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Un poco después de la medianoche, oyó un débil crujido de la madera del suelo. Esperándose ver a David, se puso en pie y miró por la mirilla de la puerta. En vez de David había dos hombres frente a la puerta de su antigua habitación. Uno de ellos se inclinó ante la cerradura.

Liz estuvo a punto de gritar. Tuvo que taparse la boca con la mano para evitarlo. El miedo regresó, tan frío y líquido como antes.

No era posible que estuviera sucediendo aquello. Los vio abrir la puerta y entrar en la habitación. Sintió pánico. ¿Qué podía hacer? Aquellos hombres se darían cuenta, al instante, de que ni la niña ni ella estaban allí. ¿Comenzarían a entrar en todas las habitaciones para encontrarlas?

Miró frenéticamente a su alrededor, buscando algún modo de escapar, pero no había ninguno. Sólo podría salir por la ventana y la altura sobre la calle era demasiado grande. ¿Podría usar algo como cuerda para descolgarse?

Respiró profundamente y se obligó a dejar de pensar cosas absurdas. Todo iba a salir bien. Aquellos hombres habían entrado silenciosamente. No querían meterse en problemas, ni que los descubrieran. Sí, estaban buscándola en su habitación, pero no tenían ni idea de adonde había ido. Ellos pensarían que se había marchado del hotel.

Liz continuó observando atentamente el pasillo. Después de un par de minutos, los hombres salieron de la habitación mirando a su alrededor, como si estuvieran buscando pistas. Ella bajó la cabeza antes de darse cuenta de que no podían verla.

Uno le dijo algo al otro en voz baja. Liz no pudo oír qué era. Parecía evidente que no querían que los demás huéspedes supieran que estaban allí. Finalmente, cerraron la puerta y se alejaron hacia el ascensor.

Liz esperó a que se hubieran marchado antes de dejarse caer sobre el suelo y acurrucarse. Estaba temblando y apenas podía respirar. ¿Qué habría ocurrido si no se hubiera cambiado de habitación? ¿Se habrían llevado aquellos hombres a Natasha?

Le ardían los ojos y parpadeó para que no se le cayeran las lágrimas. El peligro se había desvanecido por el momento. El pasillo estaba vacío. En silencio, recogió a su bebé, recorrió tres puertas y llamó a la habitación de Maggie.

David encontró un sitio para aparcar muy cerca del hotel. Habría estado muy contento con su suerte si no hubiera visto dos coches de policía aparcados justo enfrente del edificio. En cuanto los vio, tuvo un mal presentimiento.

Salió del coche y miró la hora. Eran casi las dos de la mañana. Aquella reunión había durado mucho más de lo que él había pensado. ¿Le habría entrado pánico a Liz por la espera o habría ocurrido algo?

Se apresuró a entrar al vestíbulo y se encontró a Liz sentada en un banco, con Natasha en brazos. Maggie estaba con varios policías. Su expresión de frustración le dio a entender a David que no estaba muy contenta con la forma en que estaban saliendo las cosas.

Él se acercó a Liz.

– ¿Qué ha ocurrido? -le preguntó.

Ella se sobresaltó al oír su voz, se levantó y lo miró fijamente. David detectó el miedo en sus ojos verdes y la desconfianza.

– Dos hombres han entrado en mi habitación -le dijo ella-. No sabían que me había cambiado de dormitorio una hora antes. Cuando bajé a la recepción a pedir el cambio, el guardia no estaba por ninguna parte. Ni en el pasillo, ni en el vestíbulo.

– ¿Qué?

– ¿Estás jugando conmigo, David? ¿Todo esto no es más que una broma para ti? ¿Me has mentido al decirme que pondrías a alguien de seguridad en el hotel para que estuviera más tranquila?

Él tuvo ganas de agarrarla por los brazos y agitarla.

– Claro que no. Dejé a un agente aquí. Yo mismo hablé con él a las nueve de la noche.

Ella no estaba muy convencida.

– Ahora no está aquí.

David soltó un juramento entre dientes.

– Ahora mismo vuelvo.

Se acercó a Maggie y les mostró su identificación a los policías. Después, les preguntó qué había ocurrido.

