– No puedo. Tengo que estar segura de que Natasha está bien. Además, tú también estás despierto. ¿Tienes que estar alerta para salvar al mundo?
– Tengo personal que me ayuda en la tarea.
Ella se acurrucó contra él.
– Debe de ser agradable. Cuéntame cosas de tu trabajo. ¿Qué es lo que haces, en realidad?
Él pensó en aquella pregunta.
– Me ocupo de resolver problemas. Algunos son sencillos y otros más complicados. Los rusos son muy orgullosos y como a la mayoría de la gente, no les gusta que los extranjeros se entrometan.
Ella alzó la cabeza y lo miró.
– Me has dicho más o menos nada.
– Pero ha sonado muy bien.
– Eres un Logan. ¿No te presionaron para que entraras en el negocio familiar?
– Mi padre tenía esa esperanza -dijo él con una risa suave-, pero los ordenadores nunca fueron lo mío.
– Supongo que tener tantos hermanos y hermanas te ayudó. Tuviste menos presión de la que habrías tenido que soportar si hubieras sido hijo único.
– Exactamente. Pero yo soy el más guapo de todos.
– De eso estoy segura. -Liz sonrió y volvió a apoyar la cabeza en su hombro-. Siento lo de anoche. Fue embarazoso.
– Sí, es cierto. Ninguno de los dos esperaba que sucediera eso. Yo de veras tenía pensado hacer la cena.
– Lo sé. Pero somos como un combustible cuando tenemos algo de intimidad. Siempre pienso, que si hubiéramos tenido más tiempo y privacidad, nos habríamos convertido en amantes hace cinco años -dijo Liz.
David asintió. En cuestión de horas, ella había pasado a importarle más que cualquier otra mujer.
– Quería que vinieras a Moscú conmigo -admitió él-. Lo cual era una locura. Así que no te lo pedí.
– Yo habría venido -dijo ella-. Me ofrecí, ¿te acuerdas?
– Sí. Pero tu vida habría sido muy distinta.
– Creo que sí. No habría tenido éxito, pero te habría tenido a ti.
– Si hubiera funcionado.
– Lo habríamos conseguido -dijo ella, con una seguridad que él envidió.
Liz estaba hablando sin conocer la verdad sobre él. Sobre quién era. Liz lo juzgaba basándose en lo que había visto hasta aquel momento, pero si supiera lo que había en su pasado, todo lo que había tenido que superar, cambiaría de opinión. Y él no la culparía.
– Y aquí estamos ahora -dijo Liz-. En la habitación de un hotel con un bebé.
– La mayoría de la gente sólo quiere una habitación con baño.
Ella se rió.
– Habla en serio.
– Hablo en serio. Bueno, ahora duérmete -susurró él-. Yo vigilaré a Natasha.
Aquello sí podría ofrecérselo. Hacer guardia. Mantenerla a salvo hasta que volviera a casa.
Aquella noche, un teléfono sonó en un pequeño piso de Moscú. El hombre que respondió estaba sentado en la oscuridad y la lumbre de su cigarrillo resplandeció cuando le dio una profunda calada.
– Sí -respondió Vladimir Kosanisky.
– Estamos listos.
Lo oyó tan claro que le pareció que el americano al que Kosanisky conocía como Stork estaba en la otra habitación, en vez de al otro lado del globo.
Kosanisky miró su cigarro.
– ¿Se ha transferido el dinero?
– Sí, acabo de hacerlo. ¿Recogerá usted al bebé?
– Mañana.
– Bien. La pareja ha pagado mucho por esa niña. No queremos decepcionarlos.
– No, no queremos -convino Kosanisky-. Confirmaré el depósito por la mañana y después recogeré a la niña. El plan del viaje ya está ultimado. Estará con ustedes en menos de veinticuatro horas.
Le dio la información del vuelo. Stork la repitió y después colgó el teléfono.
Kosanisky colgó también y miró la colilla de su cigarrillo.
Robar bebés era mucho más beneficioso que robar radiocasetes estéreo.
El médico le dio unas palmaditas en la barriguita a Natasha.
