– Sí. Estoy bien.
Sin embargo, era evidente que estaba muy asustada.
– Volveré cuando haya terminado.
– No -respondió Liz y le soltó la mano-. Si averiguas algo muy importante, quiero saberlo, pero de otro modo yo me las arreglaré -le dijo y sonrió débilmente-. Cabe la posibilidad de que reaccionara desproporcionadamente ante lo que ocurrió, ¿no? Creo que tu versión de la americana rica tiene sentido. Los otros padres están en este piso también, así que me siento segura en la habitación.
Él se incorporó y la miró.
– ¿Estás segura? No me importa volver.
– Ya has hecho demasiado por mí, David. No quiero que pienses que soy una inútil.
– No lo eres.
– Entonces, deja que te lo demuestre -le pidió ella y le besó la mejilla-. Gracias por tu ayuda.
Él la miró a los ojos, intentando convencerse de que Liz estaría bien sola.
Ella lo empujó suavemente hacia la puerta.
– Vete. Haz tu trabajo de espía. Nos veremos mañana.
David asintió.
– Llámame si empiezas a preocuparte. Tienes el número de mi apartamento -se dio la vuelta para marcharse-. Estaremos en contacto -añadió.
Sophia se detuvo a la salida del edificio de su apartamento. Eran casi las cinco de la tarde, e incluso su callejón estaba lleno de gente y de coches. En aquella época del año, todavía quedaban varias horas para que anocheciera y los residentes aprovechaban aquella ventaja para hacer recados y visitar a los amigos.
Sophia no quería salir de su casa, pero no le quedaba más remedio. El día anterior se había quedado sin comida. Aunque había aguantado todo lo que había podido, finalmente el hambre la había empujado a salir.
Él la estaría buscando. Ella lo sabía. Lo que no sabía era cómo mantenerse a salvo. No tenía adonde ir, ni nadie a quien acudir.
Había recibido el primer mensaje casi una semana antes, diciéndole que había llegado el momento. La pareja americana rica había entregado el dinero y querían el bebé que habían elegido. Vladimir Kosanisky le había dicho que le entregara a Natasha hacía dos días y ella no lo había hecho.
Kosanisky no sabía que ella había dejado a Natasha en el orfanato cinco días después de su nacimiento. Sophia no quería deshacerse de su bebé, pero no sabía cómo podría conseguir que estuviera segura. Cuando Kosanisky había insistido en que le diera fotografías de la niña, Sophia había obedecido. Había tenido la esperanza de que Natasha fuera adoptada y de que estuviera fuera del país antes de que su jefe la reclamara. Pero aquello no había ocurrido.
Sophia se había quedado muy asombrada al enterarse de que en el mercado negro de niños, los bebés eran mucho más pequeños que los que se adoptaban legalmente. Afortunadamente, la primera pareja que se había interesado en Natasha no había podido reunir el dinero que les había pedido Kosanisky. Entonces él se había puesto a buscar otros clientes y había dejado a la niña al cuidado de su madre. O eso era lo que él creía.
Sophia había visitado todos los días a su hija, preocupándose por ella y queriéndola. Siempre había querido estar con ella, pero aquello no era posible. Quería que su niña tuviera una vida mejor que la suya. Una oportunidad. En América cuidarían y educarían a Natasha. Tendría comida y una casa y nadie esperaría de ella que se ganara la vida por sí misma desde los doce años.
Sophia miró a su alrededor. Cuando estuvo segura de que nadie la estaba vigilando, se dirigió hacia la calle principal y hacia el mercado, que estaba a dos manzanas de su casa.
Había hecho lo correcto, se dijo. Kosanisky no sabía que Natasha estaba en el orfanato, lo cual significaba que la niña estaba a salvo. Los americanos ricos que él había encontrado, tan ansiosos por comprar un niño, tendrían que conformarse con el bebé de otra. Natasha se iba a ir con Liz Duncan. La señora americana sería muy buena con ella. Sophia las había visto juntas y había visto el amor en los ojos de Liz. Sí, el hecho de darle a su hija le rompía el corazón, pero era lo mejor…
– ¡Allí!