En cuestión de segundos entendió la causa de la frustración de Maggie. Los oficiales pensaban que sólo había sido un simple robo. No estaban interesados en oír la versión del secuestro de la niña.

– Los norteamericanos son unos paranoicos -le dijeron.

David los escuchó sin hacer ningún comentario. En vez de discutir, les pidió los detalles. Se haría una denuncia, pero nadie había robado nada… Los policías se encogieron de hombros, indicando que podían hacer muy poco.

– O quieren hacer muy poco -murmuró David en inglés.

Maggie asintió.

– Admito que al principio no me tomé las cosas muy en serio. Me pareció muy extraño que robaran el expediente de Natasha, pero si lo unimos a lo que ha ocurrido esta noche, hay demasiadas cosas que no concuerdan. Está ocurriendo algo.

David estaba de acuerdo con ella. Pero, ¿qué era lo que estaba ocurriendo? ¿Y dónde estaba el guardia?

Dejó a Maggie con la policía y salió del hotel. Recorrió varias calles contiguas al hotel y finalmente, en un callejón oscuro, encontró al guardia. El hombre estaba atado, oculto tras un gran contenedor de basura.

David se inclinó sobre él. Mientras le buscaba el pulso con una mano, con la otra marcaba un número en su teléfono móvil.

– Soy Logan -dijo cuando respondieron la llamada-. Tenemos un problema.

Dio la dirección del hotel y la localización del callejón donde se encontraba con el guardia de seguridad.

– Es Green -añadió-. Lo asigné para que protegiera el pasillo del hotel. Lo han atacado.

El guardia se movió.

– Está recuperándose. Lo dejaron inconsciente. No, no hay sangre. Está bien. Cinco minutos.

Se guardó el teléfono en el bolsillo de la chaqueta y comenzó a desatar a Green. El hombre soltó un gruñido de dolor.

– ¿Logan?

– Sí, soy yo.

– Demonios, me atraparon por detrás. Oí un ruido en las escaleras y fui a investigar de qué se trataba. Un error clásico.

– Ocurre a veces.

– Sí y ahora tengo un buen dolor de cabeza para recordármelo. ¿Se han llevado a la niña?

– No. Liz y el bebé están bien.

Green se sentó y se frotó las muñecas.

– Siento haberlo fastidiado todo.

– No se preocupe. No ha ocurrido nada.

Salvo que Liz no lo había creído sobre lo del guardia.

David ayudó a Green a ponerse en pie y lo acompañó hasta la calle principal. Unos minutos después un coche negro se detenía frente al hotel. David ayudó al guardia a sentarse en el asiento trasero y después se incorporó. Cuando se volvió, vio a Liz observándolo desde la entrada del vestíbulo.

La policía se marchó veinte minutos después. Prometieron que investigarían el intento de robo, pero David dudaba que fueran a hacerlo. Acompañó a Liz y a Maggie a sus habitaciones y se quedó con Liz.

Ella lo dejó pasar, pero no le ofreció que se sentara. Él la miró mientras instalaba a Natasha, que estaba dormida entre una fortaleza de almohadas, sobre la cama. Cuando terminó, lo miró.

Liz tenía unas profundas ojeras y estaba agotada y atemorizada. Él tuvo la tentación de abrazarla, pero las acusaciones anteriores de Liz lo mantuvieron en su lugar.

– Yo no te mentiría -le dijo.

Ella asintió y se sentó al borde de la cama.

– Lo sé. Lo siento. Cuando salí y no vi al guardia, no supe qué pensar.

David podía ver la situación desde su punto de vista. No se conocían bien, así que, ¿por qué iba Liz a confiar ciegamente en él? Aun así, le resultaba difícil aceptar que ella hubiera tenido miedo y no lo hubiera creído.

– Alguien engañó al guardia. Lo golpearon y perdió el sentido -le explicó.

– Me lo imaginé cuando te vi acompañándolo al coche -ella se mordió el labio inferior-. Así que están dispuestos a atacar a la gente y meterse en las habitaciones para llevarse a Natasha. Debe de ser un bebé muy importante.