Entonces, David le explicó lo que le había ocurrido a Liz. El director, un hombre de baja estatura y calvo, puso mala cara.
– ¿Y por qué iba a querer alguien a uno de nuestros huérfanos?
Aquella pregunta sorprendió a David.
– Usted debe de saber que hay un mercado negro de niños en la ciudad.
El hombre desestimó aquel comentario agitando la mano.
– Hay rumores, pero yo no los creo -dijo y tomó un expediente-. Si me disculpan, tengo que ir a hablar con una de las enfermeras.
– Supongo que negarlo le permite conciliar el sueño -dijo David, mientras tomaba nota de que tenía que investigar a aquel hombre.
Maggie arqueó las cejas.
– Seguramente. ¿Por qué ni siquiera está un poco alarmado? -Maggie frunció el ceño-. Oh, no. No me digas que es sospechoso.
– Hasta el momento no lo había sido.
– Por primera vez en mi vida voy a rezar porque uno de los hombres con los que trabajo sea un ingenuo o un idiota. Hemos tenido una gran relación con este orfanato. No querría que eso se desmoronara.
– No saques conclusiones apresuradas. Sólo porque no quiera oír nada sobre el mercado negro no tiene por qué estar involucrado. El director no está en ninguna de las listas.
– ¿Tienes listas?
David se encogió de hombros.
– Es parte de mi trabajo.
– No quiero saber lo que haces -dijo ella y se acercó a un archivador que había contra la pared-. ¿Qué crees que ha ocurrido esta tarde con Liz y Natasha?
– No lo sé. O Liz entendió mal lo que estaba ocurriendo, o es cierto que alguien intentó llevarse a la niña.
Maggie abrió un cajón y comenzó a buscar entre las carpetas.
– Quizá haya algo en el expediente de Natasha que pueda darnos una pista. No creo que sepamos nada de sus padres, porque fue un caso de abandono claro. La dejaron aquí a los pocos días de su nacimiento. Ocurre a menudo.
– Si la dejaron aquí sin más, ¿cómo puede ser adoptada? No hay ningún papel.
Maggie cerró el cajón y abrió el segundo.
– Tú ya llevas el tiempo suficiente en Rusia como para saber que siempre hay papeles. Después de unos días, se rellenan formularios en los tribunales. Es algo común. El orfanato quiere dar en adopción todos los niños que pueda. Y los que más fácilmente encuentran un hogar son los bebés.
– ¿De dónde vienen?
– De todas partes. La mayoría son hijos de chicas muy jóvenes que no pueden mantenerse. Hay cientos de prostitutas adolescentes en la ciudad. La mayoría acaban con el embarazo lo antes posible, pero algunas no se dan cuenta de que están embarazadas hasta que es demasiado tarde, o no pueden permitirse abortar. Es un gran riesgo para ellas.
– ¿Abortar?
– No, continuar con el embarazo. Un vientre abultado les impide ganarse la vida. ¿Qué sentido tiene tener un hijo cuando no se tiene qué comer?
Aunque David estaba en contacto con el lado malo de la vida, normalmente se las veía con gente que vendía o compraba armas y secretos políticos. No tenía que enfrentarse a la situación de adolescentes embarazadas que luchaban por sobrevivir.
– Supongo que no tienen adonde ir -dijo.
– Claro que no. Si esas chicas tienen un hijo sano, no pueden mantenerlo.Así que los bebés terminan aquí, donde tienen una segunda oportunidad.
– ¿Es eso lo que le ocurrió a Natasha?
Maggie sacó una carpeta del cajón.
– No podemos saberlo, pero es probable.
Cuando ella dejó la carpeta sobre la mesa y la abrió, David se inclinó para leer el contenido. Sin embargo, no había nada.
Maggie tomó aire bruscamente.
– ¡Ha desaparecido!
A David no le sorprendió.
– ¿Qué había aquí dentro?
– Todo. Estaba la historia médica de Natasha, las notas de los empleados del orfanato y la declaración de que había sido abandonada. Ha desaparecido su expediente completo -ella lo miró fijamente-. Pero esto es una locura. Hace menos de dos horas que dejé aquí copias de su certificado médico. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué significa esto?
