Liz se quedó mirándolo fijamente.
– ¿Qué? ¿Qué ha dicho?
Maggie tomó la documentación que le ofrecía el traductor y guió a Liz hacia los bancos.
Liz no podía creerlo.
– Esto no puede estar sucediendo -dijo.
– Lo siento -respondió Maggie-. Algunas veces se ponen quisquillosos. Por favor, no te agobies.
Ainsley se unió a ellas. La agente no estaba nada contenta.
– Esto no me gusta nada -dijo.
Liz miró a Maggie.
– Debe de haber algo que podamos hacer. ¿No podemos hablar con alguien? No puedo quedarme aquí diez días más. Me la van a quitar.
– No hay nada que podamos hacer -dijo Maggie-. Estoy segura de que todo irá bien.
Sin embargo, no parecía que estuviera muy convencida. Ni tampoco Ainsley. Liz miró a los otros padres, los padres felices que se marcharían aquella noche, mientras que ella se vería forzada a quedarse en Moscú.
Abrazó a Natasha y cerró los ojos fuertemente.
– No les dejaré que te lleven -le susurró a la niña.
Lo decía con todo el corazón pero, ¿cómo iba a conseguirlo?
Capítulo 9
Cuando le dijeron a David que Liz estaba en la oficina, supo que algo había ido mal. De otro modo, Ainsley la habría llevado directamente a la embajada.
Salió de su despacho y recorrió apresuradamente el pasillo, hasta que llegó a la oficina de Ainsley.
Liz estaba sentada en una de las butacas que había frente al escritorio de la agente. Tenía a Natasha en brazos. La niña soltó un gritito de alegría al verlo y extendió los brazos hacia él. Liz alzó la vista e intentó sonreír, pero tenía los ojos llenos de lágrimas y de miedo.
David se sentó junto a ella mientras le hacía un gesto de saludo a Ainsley. La agente tenía una expresión grave.
– ¿Qué ha ocurrido? -le preguntó a Liz.
– Tengo que quedarme -respondió ella con voz temblorosa-. El juez me ha impuesto la espera de diez días, mientras que la ha pasado por alto para todos los demás.
Se secó las lágrimas que se le habían derramado por las mejillas, pero no sirvió de nada. No podía dejar de llorar.
– Está claro que han conseguido sobornar al juez. Estoy segura. Aprobó sin problemas todas las demás adopciones, pero no la de Liz. Y no sólo tiene que esperar diez días, sino que el juez dijo específicamente que Natasha no puede salir del país -dijo Ainsley.
Liz la miró.
– Eso no lo entiendo. ¿Adonde iba a llevarla? No puedo marcharme sin el visado.
Pero David sí lo entendía. Estaba furioso.
– Lo que ha dicho es que no puedes llevarla a la embajada norteamericana hasta dentro de diez días.
Ante la mirada de confusión de Liz, Ainsley se inclinó hacia ella.
– Se considera suelo americano.
Aquel miserable estaba intentando exponerlas. De aquel modo, Natasha sería un objetivo mucho más fácil.
– ¿Más requisitos? -preguntó.
– Liz tiene que presentarse en el orfanato todos los días -le dijo Ainsley-. Con la niña.
Por supuesto. Eso haría que tuvieran que salir del hotel y serían mucho más vulnerables. Maldito fuera quien estaba detrás de todo aquello.
Él se acercó a Natasha para verle la cara. La niña lo miró con sus enormes ojos azules, con una confianza completa. Tenía tres dedos metidos en la boca y estaba chupándoselos muy contenta.
– Vamos a ponerte a salvo -le prometió al bebé.
– ¿Puedes hacerlo? -le preguntó Liz-. No sé si voy a poder resistirlo durante diez días más. ¿Qué van a intentar?
– No podemos saberlo -respondió David-. Pero tú no tendrás que preocuparte. Voy a ocuparme de todo. Lo primero que haremos será sacarte del hotel. Mientras yo me ocupo de eso, Ainsley, quiero que comiences a seguirle la pista a esa gente.
Ella asintió.
– Hablaré con mis contactos y reuniré toda la información que pueda.
Él sabía lo que estaba pensando. Si conseguían averiguar por qué era tan especial aquella niña, entonces podrían saber quién la quería.
