Poco después de las cuatro, Liz recogió las escasas pertenencias del bebé y las metió en una bolsa. Aquélla sería su primera noche como madre. Se colgó la bolsa del hombro, tomó a Natasha en brazos y se encaminó hacia las escaleras. Miró a su alrededor en busca de Sophia, pero la adolescente había desaparecido después de comer y no había vuelto.
Durante el corto trayecto hacia el hotel, Liz hizo lo imposible por convencerse de que todo iría bien. Cuando llegaron, se acercó a la silla de Natasha e intentó desabrochar el cinturón de seguridad. Era Maggie quien lo había abrochado para sujetar la sillita de Natasha al asiento del coche y en aquel momento, era Liz la que tenía que desentrañar el complicado sistema de hebillas. En aquel momento, Natasha comenzó a gimotear y después, a llorar. Liz no estaba segura de si la niña se quejaba porque tenía hambre o porque se le habían mojado los pañales. De repente, no se acordaba de cuándo le había dado de comer a Natasha por última vez. ¿Había sido a las dos o a las cuatro?
Aquella información la tenía en la bolsa de los pañales, pero eso no servía de nada. Mientras luchaba por levantar la sillita de Natasha con el bebé dentro, sosteniendo al mismo tiempo la bolsa con las cosas de la niña y su propio bolso, sintió un mar de dudas. Los gritos de Natasha se intensificaron.
– Shh -le dijo Liz, mientras caminaba hacia el hotel-. No pasa nada, cariño. Estás bien. Yo estoy contigo.
Las noticias no impresionaron mucho al bebé, que siguió llorando. Liz estaba cada vez más desanimada. Sólo llevaba media hora a solas con Natasha y ya había fracasado.
Justo entonces, la puerta se abrió y alguien extendió las manos para tomar la silla.
Liz se quedó boquiabierta. Sin dar crédito, se quedó mirando fijamente el rostro atractivo y sonriente de David Logan.
Capítulo 5
– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó Liz, tan sorprendida como encantada.
– Me dijiste que ibas a traer a Natasha al hotel y pensé que quizá necesitaras algo de apoyo moral -le contestó él. Agarró la sillita con una mano y con la otra, le abrió la puerta para que pasara-. Parece que además, necesitas un animal de carga.
Ella entró en el vestíbulo del hotel. Estaba emocionada. Era la primera vez que alguien hacía por ella algo tan maravilloso como aparecer justo cuando más lo necesitaba. Sobre todo, después de lo que había ocurrido la noche anterior.
– Pero nosotros… -comenzó a decir. Sin embargo, miró a su alrededor y se dio cuenta de que había más parejas con sus hijos.
Maggie se acercó a ella.
– Has venido en la segunda furgoneta. ¿Ha ido todo bien? -le preguntó, sonriendo-. Parece que sí, porque estás aquí.
– Más o menos -admitió Liz-. Ya estoy reventada.
– No te preocupes, estarás bien. Tienes el número de mi habitación, por si acaso tienes preguntas o necesitas apoyo.
Liz asintió.
– Si todos los padres tienen tu número de habitación, no vas a dormir mucho esta noche.
– Es uno de los riesgos del trabajo -dijo Maggie y miró a David-. Parece que tú lo tienes todo controlado.
David sonrió.
– He venido a ofrecer músculo, no ayuda con la niña. No sé nada de bebés.
– Liz -dijo Maggie, riéndose-, este hombre necesita un cursillo básico.
Liz pensó que ella también lo necesitaba, pero en vez de decírselo a la asistenta social, se despidió de ella y se dirigió junto a David al ascensor. Natasha se había tranquilizado y estaba mirando a su alrededor con curiosidad.
Subieron hasta el piso de Liz y David la siguió hasta su habitación. Liz abrió la puerta y le cedió el paso para que entrara con la sillita de Natasha.
La habitación era grande y luminosa, con ventanas orientadas al sur y un pequeño rincón perfecto para la cuna, que ya estaba situada allí. Había montones de pañales preparados en el escritorio, con toallitas de bebé y latas de leche en polvo. Había también un hornillo y una cacerola para calentar los biberones.