Él no tenía respuestas. ¿Por qué se habían llevado el contenido sin la carpeta? ¿La habrían dejado allí para que no llamara la atención su ausencia, si alguien hacía un recuento? ¿Se la llevarían después, cuando el bebé desapareciera? ¿Acaso alguien estaba intentando borrar cualquier señal de la existencia de Natasha?
A David no le gustaba nada aquello.
– Una de mis empleadas se encarga de los casos de bebés secuestrados para el mercado negro. Voy a involucrarla en esto. Quizá ella pueda investigar qué está sucediendo -le dijo a Maggie y le escribió el nombre de Ainsley Johnson en un papel-. Ella se pondrá en contacto contigo. Te agradecería que cooperaras con ella en todo lo posible.
– Por supuesto -respondió Maggie-. ¿Estará bien Liz?
– Liz no es el objetivo.
¿Lo era Natasha?
David salió del orfanato y fue a su oficina. No quería preocupar a Liz apareciendo en su habitación, pero no estaba dispuesto a dejarla desprotegida. Hizo unas cuantas llamadas y arregló las cosas para que hubiera un refuerzo discreto de la seguridad en las puertas del hotel. Después llamó a Ainsley y le explicó lo que había ocurrido con el expediente de Natasha.
– ¿Es posible que esos tipos del mercado negro lo hayan robado?
– Es posible -respondió ella-. Aunque normalmente, ellos elaboran documentos falsos. No hay nada en este caso que siga las pautas precedentes, pero investigaré por ahí.
– Te lo agradezco.
Colgaron y David se quedó sentado a su mesa. Había algo extraño en todo aquello pero, ¿qué? ¿Y cómo iba a conseguir proteger a Natasha y a Liz durante el tiempo que tardaran en dejar el país?
Liz estaba paseándose por la habitación cuando sonó el teléfono.
– ¿Diga? -dijo, después de descolgar el auricular.
– Soy David.
El alivio reemplazó al miedo.
– ¿Qué está ocurriendo? ¿Has averiguado algo?
– No mucho. Mi contacto dice que no es probable que Natasha sea objetivo de esos tipos del mercado negro. Pero hasta que esté seguro de lo que ocurre, he puesto seguridad extra en la planta de tu habitación. Eso hará que te sientas más segura.
– ¿Y puedes hacer eso?
Él se rió.
– Sí, claro. Parte de mi trabajo consiste en velar por la seguridad de los norteamericanos. Eso os incluye a Natasha y a ti.
– Técnicamente no será norteamericana hasta que aterricemos en Estados Unidos.
– Suficiente para mí.
Liz no podía creerse que él se hubiera tomado tantas molestias por ella.
– Te agradezco muchísimo todo esto. Eres estupendo.
– Tú también. Ahora intenta descansar. Yo pasaré mañana por ahí para acompañarte al orfanato. No quiero que estés sola durante los próximos días.
Ella no estaba segura de que pudiera descansar, pero sí estaba muy contenta de que David fuera a buscarla.
– Estaremos esperándote.
Vladimir Kosanisky le dio una patada a una caja de cartón vacía que había en el pequeño almacén.
– ¡Sólo es una niña! -les gritó en ruso a los tres hombres que tenía enfrente-. Tiene diecisiete años, ¿y no habéis sido capaces de encontrarla?
Ninguno de los tres dijo una palabra y Kosanisky les lanzó una mirada asesina.
– Peor aún, enviasteis a un aficionado a recoger al bebé. ¿En qué estabais pensando? Ahora esa mujer está sobre aviso. Y no sabemos a quién ha podido contárselo. ¿Es que queréis que se entrometa la policía?
Ellos continuaron en silencio.
– Sois unos idiotas.
Kosanisky se acercó a los hombres y le dio al de en medio un puñetazo en el estómago. El hombre jadeó y se agarró los costados, pero no dijo nada.
– ¡Tenemos que conseguir a esa niña! -les gritó Kosanisky-. Nuestro contacto americano la está esperando. Ya han pagado por ella. Coincide con la descripción física que ha dado la pareja y no tenemos tiempo de conseguir otra niña.