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– ¿Su qué?

– Jeremy me pidió que me casara con él.

– Es hombre muerto -vaticinó Stephen-. Voy a romperle hasta el último hueso de su maldito cuerpo… -Interrumpió su diatriba y dirigió una mirada fulminante a Hayley-. ¿Cuándo te lo propuso?

– Ayer -contestó ella, haciendo un gran esfuerzo por ocultar su satisfacción ante el ataque de celos de Stephen.

– ¿Y no le diste un no inmediatamente?

– Bueno, no. Yo…

– ¿Estabas considerando su proposición? -le preguntó en tono repentinamente sereno.

Ella extendió los brazos hacia él y ahuecó ambas manos alrededor del malhumorado rostro de Stephen.

– No sería fiel a la verdad si te dijera que no pensé en ello, pero tenía la firme intención de decirle hoy después de la fiesta que no podía aceptar su proposición. Se lo diré en cuanto bajemos.

– Sigo teniendo ganas de partirle la cara -murmuró Stephen entre dientes-. He visto cómo te besaba en la sien cuando salíais del bosque. Si a ese Popplepuss se le ocurre volver a ponerte las manos encima, va a saber lo que es el dolor.

Las comisuras de los labios de Hayley se arquearon en una dulce sonrisa.

– Popplemore.

– Eso.

Hayley rozó sus labios contra los de Stephen, contraídos en una mueca de seriedad.

– ¿Por qué no bajamos ya? Daremos a la familia la gran noticia y yo acompañaré a Jeremy hasta la puerta. -Hayley se colgó literalmente del cuello de Stephen y le paso la lengua por el labio inferior.

– Una excelente idea -dijo él mientras la apretaba fuertemente contra su cuerpo. Pasó los dedos por los rizos de Hayley y la besó, un beso que empezó tiernamente pero pronto se hizo apasionado.

– Stephen -susurró Hayley, agarrándose a los hombros de él mientras los ardientes labios de Stephen descendían por el lado de su cuello.

Él rozó levemente con la lengua el trepidante pulso que latía en la base del cuello de Hayley.

– ¿Sí?

– Todo el mundo se estará preguntando qué estamos haciendo aquí arriba. Deberíamos bajar-dijo sin mucha convicción.

Stephen le dio un último y largo beso.

– Tienes razón. No podemos quedarnos aquí mucho más tiempo. Si no, acabaremos en tu cama. -Apretó la mano de Hayley contra su brazo y empezó a andar hacia la puerta.

– Espera -dijo Hayley, soltándose del brazo de Stephen. Se agachó y recogió el ramillete de flores que él le había regalado. Se le había caído al suelo durante el beso y ahora estaba ligeramente aplastado-. No puedo dejarme mis flores. -Se levantó y se acercó el ramo a la cara, inspirando profundamente-. Es el regalo más maravilloso que me han hecho en toda mi vida.

Stephen le acarició tiernamente la mejilla.

– ¿Sabes cuál es el regalo más maravilloso que me han hecho a mí? -le preguntó con dulzura.

Hayley lo miró a la cara, la cara más atractiva e irresistible que había visto nunca. Lo quería tanto que hasta le dolía. Sacudió la cabeza.

Él se llevó la mano de Hayley a los labios y le besó la palma ardientemente.

– Tú, mi amor, eres el regalo más maravilloso que me han hecho en toda mi vida.

Capítulo 32

Tres meses más tarde, por fin llegó la vigilia de la boda.

«¡Gracias a Dios!», pensó Stephen mientras daba un sorbo a su copa de brandy en la biblioteca de la casa de Londres de su padre.

Esperar tres largos e interminables meses para convertir a Hayley en su esposa casi lo mata. Habría preferido desposarla inmediatamente con un permiso especial, pero se dio cuenta de que sería sumamente egoísta de su parte negar a Hayley el tipo de boda que se merecía sólo porque él no podía esperar a empezar su vida en común, por no mencionar lo mucho que le costaba no ponerle las manos encima. Además Hayley insistió en que, por muchas ganas que tuviera de casarse con él, quería esperar a que se hubiera celebrado la boda de Pamela.

