Liz se quedó mirando a David fijamente.
– ¿Crees que Natasha es suya?
Ella quería que David se mostrara asombrado, que le dijera que aquello era imposible, pero él se limitó a encogerse de hombros.
– Podría ser.
– ¡No!
No quería creer aquello. No quería saber quién era la madre biológica de su hija.
– Pero si lo es, ¿querrá recuperarla? ¿Es ella la que ha hablado con el juez? -le preguntó a David, con los ojos llenos de lágrimas-. ¿Va a quitarme a Natasha?
David la abrazó.
– No pienses eso. Ha tenido cuatro meses para recuperar a su hija. ¿Por qué iba a querer quitártela ahora?
– Porque ahora me ha conocido. Porque soy real y voy a apartarla de su bebé.
– Entiendo que estés asustada, pero intenta pensar esto con lógica. Sophia te conocía de tu visita anterior. No sabemos si es la madre de Natasha, pero si lo es, ha tenido un mes entero para llevársela. En vez de eso, se ha quedado a su lado y la ha cuidado hasta que tú regresaste.
Lo único que quería Liz era agarrar a la niña y marcharse, pero tenía que obligarse a ser lógica y escuchar lo que le estaba diciendo David. Tenía sentido.
– Entonces, ¿dónde está Sophia? -preguntó.
– No lo sé. Querría decir que no importa, pero el instinto me dice que Sophia está involucrada en esto.
– Así que tenemos que encontrarla.
– Sí. Ya tengo a varias personas buscándola, pero Moscú es muy grande. Podría estar en cualquier sitio.
– ¿Me contarás lo que averigües?
– Sí. Pero hasta ese momento, quiero que te relajes.Yo estoy aquí.
Aquellas sencillas palabras significaban mucho para ella. David le estaba dedicando mucho esfuerzo y mucho tiempo, cuando podría haberle pasado el caso a cualquier otra persona.
– No sé cómo voy a compensarte por todo lo que estás haciendo por mí -le dijo.
– No es necesario.
– Pero esto es mucho más que tu trabajo.
Él la miró.
– Tienes razón. Normalmente, no hago el amor con las mujeres a las que estoy protegiendo.
Ella se ruborizó.
– No me refería a eso.
– ¿No? Desde el principio hubo química entre nosotros. ¿No te acuerdas de lo que ocurrió en Portland?
– Me acuerdo de cada segundo. Tengo que confesarte que estaba avergonzada de lo mucho que tardé en superarlo.
– Yo también tardé. No dejaba de pensar que debería haberte traído conmigo.
– Y yo no dejaba de pensar que debería aparecer en la puerta de tu casa algún día. Y finalmente, lo hice. Aparecí sin avisar.
– Me alegro mucho de que lo hicieras.
– Yo también. Incluso en estas circunstancias -dijo Liz y se rió-. Me apuesto lo que quieras a que si alguna vez creíste que nos veríamos de nuevo, nunca había un bebé de cuatro meses en la imagen.
– Natasha es maravillosa y yo admiro lo que estás haciendo al adoptarla.
Ella le agradeció aquel cumplido.
– Eres muy amable por decírmelo, pero mis razones no son del todo nobles. La vida de mi abuela cambió después de que la adoptaran y ella y yo hablamos a menudo de los huérfanos de este país. La semilla se plantó hace mucho tiempo.
– De todas formas, Natasha tendrá una oportunidad que muchos niños no tienen. Aunque tú perdiste a tus padres, te criaste con un familiar. Cuando un niño no tiene eso… -David se encogió de hombros-. Es muy duro.
– ¿Estás hablando por experiencia propia?
Él asintió.
– Tengo una hermana melliza, Jillian. Nuestra madre era drogadicta y nos dejó con mi abuela.
Liz no podía creerlo.
– ¿Tú también?
– Mi historia no tiene un final feliz, como la tuya. Por lo menos, no al principio. Nuestra abuela tuvo una apoplejía y no podía hablar.Apenas podía cuidarnos. Jillian y yo tuvimos que criarnos prácticamente solos. Cuando el Estado nos encontró, teníamos cinco años. Habíamos desarrollado un lenguaje propio y nos perdimos muchas oportunidades de aprendizaje. Eso convirtió la escuela en todo un desafío.
