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– ¿Quieres jugar fuera? -le preguntó a la niña.

Había otros niños corriendo por el césped del jardín. Unos cuantos voluntarios estaban sentados con los niños más pequeños y los bebés.

De camino hacia el jardín, se detuvo en el mostrador.

– ¿Ha venido Sophia? -le preguntó a la recepcionista.

– No. No ha venido hoy.

– Vaya. Me dijo que vendría a verme hoy.

– Los planes cambian, sobre todo los de los voluntarios más jóvenes.

– Está bien. Gracias.

Liz salió a la calle y miró a su alrededor. Vio a los Winston y se acercó a ellos. Los tres estuvieron hablando de sus hijos y jugando con ellos hasta que llegó la hora de marcharse.

El viaje al hotel fue corto, pese a que el tráfico era cada vez más intenso. Cuando el taxi paró frente al hotel, Liz pagó al taxista y salió a la acera. Natasha apenas se movió.

– Lo estamos haciendo muy bien -le susurró Liz al bebé-. Hemos estado juntas casi veinticuatro horas y hemos evitado cualquier tipo de crisis. Yo voto porque sigamos así. ¿Qué te parece, cariño?

Natasha se movió un poco, bostezó y volvió a dormirse.

Liz sonrió y sintió que se le llenaba el alma de amor. Su hija, pensó felizmente, mientras miraba a un lado y otro de la calle, antes de cruzar. Su propia hija. Las dos serían…

– ¿Es usted americana?

Sorprendida, Liz se volvió hacia el hombre que se lo había preguntado. No lo había oído acercarse. Era alto y delgado, con los ojos oscuros y los dientes sucios. Instintivamente, Liz se alejó de él un par de pasos.

– ¿Qué?

– Americana.

El hombre dijo algo más, pero ella no lo entendió. Dio otro paso atrás.

La acera estaba abarrotada y se chocó con alguien. Se dio la vuelta y el hombre se acercó más.

– ¿Qué quiere? -le preguntó Liz. No le gustaba nada su aspecto sucio ni su olor. Entonces, se dio cuenta de que no le importaba nada lo que quisiera. Miró a ambos lados y cruzó la calle corriendo.

– ¡Espere! -le dijo el hombre, mientras la seguía. Continuó hablando, pero entre el ruido del tráfico y su fuerte acento ruso, Liz no entendió lo que le estaba diciendo.

– Déjeme en paz.

Él dijo algo más, pero lo único que ella entendió fue que iba a llevarse a la niña.

Tuvo un ataque de pánico y agarró a Natasha con fuerza, apretándola un poco más contra el pecho.

– ¿Qué ha dicho?

En vez de responder, el hombre alargó los brazos hacia Natasha.

Liz gritó y aquello despertó a la niña. Natasha se puso a llorar, pero incluso así, el hombre no se rindió.

Liz se dio la vuelta y corrió hacia la entrada del hotel, esquivando a la gente que iba por la acera. Fue directamente hacia la recepción del hotel y le gritó al hombre que estaba allí.

– ¡Quieren llevarse a mi hija! ¡Ayúdeme!

Capítulo 6

David estaba revisando unos documentos cuando sonó el teléfono de su despacho.

– ¿Sí?

– Tiene una llamada, señor Logan. Una tal Liz Duncan. Ha dicho que era muy importante.

David le pidió a su secretaria que le pasara la llamada inmediatamente.

– ¿Liz?

– ¡Oh, David, gracias a Dios que estás en la oficina!

Parecía aterrorizada. David se irguió en el asiento.

– ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?

– No lo sé. Creo que sí, pero alguien ha intentado quitarme a Natasha y… -un sollozo ahogó el resto de la frase.

– ¿Qué dices? ¿Qué ha ocurrido?

– Fue un hombre. Me estaba hablando, pero yo no entendía nada de lo que me decía y entonces, intentó agarrar a la niña -dijo y comenzó a llorar-. David, intentó quitármela de los brazos. No lo entiendo. Tienes que sacarme de aquí. No es seguro.

David no supo si se refería al hotel o al país.

– ¿Dónde estás ahora?

