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– Te están esperando -dijo Pamela en voz baja, haciendo un gran esfuerzo por parecer seria.

Las expresiones de los semblantes de los hombres sentados a la mesa oscilaban entre el dolor, la sorpresa, la resignación y el horror.

– Odio esas asquerosas sillitas -musitó Stephen.

– Sí-dijo Pamela, con ojos maliciosos-. Ya me lo parecía a mí.

– Ya veo que no voy a obtener ninguna misericordia de tu parte -dijo Stephen en tono jocoso.

– Ni la más mínima.

Conteniendo un suspiro, Stephen se unió al resto de los hombres y se aposentó con cuidado en la sillita que quedaba libre. Callie le dirigió una radiante sonrisa y le ofreció un dedal de té y una pasta, y él supo que había perdido la batalla.

No hacía ni un minuto que Stephen se había sentado a la mesa, cuando un lacayo entró en la habitación.

– El médico me ha pedido que le venga a buscar, milord -dijo el lacayo, intentando poner cara de póquer ante la visión de su señor hecho un ocho en aquella diminuta sillita.

Stephen notó que se quedaba sin riego sanguíneo en la cabeza. Se puso en pie de un salto, nada fácil con una sillita rosa pegada a las nalgas, y dijo con brusquedad:

– Quíteme esta maldita cosa de encima.

El lacayo se apresuró a liberarle. Stephen salió a toda prisa del salón, subió las escaleras corriendo y a punto estuvo de tirar al suelo al médico al cruzarse con él en el pasillo.

– Enhorabuena, milord -dijo el médico con una cordial sonrisa-. La marquesa se ha portado espléndidamente. Ella está bien y su bebé, una niña, perfectamente. -Inclinó la cabeza en la dirección de la alcoba de Hayley-. Le están esperando.

Stephen corrió a toda velocidad por el pasillo y entró en la alcoba; el corazón le latía tan fuerte que pensó que, efectivamente, iba a desmayarse. La visión que le alegró la vista le hizo derretirse por dentro.

Hayley estaba sentada en la cama, con un camisón limpio de algodón. Acunaba en sus brazos un pequeño bultito envuelto en una sábana de color rosa. Levantó la vista, vio a Stephen, y una dulce sonrisa iluminó su rostro.

– Mírala, Stephen. ¿No es preciosa?

Stephen se acercó a la cama. Sintió que le temblaban las piernas. Se arrodilló, tomó la mano de Hayley y le dio un cariñoso beso en la palma.

– ¿Te encuentras bien, cariño? -dijo con un ronco susurro y luego carraspeó.

– Estoy bien -dijo ella con ternura-. Sinceramente, Stephen. Me encuentro perfectamente.

Stephen había oído historias sobre mujeres que habían fallecido en el parto. Muertes largas, angustiosas, tremendamente dolorosas. «¡Dios mío! -se había repetido una y otra vez mientras Hayley estaba dando a luz-. Su misma madre murió al dar a luz a Callie.» Se le helaba la sangre sólo de pensarlo.

– Sinceramente, Hayley, he pasado unos nervios de muerte -admitió él tímidamente.

Hayley le apretó la mano.

– Me encuentro estupendamente. Sólo un poco cansada. Ahora ven y siéntate a mi lado para conocer a tu hija.

– Mi hija -repitió Stephen en tono de reverencia.

Se sentó con sumo cuidado en la cama junto a Hayley y miró dentro de la sábana. En cuanto vio el milagro que era su hija, se enamoró de ella. Su boquita de piñón se abrió en un inmenso bostezo.

– Es tan pequeña. -Alargó un dedo inseguro y le tocó la cara. Su piel era increíblemente suave-. ¡Dios mío, Hayley, es preciosa!

– ¿Estás decepcionado porque no ha sido un niño? Soy consciente de la importancia de un here…

Stephen la hizo callar con un tierno beso.