Al mirarlo en aquel momento, Liz nunca habría pensado que David no había tenido una infancia perfecta.
– Qué historia más asombrosa.
– A causa de nuestras circunstancias únicas, nos pusieron bajo el cuidado de Children's Connection, en vez de en casas de acogida. La teoría era que Jillian y yo recibiríamos cuidados y terapia mejores para superar nuestros problemas. Sé que era lo correcto, pero estábamos aterrorizados. Nunca habíamos visto a otros niños. Creo que nunca habíamos salido de la casa de mi abuela. No entendíamos nada y pensábamos que iban a separarnos.
Liz estudió su rostro, buscando rastros de su pasado. Él era un Logan, así que ella había asumido que había crecido entre riqueza y privilegios. ¿Cómo era posible que no fuera cierto?
– ¿Y qué ocurrió?
– Nos enviaron a clases especiales para aprender a hablar. Durante un tiempo, los expertos pensaron que nunca llegaríamos a ser normales. Entonces apareció Leslie Logan y nos adoptó -David sonrió-. Una vez le pregunté por qué. ¿Por qué nos eligió a nosotros, habiendo tantos niños normales a los que podía adoptar? Ella me dijo que nosotros necesitábamos más y ella quería que la necesitaran.
– ¿Así que los Logan te llevaron a su casa y te dieron su apellido?
– Sí -respondió David y agudizó la mirada-. Eso es lo que soy, Liz. No soy un Logan de nacimiento, sino el hijo de una drogadicta.
– Y mira lo que has hecho con tu vida. Es impresionante.
Él sacudió la cabeza.
– Pero aún hay muchos agujeros negros y muchos defectos.
– ¿Y te parece que el resto de nosotros somos perfectos? -Liz se rió-. David, tú te has enfrentado a tus demonios y has sobrevivido. Para mí, eso significa que estás por delante de los demás.
– Tú no lo entiendes.
– Lo entiendo perfectamente -replicó ella con un suspiro y miró la hora en su reloj-. No podemos quedarnos aquí para siempre. ¿A qué hora quieres que nos marchemos?
Él titubeó, como si quisiera decir algo más, pero se limitó a mirar la hora.
– Dentro de unos quince minutos.
– Entonces, será mejor que recoja las cosas de Natasha.
– Ya han pagado por el bebé -dijo Stork, en voz baja, en tono de ira-. Los padres fueron muy concretos a la hora de describir lo que querían en cuanto edad, sexo y color. No me digas que no puedes encontrar al bebé que necesitamos.
Kosanisky tragó saliva.
– Sabemos dónde está -respondió.
Estaba con una mujer americana a la que alguien más estaba ayudando. Y el hombre era mucho mejor que cualquiera que Kosanisky hubiera contratado en su vida.
– Pagaron un extra de quince mil dólares sobre el precio normal -le recordó Stork-. No quiero tener que devolverlo.
– No. No tendrás que hacerlo.
– Me alegro de oírlo. Tienes cuarenta y ocho horas para encontrar a esa niña. Si no lo haces, lo lamentarás. ¿Me he expresado con claridad?
Kosanisky pensó en el agua fría del río y en cuántos desaparecían en sus turbias profundidades.
Capítulo 11
Liz y David recorrieron con Natasha el camino hacia el aparcamiento subterráneo, donde los estaba esperando un coche diferente y dos hombres.
– Refuerzos -dijo él y le presentó a los dos agentes. Uno era ruso y el otro norteamericano. Ella sonrió y les estrechó la mano, pero unos segundos después ya no recordaba sus nombres.
Era el miedo. Aquella emoción oscura no le dejaba pensar, respirar ni albergar esperanzas. Allí fuera había unos extraños que querían llevarse a su hija y ella tenía miedo de no poder detenerlos.
David condujo hasta el orfanato por carreteras secundarias y callejones. Por fin llegaron al edificio. El agente norteamericano salió del vehículo y se quedó cerca, mientras el ruso desabrochaba el cinturón de la silla de Natasha. Mientras se la entregaba a Liz y a David, tres hombres se acercaron a ellos. Eran altos y amenazadores y uno de ellos llevaba una pistola.