– Está muy bien -dijo, con un fuerte acento ruso-. Buenas respuestas, alerta -añadió. Tomó su cuaderno de datos y lo abrió-. La presión sanguínea es correcta. Es muy pequeña, así que usted se evitará todos los problemas de desarrollo que pueden tener los niños huérfanos.
Maggie le lanzó una mirada a Liz. La asistenta social había estado intentando calmar los miedos de Liz sobre el examen médico, pero Liz estaba muy nerviosa. No quería que nada interfiriera con el proceso de adopción. Quería llevarse a Natasha a casa.
Mientras el médico firmaba los certificados, Liz le puso a Natasha su camisa y su jersey. La niña estaba muy despierta y contenta y se reía mientras Liz le hacía cosquillas en los pies.
– Has sido muy buena -le susurró Liz mientras la tomaba en brazos-. ¿Ves? El doctor no da miedo. Ha dicho que estás muy sana y eso está muy bien.
Maggie recogió los certificados y acompañó a Natasha y a Liz al pasillo.
– Tú eres la última de todos los padres de hoy -le dijo-. Hasta el momento, todo va muy bien para vosotras dos. Estoy muy contenta.
– ¿Normalmente hay problemas? -preguntó Liz, mientras caminaban hacia la guardería.
– Puede haberlos. Si el niño tiene algún problema médico, las cosas se pueden ralentizar. Otras veces, es posible que facilite la adopción, pero no todos los padres están dispuestos a responsabilizarse de esa carga. Después, hay que resolver el asunto de la burocracia, la vista en el juzgado, ese tipo de cosas. Pero yo auguro un camino fácil para ti y para Natasha.
Liz lo esperaba con todas sus fuerzas. Todavía estaba luchando contra el desfase horario y en aquel momento tenía que añadir una noche de insomnio al estrés. No había sido culpa de la niña, que no le había dado ni un solo problema. Era ella misma la que se había mantenido despierta, preocupándose y comprobando que Natasha estuviera bien. David se había quedado con ella hasta el amanecer y aunque Liz había conseguido dormitar un poco en sus brazos, no se sentía descansada en absoluto.
Sin embargo, pensar en David y en lo amable que había sido le producía un cosquilleo en el estómago. No estaba segura de por qué se habría molestado en quedarse con ella, pero le estaba muy agradecida.
– Entonces, ¿cuál es el siguiente paso? -le preguntó a Maggie.
– Papeleo -respondió la asistenta social con una suave carcajada-. Hay que conseguir cientos y cientos de papeles. En vuestro caso, Natasha fue abandonada en las escaleras del orfanato. No había ninguna carta en la que sus padres dijeran que la abandonaban, así que tenemos una carta del orfanato diciendo que fue abandonada incondicionalmente.
– ¿Y eso es un problema?
– En absoluto. Eso es lo que ocurre casi todo el tiempo.
Liz apretó suavemente la mano de Natasha.
– Yo nunca te dejaré -le susurró-. Pase lo que pase.
Maggie se dirigió hacia la guardería.
– Lo siguiente será la vista en el juzgado. Aunque el juez tenga la opción de hacer esperar diez días a los padres adoptivos para darles el certificado de adopción, normalmente esa norma no se aplica. Después de la vista, iremos a la embajada norteamericana, donde os harán una breve entrevista. Allí os darán los visados para los niños y todos nos iremos a casa.
Parecía muy sencillo.
– ¿Y cuándo se convierten los niños en ciudadanos estadounidenses? ¿Hay algún período de espera?
– No. En cuanto los niños llegan legalmente al país, son ciudadanos estadounidenses. Lo cual facilita mucho las cosas.
Liz le besó las mejillas a Natasha.
– Tendremos que comprar una bandera para tu habitación.
– Buena idea. ¡Oh! Ya estamos aquí.
Maggie entró en la guardería y sostuvo la puerta para que Liz pasara.
– Voy a poner el certificado médico en su expediente -le dijo-. Os veré más tarde.
– Muchas gracias por todo -le dijo Liz.
– Sólo estoy haciendo mi trabajo.
Liz se acercó a la ventana de la guardería y miró a la calle. Era una tarde preciosa de junio. Soleada y cálida.