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– Tendrá todo cuanto esté en mi poder darle -prometió Stephen solemnemente-. Toda la familia lo tendrá, ustedes dos incluidos.

Los dos hombres parecieron sorprenderse ante aquellas palabras.

– Lo único que queremos es verla feliz -refunfuñó Winston.

Permanecieron un rato de pie en el vestíbulo, mirándose fijamente entre sí. Luego, en una muestra de camaradería que Stephen nunca antes habría considerado tener con un sirviente, tendió la mano primero a Grimsley y luego a Winston.

Tras estrecharles la mano, Stephen soltó un sonoro suspiro de alivio.

– ¿Dónde está Hayley?

– Todo el mundo está en el lago -contestó Grimsley-. Esperamos que estén de vuelta dentro de una hora.

Winston se disculpó, diciendo que tenía cosas que hacer, y Grimsley condujo a Stephen hasta la biblioteca.

– Usted puede esperarles aquí-dijo Grimsley-. Ya le avisaré cuando lleguen.

– Gracias. Dígame una cosa, Grimsley, ¿está el resto de la familia igual de enfadado conmigo?

Grimsley se rascó la barbilla.

– Los niños no lo están, pero ellos no saben que usted le partió el corazón a la señorita Hayley. No puedo hablar por tía Olivia, pero yo no esperaría una cálida bienvenida de la señorita Pamela y, a menos que tenga ganas de que le peguen una patada en sus nobles nalgas o con una cacerola en su cabeza de chorlito, le aconsejo que evite a Pierre.

Stephen disimuló su sorpresa ante las directas palabras del lacayo.

– Entiendo.

Grimsley se dio la vuelta para irse, pero se detuvo en el umbral de la puerta.

– Supongo que nuestras formas poco convencionales debían de ser un tanto violentas para un aristócrata de su nivel.

– Créame, Grimsley, toda la «violencia» que he recibido de manos de los Albright ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida.

La mirada gélida y reticente se esfumó del rostro de Grimsley.

– Bueno, va a tener que sudar la gota gorda para conseguir lo que desea. El doctor Wentbridge le propuso en matrimonio a la señorita Pamela y tienen pensado casarse dentro de dos meses. Creo que al señor Popplemore, que me parece que es del tipo impaciente, le gustaría celebrar una boda doble. -Grimsley tosió discretamente sobre la mano y dejó a Stephen solo en la biblioteca.

Stephen anduvo hasta la ventana y miró hacia fuera sin ver nada mientras las palabras de Grimsley resonaban en su cabeza. «O sea que Poppledink es un hombre del tipo impaciente, ¿eh? Va a convertirse en un hombre del tipo magullado y sin dientes si se ha atrevido a ponerle las manos encima a mi mujer.»

Una ráfaga de color captó la atención de Stephen, y enfocó la vista en el sendero que llevaba al lago. Andrew y Nathan salieron de la espesura del bosque, seguidos de la pequeña Callie. Winky, Pinky y Stinky, con un aspecto algo menos asqueroso que la última vez que los había visto, corrían a saltos detrás de los chicos. Luego aparecieron Pamela y el doctor Wentbridge, la mano de Pamela en el brazo de Marshall, quien la miraba con una radiante sonrisa. Incluso desde lejos, Stephen percibió lo felices que parecían. Una sonrisa arqueó sus labios.

Pero la sonrisa se esfumó de su rostro en cuanto vio a Hayley saliendo del bosque, su mano en el pliegue del codo de Jeremy Poppinheel [15].

A Stephen le empezó a hervir la sangre cuando vio cómo Jeremy estampaba un rápido beso en la sien de Hayley, y el consecuente rubor en las mejillas de ella. «Voy a arrancarle a ese canalla un miembro detrás de otro. Y sus asquerosos labios serán los primeros de la lista. En Halstead le conocerán como Jeremy el Sin Labios.» Stephen seguía mirando ferozmente por la ventana, pensando en formas dolorosas de darle su merecido castigo al hombre que había osado tocar lo que era suyo, cuando la puerta de la biblioteca se abrió de par en par.

– ¡Ha venido! ¡Ha venido!

Stephen se volvió y vio a Callie cruzar corriendo la habitación. La pequeña se arrojó a sus brazos y él la levantó y la hizo girar a su alrededor.

– ¿Cómo me iba a perder la fiesta de cumpleaños de la anfitriona más distinguida de todo Halstead? -le preguntó con absoluta seriedad-. No me perdería una fiesta con pastas y té organizada por ti en un millón de años.