– Te lo agradezco -le dijo a Ainsley.
– Es mi trabajo -respondió ella.
David fijó su atención en Liz, que lo estaba mirando con una mezcla de esperanza y desesperación.
– Vamos -le dijo con suavidad-.Volveremos al hotel para que recojas tus cosas y después iremos a mi casa.
– ¿Allí no me encontrarán?
– No deberían -respondió David. Al menos, durante los primeros días-. A causa de mi trabajo, mi dirección es secreta. Si empiezan a buscarla, encontrarán direcciones falsas que los llevarán por toda la ciudad.
– Está bien -dijo Liz. Se puso en pie y tragó saliva-. Estás siendo maravilloso conmigo.
Él estuvo a punto de repetir lo que había dicho Ainsley sobre su trabajo, cuando se dio cuenta de que era mucho más. Le importaban Liz y Natasha. Quería que estuvieran a salvo porque era lo correcto y porque lo que les ocurriera le concernía.
Si hubiera podido elegir, habría preferido que Natasha y Liz se hubieran marchado en el vuelo de aquella noche, para que llegaran a casa a salvo. Sin embargo, una parte de él no podía lamentar que se quedaran más tiempo en Moscú.
Mientras Liz y David recogían las cosas en la habitación del hotel, Maggie fue a verlos.
– ¿Qué tal estás? -le preguntó a Liz.
Liz no supo cómo contestar a aquella pregunta y se encogió de hombros. Maggie sonrió.
– Sé que todo esto parece abrumador, Liz, pero algunas veces, el juez insiste en que se observe el período de espera. No podemos hacer otra cosa que cumplir el requisito. No quiero que te preocupes. Yo me quedaré contigo hasta que llegue el momento de volver a casa.
– No tienes por qué hacerlo.
– En realidad, sí. Tengo que estar en el orfanato cuando tú te presentes allí cada día -respondió Maggie y miró la maleta vacía que había sobre la cama-. Después de lo que pasó anoche, estaba pensando que quizá deberíamos cambiar de hotel, pero ya veo que te has adelantado.
– Yo me ocuparé del alojamiento de Natasha y Liz durante los próximos diez días -dijo David-. ¿Hay alguna norma en especial para las visitas al orfanato? Preferiría evitar una hora fija.
Maggie frunció el ceño ligeramente. Liz pensó que quizá fuera a protestar, pero en vez de eso, la asistenta social dijo:
– Supongo que podéis ir cuando sea más conveniente para vosotros. Yo estaré allí la mayor parte del día.
– Bien. No quiero seguir unas pautas regulares.
¿Pautas regulares? Liz tuvo la sensación de que se encontraba en una mala película de espías. Todo aquello era demasiado. Tenía ganas de dejarse caer en la cama y taparse la cabeza con la manta. En vez de eso, se obligó a continuar recogiendo sus cosas.
Cuando terminó, Maggie se acercó a ella y le dio un abrazo.
– Estaré aquí si me necesitas -dijo-. He hecho más copias del expediente de Natasha. Tengo una en mi caja fuerte y he llevado otra a la embajada. Por favor, intenta no preocuparte. Esto va a salir bien.
– Lo sé. Gracias.
Liz dijo aquellas palabras porque era lo que se esperaba que dijera, no porque las creyera.
Después de que Maggie se marchara, David puso a Natasha en su cuna. Después tomó a Liz de las manos y la miró a los ojos.
– Dime lo que estás pensando -le pidió.
– No querrás saberlo.
– Sí, quiero.
– No te preocupes. Estoy bien.
– No se te da muy bien mentir.
Ella suspiró.
– Normalmente, eso es una buena cosa.
– Y lo es. Necesito que aguantes durante un par de horas más y después podrás derrumbarte.
Liz tenía la sensación de que sería mejor derrumbarse que aguantar, pero asintió.
– Aquí está el plan -le dijo él-.Vamos a llevar a Natasha a mi apartamento, pero no vamos a ir directamente, por si acaso alguien nos está vigilando. Mientras, uno de mis empleados vendrá aquí y recogerá tu equipaje. Lo llevará a la embajada y yo iré a buscarlo más tarde.