Oyó aquella única palabra y al instante, se puso alerta. Incluso mientras se volvía a mirar hacia el lugar del que provenía la voz, echó a correr.
Había dos hombres. Los dos eran grandes, tenían un aspecto amenazado y corrían tras ella. Sophia intentó distraerlos, pero no pudo. La atraparon y la arrastraron hacia una furgoneta blanca. Ella gritó pidiendo ayuda, pero nadie se detuvo. Sólo unas cuantas personas se volvieron a mirar. Nadie quería involucrarse.
La puerta se cerró tras ella y la furgoneta se perdió entre el tráfico.
Sophia se quedó tumbada en el lugar donde la habían tirado. Estaba aterrorizada y temblaba. ¿Qué podría decirles para evitar que la mataran?
Uno de los hombres se puso al volante y el otro se sentó en el asiento del fondo. Al mirar a su alrededor, Sophia se dio cuenta de que Kosanisky estaba sentado en el suelo de la furgoneta, frente a ella.
– ¿Acaso creías que no me enteraría de lo del orfanato? -le preguntó tranquilamente, mientras sacaba un cigarrillo, lo encendía e inhalaba profundamente.
Sophia tragó saliva.
– Nunca me habías dicho nada -dijo ella.
Él se encogió de hombros.
– ¿Qué me importa a mí dónde tengas a la cría con tal de que esté lista cuando yo diga? Pero no lo está, ¿verdad? Se la has dado a una americana.
Sophia tuvo pánico. ¿Sabían lo de Liz? ¿Cómo era posible?
Kosanisky se rió.
– Me has subestimado, Sophia y eso es muy peligroso. ¿Cuántas veces tengo que decirte que yo lo sé todo? Ésta es mi ciudad. Soy su propietario, igual que soy tu propietario.
Él pánico se convirtió en terror. Era cierto que era su dueño. Lo había sido durante años. Sophia tenía que obedecerlo si no quería terminar en el fondo del río.
– A Natasha la van a adoptar -dijo en tono desafiante, sin estar segura de cómo había reunido el valor de hacerlo-. No dejaré que la vendas. A mi hija no.
Él le lanzó una mirada de desprecio.
– Eres una prostituta, Sophia. A nadie le importan las prostitutas.
Ella no acusó el golpe. Había oído cosas mucho peores. Además, lo que decía era cierto. Así era como ella se ganaba la vida. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Kosanisky le hizo un gesto al hombre que se había sentado junto a la puerta y el tipo agarró a Sophia por los brazos. Ella comenzó a retorcerse mientras Kosanisky se acercaba. Le dio una profunda calada al cigarro y se lo acercó al brazo.
– Vas a traerme a esa niña -le dijo.
– No.
Él le apretó el cigarrillo contra la piel. Ella gritó e intentó apartarse, pero el hombre la apretó con fuerza los brazos.
Sophia luchó por mantenerse alerta, por no rendirse al dolor. Mientras Kosanisky le acercaba el cigarrillo a la mejilla, ella echó la pierna hacia atrás y después le dio una patada en la entrepierna con tanta fuerza como pudo. Él dio un grito y cayó hacia delante.
Asombrado, el hombre que la estaba sujetando la soltó y se inclinó sobre su jefe. Sophia se escabulló, consiguió abrir la puerta trasera de la furgoneta y se tiró a la calle.
Se dio un fuerte golpe contra la carretera y los demás coches pitaron a su alrededor. Un taxi estuvo a punto de atropellada y ella sintió que tenía los huesos rotos. Sin embargo, se obligó a ponerse en pie, pese al dolor de la caída y de la quemadura. La camioneta se dio la vuelta para seguirla. Sophia miró a su alrededor y vio las brillantes cúpulas de la catedral de San Basilio. Era el lugar perfecto para perderse entre la muchedumbre de turistas.
Cojeó hacia un grupo grande de personas que seguían a un guía, con la esperanza de no estar sangrando demasiado.
David entró a la oficina principal del orfanato y se encontró a Maggie hablando con el director.
– ¿Qué ocurre? -le preguntó ella al verlo.
– Quizá nada. No estoy seguro.