– ¿Cómo se te ocurre preguntarme algo semejante? Estoy encantado con mi pequeña. Y con su madre. Aceptaré agradecido todas las hijas que quieras darme. Las mimaré hasta la saciedad y dispararé a todo hombre que ose acercarse a ellas. -Su mirada volvió a quedarse prendada del milagro que era su bebé-. Mira qué bonita es. Tendré que alejar a sus pretendientes a bastonazos.

– No durante algunos años -dijo Hayley con una sonrisa que irradiaba serenidad-. ¿Qué nombre le pondremos?

Stephen tocó tiernamente la manita de su hija. La pequeña abrió el puño y apretó fuertemente sus perfectos y minúsculos deditos alrededor del pulgar de su padre. Una oleada del más puro amor le infló el pecho hasta tal punto que casi se le corta la respiración. De repente, se le hizo un nudo en la garganta. «Dios mío, otro ángel.»

– Creo que deberíamos ponerle un nombre que hiciera honor a su madre -dijo él tiernamente.

– ¡Santo Dios! ¿No querrás ponerle Hayley? -dijo ella con una risita-. Y no pienso seguir la tradición de los Albright de poner a los hijos el nombre del lugar donde fueron concebidos. La verdad, no me hace ninguna ilusión que nuestra hijita se llame Carruaje.

Stephen volvió a mirar su dedo apresado por la diminuta mano de la pequeña, ahora dormida, luego levantó la vista y miró a su hermosa esposa. Sintió que se le inflaba el pecho, y le dio un vuelco el corazón del profundo amor que le embargaba.

Una vez repuesto, cerró fuertemente los ojos y besó a Hayley en la frente.

– Quiero ponerle un nombre en honor a su madre -repitió con un emocionado susurro-. Ángela, quiero que se llame Ángela.

Jacquie D'Alessandro

Jacquie D'Alessandro: “Me enamoré del romance a una edad temprana. Soñaba con ser arrastrada por un granuja que me alzara y montara en un vigoroso semental. Cuando mi héroe finalmente se presentó, él iba vestido con vaqueros y conducía un Volkswagen, pero lo reconocí de todos modos."

Jacquie se crió en Long Island (Estados Unidos). Se educó en un ambiente familiar, en el que sus padres alimentaron en ella su pasión por la lectura. Su hermana también le prestaba sus libros de Nancy Drew. Más tarde, adquirió cierta predilección por las novelas de corte sentimental y aventuras.

Tras graduarse se casó con Joe, y el matrimonio que ha tenido un hijo, Christopher, alias "Júnior", con quien residen junto a su gato en Atlanta, estado de Georgia.

A principios de los 90, el matrimonio adquirió un ordenador, por lo que se animó a escribir todas las historias que pasaban por su mente, y lógicamente se decantó por el género romántico.

Logró publicar su primer libro en 1999. Escribe tanto novelas situadas en la Regencia como cuentos actuales para Harlequin. Dueña de un estilo elegante no exento de cierto toque humorístico, y con un hábil dominio de la técnica narrativa, Jacquie es una de las autoras más sobresalientes del género. También puede destacarse que en sus novelas ha abordado temas como los malos tratos a las mujeres.

La dirección de su página web es: http://www.jacquied.com

Bibliografía

Red Roses Mean Love 1999

Kiss the Cook 2000

Whirlwind Wedding 2000

The Life of Riley 2001

Naked in New England 2001

The Bride Thief 2002

Whirlwind Affair 2002

In Over His Head 2003

Who Will Take This Man? 2003

A Sure Thing? 2003

Love and the single heiress 2004

Stroke of midnight 2004

We've Got Tonight 2004

The Hope Chest 2005

Why Not Tonight? 2005

Not Quite A Gentleman 2005

Just Trust Me… 2006

Come September 2006

Never A Lady 2006

Kiss the Cook (reissue) 2006

Rosas rojas 2006

Una boda imprevista 2004

La Venus del bosque 2002

El ladrón de novias 2003

Un romance imprevisto 2005

Atracción instantánea 2003

Maldición de amor 2005

Placer y trabajo 2004

Un amor escondido 2006

Vestida de rojo 2005

Noche a media luz 2006

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