idea de que otro hombre la corteje? ¿Que se case con ella? ¿Que le haga el amor?
Victoria alargó el brazo y acarició delicadamente la mejilla de Stephen, aunque habría estado dispuesta a golpearle si hubiera sido necesario.
– ¿Cómo puedes permitir que se case con otra persona cuando la deseas tan terriblemente? -le preguntó con ternura-. No te niegues la felicidad, Stephen. Creo sinceramente que, si le explicas por qué te comportaste como lo hiciste, ella te perdonará. El amor es un regalo. No lo rechaces.
Luego se volvió hacia su marido.
– No creas ni por un momento que me he olvidado de lo que acabas de decir sobre mí. Ahora estoy demasiado exhausta por haberme tenido que enfrentar al patán que tengo por hermano. Necesito una reconfortante taza de té antes de enfrentarme al patán que tengo por marido. -Recogiéndose la falda, salió de la habitación cerrando silenciosamente la puerta tras de sí.
Stephen miró fijamente la puerta que se acababa de cerrar.
– Me siento como si me acabara de atropellar un coche de caballos.
– Desde luego. Te ha atropellado, luego ha retrocedido y ha rematado la faena atropellándome a mí.