– Has venido bien preparada -dijo David, mientras posaba la sillita con cuidado en una butaca.
Liz dejó el bolso y la bolsa con las cosas de Natasha en el suelo.
– Todo, incluidos la cuna y el hornillo, nos lo proporciona Children's Connection a los padres adoptivos. También los pañales y la leche en polvo. Es lo que está acostumbrada a comer, para que no se ponga mala del estómago. Yo tengo una marca que he traído de Estados Unidos. La iré mezclando poco a poco con la que ella ha estado tomando. ¡Ah! Y también he traído comida para bebés. Los europeos, normalmente, comienzan a darles a los bebés comida sólida mucho antes que nosotros. Claro que, en Francia, los niños de seis años toman vino con la cena, así que hay diferencias culturales que… -Liz se interrumpió, se quitó el jersey y suspiró-. Estoy divagando.
– Estás nerviosa.
Ella asintió y lo miró a la cara.
– No puedo evitarlo. Anoche todo fue estupendo, pero extraño.Yo normalmente no…
– Yo tampoco -dijo él. Se acercó a ella y le puso las manos en los brazos-. Ocurrió y después los dos tuvimos dudas.
– Y por eso salí corriendo -murmuró Liz-. No es precisamente un signo de madurez.
– Yo he aceptado lo que hicimos y cómo reaccionamos. ¿Podrás aceptarlo tú también?
Por supuesto que podía, sobre todo porque le gustaba mucho la sensación que le producían los dedos de David en la piel y cómo le sonreía.
Liz asintió.
– Bien -dijo él y le devolvió la sonrisa-. He pensado que podría quedarme un rato y darte apoyo. Sólo como amigo -añadió y alzó ambas manos en un gesto de rendición-. Esto no es un intento sutil de llevarte a la cama otra vez.
Ella se sintió aliviada, pero también ligeramente decepcionada.
– Si lo fuera, no se podría considerar muy sutil -comentó. Después miró a la niña y suspiró de nuevo-. Me vendría muy bien tener apoyo moral. Estoy aterrorizada. Tener a un oficial del gobierno de Estados Unidos a mi lado hará que me sienta mucho mejor.
– Será mejor que me quede extraoficialmente.
– ¿Por qué?
– Menos papeleo.
Liz se rió.
Después, prepararon el biberón de Natasha entre los dos y Liz se sentó cómodamente en una butaca con la niña. La boquita del bebé se cerró al instante sobre la tetina.
– Me han dicho que come muy bien -dijo Liz mientras observaba cómo bebía su hija-. Tengo cereales para darle después.
Él miró el montón de pañales.
– El hecho de que Children's Connection te haya proporcionado todo esto ha debido de facilitarte mucho hacer el equipaje.
– Pues sí, mucho. Había oído historias terroríficas de padres que habían viajado al otro lado del mundo para recoger a su hijo y sólo tenían permitido llevar una maleta.Y en esa maleta tenían que llevar todo lo necesario para el niño. De esta forma yo tenía sitio para traer ropa para Natasha y juguetes.
Liz lo miró. Tener a alguien cerca hacía que se sintiera mucho mejor que estando sola, pero sabía que no tenía derecho a pedirle que se quedara con ella indefinidamente.
– David, no tienes por qué quedarte.
– ¿Me estás echando o estás dándome una excusa para marcharme?
– Te estoy dando una excusa.
– ¿Y si quiero quedarme?
A ella se le alegró el corazón.
– Me encantaría.
Poco después de la medianoche, David se estiró en la cama y atrajo a Liz hacia él. Los dos estaban vestidos y acostados sobre la colcha. Era su concesión al hecho de mantener las cosas en el plano de la amistad.
Sin embargo, no servía de mucho. David la deseaba igual con ropa que sin ella y teniendo en cuenta que Liz no dejaba de levantarse y acercarse a la cuna para comprobar que Natasha seguía dormida, él pensó que no era el único que se sentía inquieto.
– Tienes que dormir -le dijo-. De lo contrario, mañana estarás exhausta.