– Volvió a dejar a la pequeña en el suelo y le tiró cariñosamente de un rizo.

– Les dije que usted vendría -susurró entusiasmada-, pero nadie me creyó. Todos decían que estaba demasiado lejos y demasiado ocupado, pero yo sabía que vendría. -Se abrazó a los muslos de Stephen.

– ¡Señor Barrettson! -Nathan corrió hasta Stephen con el rostro rojo a causa de la emoción-. Grimsley me ha dicho que estaba aquí. ¡Vaya sorpresa!

Stephen despeinó al chico con un gesto cariñoso y le devolvió la sonrisa.

– No se llama señor Barrettson, idiota -dijo Andrew en tono mordaz-. Se llama lord Glenfield. -Se volvió hacia Stephen-. Es un placer volverle a ver, milord.

– El placer es mío -dijo Stephen tendiéndole la mano. Andrew sonrió y se la estrechó.

Tía Olivia se unió al grupo, sonrojándose intensamente cuando Stephen le besó la mano con galantería.

– ¡Santo Dios! -exclamó con el rostro de un rosa subido-. No sólo es apuesto y encantador, sino encima marqués. Creo que necesito sentarme.

El doctor Wentbridge saludó a Stephen cordialmente, pero Pamela fue mucho más comedida en su saludo, limitándose a inclinar la cabeza ligeramente mientras decía:

– Lord Glenfield.

Jeremy fue igual de circunspecto.

– ¿Qué le trae de vuelta por Halstead?

– Callie me invitó a su cumpleaños -contestó Stephen, con los ojos fijos en Hayley, que todavía no le había dirigido la mirada ni la palabra. Su atención parecía centrarse en algo fascinante que había en la alfombra.

Jeremy enarcó las cejas.

– ¿Callie le invitó?

Stephen miró puntualmente el rostro de aquel hombre y luego su posesiva mano reposando sobre el codo de Hayley. Si Popplepuss no le quitaba la mano de encima a Hayley pronto, iba a aplastar a aquel indeseable.

– Sí. Callie me invitó. -Se volvió hacia Hayley-. Hola, Hayley.

Hayley seguía mirando fijamente la alfombra.

– Buenas tardes, lord Glenfield.

Callie tomó a Stephen de la mano.

– Venga conmigo. La fiesta está a punto de empezar.

Stephen se dejó guiar por Callie y el resto del grupo los siguió hasta el patio, donde habían preparado una merienda por todo lo alto. Callie presidió la ceremonia, pasando a los invitados bandejas y fuentes de pastas recién salidas del horno y pasteles mientras Hayley servía el té. Stephen le dio a Callie el regalo que le había traído y Callie gritó de alegría cuando abrió el paquete y vio la muñeca que había dentro.

– ¡Oh! -exclamó Callie entusiasmada-. ¡Es preciosa! -Abrazó a la muñeca contra su pecho y dio a Stephen un fuerte abrazo-. Gracias, lord Glenfield. La señorita Josephine y yo la querremos siempre. -Acercó los labios a la oreja de Stephen-. Y yo también le quiero a usted.

A Stephen se le hizo un nudo en la garganta.

– De nada, Callie. -Inclinándose hacia la niña, le susurró al oído-: Yo también te quiero, Callie. -La abrazó con fuerza y le invadió una reconfortante alegría. «Dios mío. ¡Qué sensación tan increíble oír esas palabras, decir esas palabras!»

Se reanudó la conversación, desaparecieron las pastas y el té, y Stephen tuvo la impresión de que todo el mundo estaba hablando al mismo tiempo.

Todo el mundo excepto Hayley.

Ella se limitó a quedarse allí sentada, sin dignarse dirigirle ni siquiera la mirada.

Stephen se unió a la conversación e hizo de tripas corazón para no ponerle mala cara a Poppledard, que parecía no poder quitarle las manos de encima a Hayley.

– Dígame, lord Glenfield-intervino Nathan, mirando a Stephen con admiración-. ¿Cómo es la vida de un marqués?

Stephen meditó sobre la pregunta.

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[15] En inglés, to pop in significa «dejarse caer o hacer una visita inesperada», y heel significa, entre otras cosas, «canalla». La combinación de ambas palabras vendría a significar: «canalla que se deja caer». La «equivocación» de Stephen contiene cierta nota irónica que no se puede traducir al español. (N. de la T.)