– En el hotel.

– Quédate ahí. Voy a llamar a la recepción para asegurarme de que vigilen a todo el que entre o salga. Dame diez minutos para resolver las cosas aquí e iré directamente al hotel. ¿Estarás bien?

– Sí, creo que sí.

Después de colgar, David llamó a la recepción del hotel, terminó de revisar los informes rápidamente y llamó a Ainsley, una de sus agentes.

– Quiero que me confirmes un par de cosas sobre el mercado negro de niños -le dijo-. Nunca secuestran a niños que están en proceso de adopción, ¿verdad?

– No -respondió Ainsley-. Supongo que no quieren ese tipo de problemas. Normalmente, los bebés que secuestran son demasiado pequeños como para que haya empezado el proceso. ¿Por qué?

– Alguien a quien conozco está adoptando a un bebé. Creo que tiene unos cuatro meses. Mi amiga dice que han intentado quitársela de los brazos.

– No lo había oído nunca. ¿No cabe la posibilidad de que fuera un atraco y su amiga se confundiera?

– Voy a indagarlo. Gracias por la información.

– De nada.

David se marchó al hotel. Liz abrió enseguida la puerta de la habitación.

– Has venido -dijo, mientras se abrazaba a él como si de ello dependiera su vida-.Tenía miedo de que hubieras pensado que estaba loca, o muy nerviosa y me hubiera imaginado cosas.

Él la abrazó con fuerza y disfrutó del contacto con su cuerpo. Entonces se recordó que aquélla no era una visita de placer y se retiró.

– Lo que pienso es que alguien te atacó y que ahora estás asustada -le dijo. Entró en la habitación y le hizo unas cosquillas a Natasha, que estaba sobre la cama. La niña se rió al verlo y extendió los brazos hacia él. Después, David se volvió hacia Liz-. Empieza por el principio y cuéntame lo que ocurrió. Quiero saber todo lo que puedas recordar.

Mientras hablaba, Liz caminaba por la habitación, cruzándose y descruzándose de brazos.

– Era un hombre alto, de unos treinta años. Estaba muy sucio y tenía el pelo largo y los ojos oscuros. No se había duchado desde hace años.

Ella le explicó el encuentro con todo detalle y le refirió lo que le había dicho el hombre. David hizo que se lo explicara todo por segunda vez, mientras tomaba notas en el cuaderno que siempre llevaba en el bolsillo. Después repasó con ella las notas y cuando Liz terminó, él hizo que se sentara en la única butaca que había en la habitación. Se agachó ante ella y le tomó la mano.

– Ahora respira profundamente. La niña y tú estáis bien.

Ella asintió.

– Estoy empezando a sentirme mejor.

– Eso es un comienzo. He estado investigando un poco antes de venir aquí. En Moscú hay un mercado negro de niños, pero se dirigen principalmente a niños mucho más pequeños que Natasha, de sólo unas semanas de edad. Además, nunca se han llevado a un niño cuyo proceso de adopción ya hubiera comenzado.

– Entonces, ¿qué quería ese hombre? ¿Era el padre de Natasha?

– No es probable. Ella ha estado en el orfanato desde que tenía un par de días. Si su padre hubiera querido reclamarla, sólo habría tenido que ir allí y llevársela. Supongo que ese tipo sería un delincuente de poca monta que se imaginó que podría llevarse a la niña y pedir un rescate por ella. Me has dicho que lo primero que te preguntó fue si eras americana. La mayoría de la gente supone que los turistas norteamericanos son ricos.

Liz apretó los labios.

– Quizá.

Él no la culpaba por resistirse a creer su versión. En el fondo, tenía el presentimiento de que estaba ocurriendo algo más, pero no sabía qué. Había miles de bebés abandonados en Moscú. ¿Por qué habían elegido a aquella niña?

David miró su reloj.

– Voy a ir al orfanato a hablar con la gente de allí.

– Maggie se queda hasta las cinco -le dijo Liz-. Tenía una reunión antes, así que todavía estará allí.

– Bien. Hablaré con ella también. Quizá haya alguna información interesante en el expediente de Natasha. ¿Estarás bien?