De modo que Stephen tuvo que esperar tres terriblemente largos meses, durante los cuales tuvo que movilizar hasta él último ápice de su capacidad de autocontrol para abstenerse de hacer el amor con Hayley. Se había volcado completamente en el trabajo para tener la mente y las manos ocupadas. Inmediatamente después de la boda de Pamela y Marshall, que se había celebrado el mes anterior, Hayley y el resto de los Albright se habían trasladado a Londres. Mientras la casa de los Albright estaba vacía, Stephen lo organizó todo para que la repararan y la reformaran, y Hayley se la había regalado a los recién casados como regalo de bodas.

Desde que Hayley llegó a Londres, siempre parecía estar ocupada con la madre de Stephen y Victoria preparando la boda. Stephen se quejaba de no poder pasar más tiempo con su prometida, pero el mero hecho de tenerla cerca, sabiendo que dentro de pocas semanas estarían juntos, le llenaba de una dicha hasta entonces desconocida para él. Él se encargó de buscar tutores para Nathan y Andrew y dedicó una considerable cantidad de tiempo a enseñar Londres a los chicos y a Callie mientras las mujeres ultimaban los detalles de la boda.

Pierre estaba cómodamente instalado en la cocina de Stephen, y Grimsley, resplandeciente con su librea granate y dorada, se encargaba de contestar a la puerta. Winston estaba a cargo del mantenimiento del edificio, un trabajo que se tomaba muy en serio, tan en serio como su incipiente coqueteo con el ama de llaves de Stephen.

Y ahora, por fin, después de tanto esperar, de tantas noches sin dormir, completamente solo, dando vueltas en su enorme cama y con el cuerpo tenso y dolorido, por fin iba a concluir la larga espera. Al día siguiente, Hayley sería su esposa. Aquélla era la última y maldita noche que tendría que pasar sin ella. Apoyando las botas en una otomana, Stephen cerró los ojos, recostó la cabeza en el respaldo de la silla y emitió un largo y sonoro suspiro de satisfacción.

– Pareces bastante satisfecho -dijo Gregory mientras entraba en la habitación. Tomó asiento en una butaca orejera que había enfrente de Stephen.

– Lo estoy -asintió Stephen sin dudarlo. Miró a su hermano de arriba abajo. Durante los tres últimos meses Gregory había experimentado un profundo cambio. Desde el horrible episodio con Melissa, Gregory había recapacitado sobre su vida y había hecho algunas mejoras espectaculares. Ahora se tomaba las cosas mucho más en serio y era mucho más responsable y, por primera vez en su vida, mostraba interés por cosas distintas de sí mismo. Había dejado de jugar y de beber en exceso. Siguiendo la sugerencia de Hayley, Stephen había encargado a su hermano la gestión de dos pequeños feudos. «Si le demuestras que crees en él y confías en él, estoy segura de que estará a la altura de tus expectativas.» Stephen se tomó aquel consejo con un gran escepticismo, pero hizo caso a Hayley y comprobó, para su sorpresa, que ella tenía razón. Gregory estaba haciendo un trabajo admirable.

Gregory levantó su copa en el aire y propuso un brindis.

– Porque, al fin, ha llegado tu última noche como solterón -dijo con una medio sonrisita.

– Amén -dijo Stephen fervientemente. Tras tres meses de celibato, se sentía como si estuviera a punto de explotar.

Estuvieron varios minutos sentados en silencio, bebiendo brandy y observando la danza de las llamas. Al final, Gregory rompió el silencio.

– Quiero… eh, quiero que sepas… -Empezó, pero se calló súbitamente.

Stephen se volvió para mirarle y se sorprendió al ver que se había ruborizado.

– ¿Sí?

– Quiero que sepas que durante los últimos meses… -Gregory carraspeó-. Te agradezco mucho la confianza que has depositado en mí, Stephen. Soy consciente de que nunca hemos tenido una relación muy estrecha y que, después de lo que pasó con Melissa…

– Lo que pasó con Melissa no fue en absoluto culpa tuya, Gregory-dijo Stephen con voz serena.

– Supongo que no, pero sigo sin poder evitar sentirme en cierto modo responsable.